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Sin un plan de gobierno no habrá dólares ni inversión

Domingo, 20 de septiembre de 2020 03:02

La crisis cambiaria registrada en la última semana vuelve a mostrar la inestabilidad de la macroeconomía argentina, la carencia de un plan de gobierno y, sobre todo, la falta de un consenso para objetivos nacionales de largo plazo que trasciendan a los gobiernos.

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La crisis cambiaria registrada en la última semana vuelve a mostrar la inestabilidad de la macroeconomía argentina, la carencia de un plan de gobierno y, sobre todo, la falta de un consenso para objetivos nacionales de largo plazo que trasciendan a los gobiernos.

Hoy, el dólar no tiene precio en pesos argentinos, simplemente, porque tiene demasiados. Entre los $53 con que se maneja el exportador de soja y los $130 o $140 que cotiza en el mercado "paralelo" hay una gama notable de cotizaciones oficiales: $79,55 el minorista y 72.25 el mayorista, con impuesto PAIS, $103,42 y el "solidario" a $131,26, el miércoles el escenario era desconcertante. Además, en las casas de cambio de Uruguay y Colombia, el dólar se vendía a entre 220 y 250 pesos argentinos.

La inflación endémica destruye al peso.

Estos datos demuestran, como ocurre desde hace 90 años, que para los argentinos, el peso funciona como "unidad representativa del precio de las cosas y medio para las transacciones comerciales", mientras que el dólar es la "reserva de valor". Es decir, que luego de muchas experiencias traumáticas a lo largo de varias décadas, incluidas el "rodrigazo", la "hiper" de 1989/90 y el "corralito" los argentinos prefieren ahorrar en dólares.

El presidente Alberto Fernández dijo esta semana que "los dólares no son para especular sino para la producción". Sin embargo, ninguna compañía extranjera va a traer sus dólares a un país que no ofrece ninguna garantía.

Los límites a la disponibilidad de la moneda estadounidense establecidos por el Banco Central son desalentadores para los inversores del país y del exterior. No es razonable que se obligue a los empresarios a defaultear o reperfilar sus deudas en el exterior, porque así no funciona ninguna economía y porque así se cierra, cada vez más, la posibilidad de obtener crédito para el desarrollo.

No obstante, es necesario que el BCRA evite el drenaje de dólares. La venta de US$200 mensuales a los titulares de cajas de ahorro es insostenible. En julio, cuatro millones de ahorristas US$800 millones.

Según la información oficial, las reservas netas del Banco Central el 11 de setiembre eran US$7.124 millones. (US$3.828 millones invertidos en oro y US$3.296 millones en efectivo).

No hay dólares suficientes. El Banco Central no debería venderlos a los ahorristas, sino dejar que cada uno lo compre en el mercado libre.

Suponer que los dólares se van exclusivamente por la especulación que forma parte del juego financiero es acotar el problema, y no explica por qué en la Argentina no se imponen límites sin afectar el flujo de divisas, como ocurre en el resto del mundo.

La inestabilidad económica, la arbitrariedad política y la inseguridad jurídica son razones mucho más visibles y profundas, y no son producto de un gobierno en particular, sino de un sistema político que se desentiende de la producción y de las condiciones básicas para el desarrollo.

Los dólares faltan porque la economía argentina produce menos de lo que gasta; eso se llama déficit. Este año, probablemente, el déficit fiscal superará el 7% y la caída del PBI merodeará el 11%; desde 2018, serán tres años consecutivos de recesión. Es probable que, si la mejora de los precios internacionales de la soja y el maíz se sostiene en el tiempo, el agro, una vez más, nos ayude a salir del pantano. Pero el superávit comercial será engañoso si resulta que las empresas que operan en el país dejaron de importar insumos para la producción.

La crisis actual es una más en un ciclo muy prolongado que ubica a la Argentina como uno de los países con menor crecimiento y mayor inflación en el mundo.

Esperemos que sea la última.

El precio lo pagan los sectores más vulnerables, con niveles de pobreza que aumentan, también, como en ningún otro país.

Sin un plan de gobierno, sin una visión realista del mundo regido por la economía del conocimiento y sin consensos con metas a largo plazo, cualquier mejoría será ilusoria.

 

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