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“Con la pandemia, muchos se dieron cuenta de la importancia de la escuela”

Liliana Riva Franco, maestra.
Domingo, 13 de septiembre de 2020 02:22
Foto: Pablo Yapura

Para los niños y niñas del tercer grado del colegio Belgrano, de la ciudad de Salta, ella es la “seño Lili”. Para el pasado 11 de septiembre, Liliana Riva Franco recibió corazones, stickers, más audios y videos dedicados por el Día de las Maestras y Maestros. Este año fue especial porque el trabajo de los docentes dejó de ser en el pizarrón y pasó a un plano de la virtualidad en donde tuvieron que reinventarse en su práctica profesional. 
Prende su máquina, se acomoda, en el lugar ya indicado, donde nadie de su familia se cruce, y accede a las preguntas de El Tribuno, por vía remota, por videollamada de WhatsApp. Hay libros, útiles escolares y cuadernos.
La habitualidad del recurso se denota en la soltura para hablar frente a una pantalla. La mayoría de las maestras ya incorporaron a su práctica docente las nuevas tecnologías de la informática para dar sus clases en medio de una cuarentena por la pandemia del coronavirus.
La seño Lili se desempeña en instituciones educativas privadas de Nivel Primario de la ciudad de Salta. 
Tiene 48 años de edad y desde hace 16 años es docente. Trabaja en los colegios Santa María y en el Belgrano. En este último desde hace 10 años. Se puede decir que ella ingresó “ya grande” al mundo de la docencia.
“Antes de ingresar al Instituto de Formación Docente, trabajaba desde muy joven con mi papá en un negocio vinculado a lo comercial. Luego ya de grande, casada y con un hijo me metí a la Normal quizás (muy) influenciada por mi madre, que es docente, y luego no pude salir más de esto. Si tengo que elegir de nuevo elegiría la docencia porque es lo que me completa”, dijo la seño Lili.
Su papá Gregorio falleció hace un tiempo y su mamá Milagro la sigue acompañando en tertulias de sobremesa plagada de praxis docente. Ella integra una camada de 5 hermanos con algunos docentes también por lo que enseñanza ya pasa a ser una pasión. 
Como segunda generación de docentes ella vuelve atrás y se mira con su hijo Matías, de un año en brazos, con 25 años, ingresando con todos sus miedos a un profesorado para aprender el oficio de enseñar. 
“Yo les dejaba a mi bebé a mi mamá o a mi suegra, maravillosas las dos, y me iba a la Normal. Todas eran chicas que salían del secundario y seguían el terciario. Sin embargo no me costó el cursado. Tengo buenos recuerdos de mis profesores. Lo que más me impactó fueron las prácticas, yo las hice en la escuela Mariano Moreno, del barrio El Tribuno. Era como volver a la escuela de la zona; yo me crié en el Intersindical. Ahí fue que sentí el primer pánico cuando me paré frente a los chicos, en ese momento exacto en donde todas las teorías pedagógicas, didácticas y recomendaciones de los profesores dejan de existir”, dijo riendo, y continuó: “Yo estoy muy agradecida con mis compañeras y con las docentes que me prestaron su grado. Ese pánico de estar frente a los chicos se disipa luego cuando se consigue en grado propio. Cuando comencé a trabajar me dieron un quinto grado y yo estaba feliz, sentía que era lo mío. Luego me di más gustos que fue el de trabajar con los más grandes, los de séptimo grado, y estuve 10 años con los preadolescentes, esos que algunos temen; pero que yo aprendí a experimentar con todos los conocimientos pedagógicos que fui aprehendiendo”.
Ella asegura que todas las edades son maravillosas y distintas. “Los de tercero están llenos de amor. Un papel, un corazón, un gesto; todo transmite amor a esa edad”, aseguró. 
Aunque no lo diga, ella está contando los días y los años para jubilarse. Piensa y repiensa el rol docente, el trabajo en el aula, las formas para mejorar. Los debates pedagógicos con su madre deberían quedar en el registro metódico de cualquier practicante. 
“Yo en 9 años me jubilo y ya estoy pensando cuando deje las aulas, cuando quede fuera del sistema, cuando no tenga más a mis niños. Pero pienso en que hay tanto para hacer y que esos 9 años no me alcanzan, que me falta tiempo. Lo mismo sostengo que para eso hay una edad para todo, que somos hojas, que cuando cumplen su ciclo se tienen caer para que salgan las hojas nuevas”, opinó muy emocionada.
Ella ya cumple en una institución el cargo de coordinadora, pero sabe bien que su mundo son esas 4 paredes que el mundo occidental llama aulas. Está convencida de que aquella institución que conocemos como escuela trasciende el edificio que la contiene, que va más allá de sus muros y que se mete en imaginario de cada familia por su importancia social.
“En esta pandemia vimos cómo fue de necesario que la escuela llegue a cada hogar. Se acentuaron las diferencias en cuanto a acceso a la información, pero en términos generales la escuela sigue siendo una institución central en conformación social”, dijo la docente.

