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Turbulencias en Washington y Buenos Aires

Viernes, 15 de octubre de 2021 02:47

Respira hondo la titular del Fondo Monetario Internacional al ser confirmada en su cargo después de meses de incertidumbre sobre su continuidad. Kristalina Georgieva está acusada de empañar estadísticas sobre la facilidad del clima de negocios en China durante su mandato como número 2 del Banco Mundial entre el 2017 al 2019. La auditoría externa comisionada por el Banco Mundial la señala como responsable de presionar al staff técnico para beneficiar la nota de China en lo que es el ranking estrella de la institución.

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Respira hondo la titular del Fondo Monetario Internacional al ser confirmada en su cargo después de meses de incertidumbre sobre su continuidad. Kristalina Georgieva está acusada de empañar estadísticas sobre la facilidad del clima de negocios en China durante su mandato como número 2 del Banco Mundial entre el 2017 al 2019. La auditoría externa comisionada por el Banco Mundial la señala como responsable de presionar al staff técnico para beneficiar la nota de China en lo que es el ranking estrella de la institución.

Las dinámicas geopolíticas jugaron su partida entre líneas del The Economist, Financial Times, Bloomberg y Project Syndicate, publicaciones especializadas en las instituciones financieras de Bretton Woods. Algunas, más liberales, defendiendo a la economista; otras, más neoliberales, pidiendo su cabeza. En la danza de intrigas se sugirió que Japón y Estados Unidos no apoyaban su continuidad, pero, al ser el Fondo Monetario Internacional potestad de la mayoría del arco pan-

Europeo, Francia, el Reino Unido, Italia y Alemania (en medio de negociaciones electorales) afrontaron que era mejor sostener a Georgieva a abrir el debate necesario sobre la conducción del Fondo por un no europeo por primera vez desde su fundación.

Otra interpretación posible es la unificación del Board (junta ejecutiva) al miedo de que Geoffrey W.S. Okamoto, el segundo en comando del Fondo, se quedase con las riendas, al menos interinas, de la institución. Okamoto fue instalado en el cargo por el entonces Donald Trump y es fuertemente resistido por los técnicos del Fondo.

Guzmán respira hondo

También respirará hondo y profundo el ministro de Economía Martín Guzman, que cuenta con las relaciones académicas necesarias para llegar a la terminal de Washington y de Georgieva con facilidad. El mismísimo Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz -colega cercano a Guzmán- fue de las figuras que arduamente defendió la continuidad de la economista búlgara. El drama técnico-político tuvo su pico durante el domingo previo a la reunión anual del Banco Mundial y el FMI en Washington que se desarrolla actualmente. Con escasos precedentes, el Board del Fondo interrogó por más de cinco horas a la directora Georgieva. En su alegato parece haber convencido a los acreedores mayoritarios -Estados Unidos, Alemania, Japón y Francia- sobre la necesidad de la continuidad en un clima turbulento de las finanzas internacionales pospandemia. El Fondo, en su comunicado oficial, por primera vez en su historia recuerda los canales internos y externos existentes para denunciar cualquier tipo de irregularidad en el manejo de las funciones técnicas. Una advertencia pública.

Demasiadas irregularidades

La saga de irregularidades en el FMI debería bajar del pedestal a los que critican las funciones nacionales y subnacionales cuando estas negocian con el establishment financiero.

También deberíamos ser más memoriosos. Las crisis de liderazgos en el Fondo no son nuevas, lo cual es aún más alarmante para la institución de último recurso de rescate de la economía mundial y, sobre todo, la emergente. De las últimas 3 personas que ostentaron el cargo, una, Christine Lagarde (hoy presidenta del Banco Central Europeo) fue condenada por negligencia financiera por defraudar las arcas públicas a favor de un empresario de telecomunicaciones en Francia en 2016, mientras encabezaba el FMI.

Otro, el socialista francés Dominique Strauss-Kahn, tuvo que renunciar al cargo en 2011 tras ser acusado y brevemente detenido en Nueva York por acoso sexual. Los cargos criminales fueron levantados en 2011, y el economista llegó a un acuerdo civil con su víctima en 2012 por una cifra secreta. Su retorno a Francia destapó acusaciones de otras víctimas de acoso sexual que se remontaban a 1997/99, cuando era ministro de Economía.

