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Banco Central de la Alta Edad Media (BCAEM)

Sabado, 27 de noviembre de 2021 02:04

El Aleph es un gran cuento de Borges, de los mejores. Refiere a un punto del universo que contiene todos los puntos, que se pueden ver al mismo tiempo y de una vez. Una vieja idea de la simultaneidad griega donde todo ocurre sin sucesión cronológica.

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El Aleph es un gran cuento de Borges, de los mejores. Refiere a un punto del universo que contiene todos los puntos, que se pueden ver al mismo tiempo y de una vez. Una vieja idea de la simultaneidad griega donde todo ocurre sin sucesión cronológica.

Borges anticipó magníficamente a Google, Instagram y TikTok; también a la Argentina de las políticas populistas venidas a menos de nuestros días.

Hay tiempos que son para estadistas en los que se debe arriesgar e improvisar porque es la única manera de torcer un destino de fatalidad cantada. Pero eso no es para cualquiera: improvisar no es para improvisados; más, el estadista crea, no improvisa, porque actúa en los hombros de experiencias de gigantes que lo precedieron. No es magia. Una vez más enfrentamos una crisis en la que se combina un doble juego de desafíos: endógenos y exógenos.

Problemas estructurales irresueltos, tan fáciles de diagnosticar y tan difíciles de resolver por la inmensa cantidad de intereses, desde sindicalistas venales hasta burócratas profesionales que solo pueden vivir del Estado; y otros externos que obedecen a un acontecimiento sin precedentes contemporáneos que ha alterado las bases del mundo en el que vivíamos. E hicimos todo mal y seguimos haciendo todo mal.

El último botón de muestra es la norma del Banco Central que prohíbe la compra en cuotas. Es como estar en el Aleph borgeano en el que se puede ver en simultáneo cómo empieza y cómo termina. Es obvio, tan obvio que emitir descontroladamente para ganar una elección termina en una inflación rampante y sin reservas. Casi como estar debajo del manzano de Newton viendo caer el fruto y discutiendo la ley de gravedad. Ese es el nivel de estulticia que nos ha llevado a poner en cuestión el valor del tiempo en finanzas (las cuotas y el interés), como si estuviéramos en un diálogo escolástico medieval. Porque es eso: el tiempo era solo de Dios para Santo Tomás de Aquino en la Edad Media; ya no es un problema en el siglo XXI, donde hasta la Iglesia tiene un banco, donde el sistema financiero se digitaliza, trasciende soberanías y fronte ras.

El mundo se fue a las criptomonedas, a los NFT (non fungible tokens) que permiten congelar momentos, venderlos y hasta crear arte virtual.

Y nuestro Banco Central de la Alta Edad Media (BCAEM, no BCRA) concentra sus esfuerzos y su "capacidad" en prohibir el tiempo, en congelarlo en busca de una llave de mandala que no va a llegar nunca de la mano de la improvisación.

Mientras seguimos discutiendo la ontología de la derrota en una elección y la bondad o maldad intrínseca del Fondo Monetario Internacional, nos quedamos sin reservas. Literalmente. Y tapando el sol con la mano queremos detener la rotación de la tierra. Ni la cultura ni la imaginación de Borges pudieron tanto

 

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