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Para los niños y niñas del tercer grado del colegio Belgrano, de la ciudad de Salta, ella es la “seño Lili”. Para el pasado 11 de septiembre, Liliana Riva Franco recibió corazones, stickers, más audios y videos dedicados por el Día de las Maestras y Maestros. Este año fue especial porque el trabajo de los docentes dejó de ser en el pizarrón y pasó a un plano de la virtualidad en donde tuvieron que reinventarse en su práctica profesional. 
Prende su máquina, se acomoda, en el lugar ya indicado, donde nadie de su familia se cruce, y accede a las preguntas de El Tribuno, por vía remota, por videollamada de WhatsApp. Hay libros, útiles escolares y cuadernos.
La habitualidad del recurso se denota en la soltura para hablar frente a una pantalla. La mayoría de las maestras ya incorporaron a su práctica docente las nuevas tecnologías de la informática para dar sus clases en medio de una cuarentena por la pandemia del coronavirus.
La seño Lili se desempeña en instituciones educativas privadas de Nivel Primario de la ciudad de Salta. 
Tiene 48 años de edad y desde hace 16 años es docente. Trabaja en los colegios Santa María y en el Belgrano. En este último desde hace 10 años. Se puede decir que ella ingresó “ya grande” al mundo de la docencia.
“Antes de ingresar al Instituto de Formación Docente, trabajaba desde muy joven con mi papá en un negocio vinculado a lo comercial. Luego ya de grande, casada y con un hijo me metí a la Normal quizás (muy) influenciada por mi madre, que es docente, y luego no pude salir más de esto. Si tengo que elegir de nuevo elegiría la docencia porque es lo que me completa”, dijo la seño Lili.
Su papá Gregorio falleció hace un tiempo y su mamá Milagro la sigue acompañando en tertulias de sobremesa plagada de praxis docente. Ella integra una camada de 5 hermanos con algunos docentes también por lo que enseñanza ya pasa a ser una pasión. 
Como segunda generación de docentes ella vuelve atrás y se mira con su hijo Matías, de un año en brazos, con 25 años, ingresando con todos sus miedos a un profesorado para aprender el oficio de enseñar. 
“Yo les dejaba a mi bebé a mi mamá o a mi suegra, maravillosas las dos, y me iba a la Normal. Todas eran chicas que salían del secundario y seguían el terciario. Sin embargo no me costó el cursado. Tengo buenos recuerdos de mis profesores. Lo que más me impactó fueron las prácticas, yo las hice en la escuela Mariano Moreno, del barrio El Tribuno. Era como volver a la escuela de la zona; yo me crié en el Intersindical. Ahí fue que sentí el primer pánico cuando me paré frente a los chicos, en ese momento exacto en donde todas las teorías pedagógicas, didácticas y recomendaciones de los profesores dejan de existir”, dijo riendo, y continuó: “Yo estoy muy agradecida con mis compañeras y con las docentes que me prestaron su grado. Ese pánico de estar frente a los chicos se disipa luego cuando se consigue en grado propio. Cuando comencé a trabajar me dieron un quinto grado y yo estaba feliz, sentía que era lo mío. Luego me di más gustos que fue el de trabajar con los más grandes, los de séptimo grado, y estuve 10 años con los preadolescentes, esos que algunos temen; pero que yo aprendí a experimentar con todos los conocimientos pedagógicos que fui aprehendiendo”.
Ella asegura que todas las edades son maravillosas y distintas. “Los de tercero están llenos de amor. Un papel, un corazón, un gesto; todo transmite amor a esa edad”, aseguró. 
Aunque no lo diga, ella está contando los días y los años para jubilarse. Piensa y repiensa el rol docente, el trabajo en el aula, las formas para mejorar. Los debates pedagógicos con su madre deberían quedar en el registro metódico de cualquier practicante. 
“Yo en 9 años me jubilo y ya estoy pensando cuando deje las aulas, cuando quede fuera del sistema, cuando no tenga más a mis niños. Pero pienso en que hay tanto para hacer y que esos 9 años no me alcanzan, que me falta tiempo. Lo mismo sostengo que para eso hay una edad para todo, que somos hojas, que cuando cumplen su ciclo se tienen caer para que salgan las hojas nuevas”, opinó muy emocionada.
Ella ya cumple en una institución el cargo de coordinadora, pero sabe bien que su mundo son esas 4 paredes que el mundo occidental llama aulas. Está convencida de que aquella institución que conocemos como escuela trasciende el edificio que la contiene, que va más allá de sus muros y que se mete en imaginario de cada familia por su importancia social.
“En esta pandemia vimos cómo fue de necesario que la escuela llegue a cada hogar. Se acentuaron las diferencias en cuanto a acceso a la información, pero en términos generales la escuela sigue siendo una institución central en conformación social”, dijo la docente.