Cierra el podio el ahora preso Rodrigo Rato, de España. Nombre conocido por la Argentina, junto con Lagarde, por su rol en la renegociación de la deuda en 2005 y su posición rígida con respecto a los plazos de pago ofrecidos por el entonces presidente Néstor Kirchner. Rodrigo Rato fue condenado en 2017 por corrupción y malversación de fondos como CEO de Bankia durante su gestión en 2012. Ese mismo año fue elegido por Bloomberg como el peor CEO de España. Este octubre se cumplen tres años de su prisión efectiva.

Por lo visto, no estamos ante una tradición de liderazgos ejemplares en el FMI. Más bien reflejan lo peor del sistema financiero internacional del que hoy se conoce más a través de los Panamá Papers, Pandora Papers y el acuerdo global de impuestos a grandes multinacionales liderado por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo. Ante tal vacío de liderazgo ejemplar, el mismo Fondo Monetario Internacional debería tomar una nueva postura en cuanto a su rol de gobernanza interna, dado que los países mayoritarios del Board son, a fin de cuentas, los que deben rendir cuentas por sus elecciones ejecutivas.

Un caso testigo

Dentro de este contexto, el caso argentino es evidencia de una falla generalizada dentro del FMI. El préstamo más grande de su historia al gobierno de Cambiemos fue otorgado en un plazo récord y en un contexto marcado por el proceso electoral argentino, rompiendo una regla silenciosa de las organizaciones internacionales: no involucrar grandes decisiones soberanas en medio de procesos democráticos. Aun así, con Lagarde a la cabeza, el Board no tomó nota de su propia evaluación interna sobre el actuar del Fondo en la Argentina entre 1999 y 2001, que claramente delineaba los inconvenientes estructurales del país y la fragilidad de su sistema político, aún más en elecciones. La evaluación de la gestión del Fondo entre ese tramo alerta contra prescripciones rígidas a la economía argentina y pide como condición básica la pacificación política en torno al consenso necesario para dinamizar los recursos del Fondo en recuperación económica.

 Las recomendaciones fueron hechas por la Oficina Independiente de Evaluación del FMI. Entre sus responsabilidades está la de tomar nota en los fallos catastróficos de la institución y recomendar formas de aprendizaje, ajuste y corrección al Board y el staff técnico. Se espera para el 2022, si no antes, una evaluación sobre el caso argentino durante la gestión de Mauricio Macri, Christine Lagarde y David Lipton, su segundo, hoy parte del equipo de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, también ex alumna de Stiglitz. 
Los técnicos están de acuerdo que el FMI falla con sus programas condicionales de finanzas públicas, incluidos en la Argentina (y también en Ecuador, Egipto, Marruecos, Líbano, etc.). 
La profesora Noemi Brenta, experta en las relaciones entre Argentina y el Fondo, ya vaticinaba en 2018 el fracaso del préstamo para frenar el “sudden stop” (freno súbito del flujo de dólares), y alertaba que no hay caso empírico en el mundo en el cual la intervención del FMI haya sido positiva. Kristalina Georgieva lo sabe. A principios del 2020, por medio de una invitación del Papa (quizás el verdadero negociador de la deuda argentina) a la Pontificia Academia de Ciencias, Kristalina prometía un carácter diferente del Fondo durante su mandato, más cercano a la erradicación de la pobreza y capaz de corregir la rigidez de las condiciones programáticas de su financiamiento. Con la pandemia de por medio, ese mensaje es urgente. 
Para la Argentina la continuidad de Kristalina es positiva. Pero también atrae un riesgo: si Georgieva realmente ha roto la confianza de Estados Unidos y Japón, su gestión sufrirá cuando intente innovar las formas y programas de reactivación o de renegociación, entre ellos el de la Argentina. Con el incentivo de no atraer más controversias y poder estabilizar su poder, el espacio para un acuerdo innovador y disruptivo para la Argentina, que significa más plazos y menos sobretasas, o inclusive bonos ambientales, sería casi imposible. La mejor táctica para el gobierno argentino es lograr lo imposible: pensar menos en la campaña electoral y más en el reordenamiento de la macroeconomía con el faro puesto en las condiciones necesarias para calmar las ansiedades y crear un espacio de consenso. Utilizando el nuevo eslogan de campaña: “Sí a un acuerdo político a largo plazo que contemple una posición unificada en tema de deuda externa”. A veces lo necesario no entra en un eslogan. 

  * Mg. en Políticas Públicas. Codirector Droit Consultores
 

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