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El asesinato de Nora Dalmasso, esa mancha que corroe a la Justicia de Córdoba

A 15 años de aquel noviembre, y mientras la impunidad amaga con tapar con su sombra la causa Dalmasso, la Justicia no deja de echarse paladas de tierra. Paladas a sí misma. 
Martes, 23 de noviembre de 2021 20:24


Un cuerpo desnudo y estrangulado sobre una cama. Cuatro hipótesis para un asesinato. Tres sospechosos. Cinco fiscales pergeñando hipótesis. Años eternos de una impunidad que abruma y ensordece. Una mancha que corroe lo más profundo de la credibilidad de la Justicia de Córdoba.

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Un cuerpo desnudo y estrangulado sobre una cama. Cuatro hipótesis para un asesinato. Tres sospechosos. Cinco fiscales pergeñando hipótesis. Años eternos de una impunidad que abruma y ensordece. Una mancha que corroe lo más profundo de la credibilidad de la Justicia de Córdoba.

En esos términos podría resumirse la obscena impunidad del crimen de Nora Raquel Dalmasso (51), un caso que, en pocas noches, cumplirá 15 años sin que quien o quienes la asesinaron hubieran sido identificados y hubieran rendido cuentas. La impunidad está allí a la vuelta de la esquina. Parece mentira que desde aquel siniestro domingo 26 de noviembre de 2006, cuando el espanto se descubrió en aquel chalé de Río Cuarto, aún no se sepa qué pasó ni quién fue que hizo que eso pasara.

Para peor, es como si la Justicia hiciera todo lo posible para que el caso se empantanara en la nada y no se llegara a la verdad.
Parece mentira que el único acusado del asesinato pida a gritos, desde hace dos años y medio, que lo sienten de una vez por todas en el banquillo.

Marcelo Eduardo Macarrón (51) y sus defensores jamás se opusieron al juicio oral. Por el contrario, allanaron el camino. Se sienten confiados. Resulta inexplicable, a todo esto, que el juicio no se haya hecho todavía en la Cámara 2ª de Río Cuarto por un sinnúmero de excusas, y que encima no haya aún fecha concreta para 2022. Los pretextos sobran.

El viudo está acusado de haber contratado a uno o más sicarios para que maten a su esposa y madre de sus hijos. Sicarios que, por cierto, ni por asomo fueron individualizados por la llamativa investigación del fiscal Luis Pizarro, el quinto instructor del caso. Según el fiscal, por desavenencias conyugales y económicas, Macarrón habría pagado para que sorprendieran a su esposa, la ahorcaran y fingieran una violación.

Nada de disparos. Nada de una escena brutal en plena calle. Nada de fuego ni de detalles macabros. Nada de mensajes.

Uno podría preguntarse, de haber sido así, qué clase de crimen por encargo fue. Quizá estemos en presencia del asesinato contratado más inédito en la historia criminal argentina. Por otro lado, cuesta entender al cuarto fiscal que tuvo el caso Daniel Miralles, quien acusó al mismísimo viudo y con las mismas pruebas, pero por otra cosa: un femicidio cometido con sus propias manos.

No olvidemos que Miralles postuló que ese ataque habría sido concretado entre vuelos de avionetas, taxis de medianoche y corridas a las escondidas entre Punta del Este y Río Cuarto.

Cómo olvidar asimismo que el fiscal Javier Di Santo (quien se rodeó de sus pares Fernando Moine y Marcelo Hidalgo) llegó a tener imputados en un principio y por largo tiempo a dos acusados de manera simultánea y con hipótesis disímiles: por un lado, un pintor de obra con una supuesta violación seguida de muerte; por otro lado, el hijo de Nora y presunto matricida.

Si no fuera porque duele, abruma y enerva, semejante desmanejo judicial parece una desopilante mala comedia.

Pero no, pasó en Córdoba. Nora Dalmasso es algo nuestro, y si hay impunidad es por la Justicia cordobesa. En todo ese lodo, no hay que olvidar la forma grosera en que rodaron cabezas del poder político y judicial cuando Río Cuarto aún ardía, hace década y media. Parece que tuvo que cometerse el asesinato de aquella mujer para que la mugre emergiera como fétido pus.

Cuesta digerir, tolerar, aceptar que haya habido personas con poder, desde lo legal, para tomar semejantes decisiones sobre otras, y que haya habido personas que, también desde lo legal, hubieran dejado tomar esas decisiones. A 15 años de aquel noviembre, y mientras la impunidad amaga con tapar del todo con su sombra la causa Dalmasso, la Justicia no deja de echarse paladas de tierra. Paladas a sí misma.


Claudio Gleser
La Voz

 

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