Foto: Pablo Yapura

Docencia en tiempos del coronavirus

Con una sólida concepción teórica sostiene que “la escuela sigue funcionando a pesar de la cuarentena. Es más, muchos se dieron cuenta de la importancia de la institución escuela”, dijo.
“La escuela tiene una continuidad en el trabajo de sus docentes, en donde muchos vieron la posibilidad de modificar los viejos métodos de la escuela tradicional. Nosotras veníamos trabajando con recetas del siglo anterior, con metodologías viejas que no le sirven a los niños de este siglo. Me parece que el rol docente es el de planificar un camino y dejar que los chicos vayan descubriendo por sí solos, haciendo su propio camino de encontrar el conocimiento que necesitan. Los chicos de ahora saben perfectamente dónde encontrar la información que necesitan. Es solo cuestión de orientarlos”, explicó.
Como la gran mayoría de docentes, ella debió modificar todo ese microcosmos llamada aula, de cuatro paredes y pizarrón, con horarios y disposición de bancos, y mutó a un salón de Zoom al que llama “cápsulas de conocimientos”. Aprendió a filmar, a filmarse, editar, subir contenidos a las redes; se hizo una youtuber y eso para ella fue genial. Lo disfruta y este año recibió cientos de saludos por las redes sociales y si bien ya no son flores, bombones ni otras cuestiones materiales, sabe bien el verdadero significado de atravesar el tiempo y el espacio en estos de docencia en tiempos del coronavirus. 

 

Los saludos por el Día de la Maestra

Varias niñas y niños se comunicaron con El Tribuno para mandar sus saludos a la seño Lili. Los mensajes son: 

 

"Recuerdo siempre sus clases. Eran divertidas y disfrutaba  mucho de sus charlas. Siempre nos dibujaba flores y ositos en el pizarrón. La extraño y espero poder abrazarla y saludarla pronto". Solana Raffo.

"Recuerdo que cuando me caí en un recreo fuiste la única persona que me ayudó a levantarme y me diste un consuelo". Victoria Rodríguez Solá.

"Seño LIli siempre recuerdo el truco que nos enseñó con la tabla del 9 ¡Es mi preferido! Y a todos se los enseño. Muchas Gracias". Isabella Banchero

"Lo que más recuerdo de la seño Lili es que cuando había una prueba y estábamos todos asustados, ella nos decía cosas graciosas y nos poníamos a bailar para que se nos pase el miedo y podamos concentrarnos mejor". Martina Tomas Iriarte.

 

 

 


 

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