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Rusia y Ucrania: suenan tambores de guerra

Martes, 21 de diciembre de 2021 00:00

El presidente norteamericano Joe Biden advirtió a su colega ruso, Vladimir Putin, que cualquier acción militar contra Ucrania tendría una firme respuesta de Occidente. El episodio demuestra que, aunque parezca una remembranza del siglo pasado, los temores de una escalada bélica vuelven a hacerse sentir en Europa. Ese riesgo está implícito en la profundización de un conflicto secular cuyas implicancias impactan en un vasto tablero que abarca desde el debate europeo sobre el rol de la OTAN hasta el giro de la política interna estadounidense.

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El presidente norteamericano Joe Biden advirtió a su colega ruso, Vladimir Putin, que cualquier acción militar contra Ucrania tendría una firme respuesta de Occidente. El episodio demuestra que, aunque parezca una remembranza del siglo pasado, los temores de una escalada bélica vuelven a hacerse sentir en Europa. Ese riesgo está implícito en la profundización de un conflicto secular cuyas implicancias impactan en un vasto tablero que abarca desde el debate europeo sobre el rol de la OTAN hasta el giro de la política interna estadounidense.

La movilización de tropas rusas en la frontera ucraniana amenaza romper la tregua que en 2015 atemperó la contienda desencadenada en 2014 con la anexión por Rusia de la península de Crimea y la creación en la región oriental de Ucrania, de población mayoritariamente ruso - parlante, de las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk, que nunca fueron reconocidas ni por el gobierno de Kiev ni tampoco por la comunidad internacional.

El agravamiento de la controversia empezó en julio pasado cuando, en la página oficial del Kremlin, Putin publicó una declaración sugestivamente titulada "Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos", donde señaló que "la verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia". En respuesta, su colega ucraniano, Volodimir Zelesnki, respondió que "hoy existe la amenaza de que mañana habrá guerra".

Esas afirmaciones de Putin no fueron un rayo caído en medio de una noche estrellada. En febrero, pocas semanas después de la asunción de Biden, el gobierno de Kiev difundió un programa estratégico que proclamaba su intención de recuperar Crimea y restablecer su control sobre la media luna separatista, la Novorrussia, manejada desde el Kremlin. Moscú tomó el hecho como una reapertura de hostilidades.

Un conflicto con larga historia

Esta disputa tiene un trasfondo que recorre la historia de ambos países. En idioma ruso, Ucrania significa "frontera", pero el término era usado para marcar el límite del imperio con el resto de Europa. Lo cierto es que rusos y ucranianos son descendientes del antiguo principado de Kiev (del siglo IX al siglo XII), que era el estado más grande de Europa, con capital en Kiev. Moscú era una ciudad irrelevante, situada lejos de la metrópoli. Fue el príncipe Vladimiro el Grande (968-1015) quien inició la cristianización del imperio. La Iglesia Ortodoxa Rusa nació en lo que es hoy la capital ucrania na.

La actual fase del conflicto comenzó con la disolución de la Unión Soviética en 1991, que implicó el nacimiento de Ucrania como república independiente. El país quedó fracturado entre la mayoría de su población, que reconoce sus raíces culturales ancestrales, y una importante minoría ruso-

parlante, asentada en la zona oriental, que añora recomponer sus lazos con Moscú. Esa división hizo que, desde el colapso del comunismo, gobiernos pro-rusos y anti-rusos se turnaran en un escenario de permanente convulsión política.

La anexión de Crimea fue la respuesta de Putin al derrocamiento del presidente pro - ruso Viktor Yanukovich, quien pidió asilo en Moscú. No fue una iniciativa caprichosa. Se trata de un enclave de singular valor estratégico para Moscú. Su puerto es el asiento de la flota que posibilita a Rusia el control sobre el Mar Negro. El dominio de Crimea fue ejercido alternadamente por ambos países. El primer ministro soviético Nikita Kruschev, nacido en Ucrania, fue quien devolvió su administración al gobierno de Kiev cuando el país era parte de la Unión Soviética y ese traspaso no tenía ninguna significación geopolítica.

 

Dos bandos irreconciliables

Con ese antecedente, apenas desaparecida la URSS, Crimea se convirtió en una zona en disputa. Putin, quien encarna la resurrección del nacionalismo ruso y pretende restablecer la esfera de influencia geopolítica de Moscú sobre sus antiguos territorios, convirtió esa cuestión en una prioridad estratégica y la resolvió drásticamente con un acto de fuerza.

La anexión originó una crisis internacional, que provocó el establecimiento de sanciones de Occidente que dañaron sensiblemente a la economía rusa.

En ese escenario, la sublevación separatista de la minoría ruso-parlante reforzó la presión de Moscú sobre el gobierno ucraniano.

En lenguaje diplomático, Putin ofrecía a Kiev un trueque: respetar la integridad territorial de Ucrania, retirando su apoyo a las repúblicas independientes, a cambio del reconocimiento de la soberanía rusa en Crimea. Pero, como suele ocurrir con la dinámica de este tipo de conflictos, la escalada profundizó la fractura de Ucrania en dos partes irreconciliables.

Los ruso - parlantes se niegan a resignar sus pretensiones secesionistas. En contraposición, resurge en Ucrania un movimiento nacionalista que no acepta ninguna solución negociada, exige el reintegro de Crimea y el aplastamiento del brote independentista. Esta corriente nacionalista en ascenso amenaza entrar directamente en hostilidades contra los separatistas pro-rusos.

Los rusos los consideran herederos de los grupos ucranianos que en la Segunda Guerra mundial se alista­ron con los invasores alemanes para enfrentar al régimen comunista.

 
 El fantasma de la invasión

Las esquirlas del conflicto cayeron en lugares tan impensados como la propia Iglesia Ortodoxa, atravesada por una confrontación inédita. Los ortodoxos ucranianos, que congre­gan a dos tercios de la población, de­cretaron su independencia del Pa­triarcado de Moscú, un férreo aliado religioso de Putin, del que dependí­an desde 1686. Esa decisión fue ava­lada por el Patriarca Bartolomé, quien desde Estambul ejerce la au­toridad heredada del Patriarcado de Constantinopla, que desde el gran cisma de 1054, cuando los ortodoxos rompieron con el Papado, quedó a cargo de dirimir la jurisdicción de los distintos patriarcados, cada uno de los cuales es autónomo y supremo en su propio ámbito. Esta decisión enfureció al Patriarca de Moscú, que amenazó con desconocer la autori­dad de Bartolomé y protagonizar un segundo cisma.

Expertos como Alexander Kliment, de la consultora Eurasia Group, esti­man empero que lo que Putin pre­tende en realidad es incentivar los temores occidentales para negociar un acuerdo que signifique el levan­tamiento de las sanciones económi­cas, el reconocimiento internacional de la anexión de Crimea y de la inde­pendencia de las dos repúblicas pro-rusas del este ucraniano y la ga­rantía de que Ucrania no será admi­tida en la OTAN. Puntualiza que el mantenimiento de los gobiernos se­paratistas cuesta anualmente a Ru­sia 4.000 millones de dólares, mien­tras que Crimea supone otros 2.000 millones.
Mientras tanto, la Unión Europea, políticamente paralizada, mantiene las sanciones a Rusia, que también perjudican a sus economías, y se ve inmersa en una crisis internacional sin ninguna capacidad de influir en su desenlace. La OTAN observa el despliegue de tropas rusas sin una firme decisión de intervenir militar­mente en el conflicto.
En ese contexto, la situación de Ucrania evoca a la que padecían Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1967, antes de que la intervención del Ejército Rojo revelara la impo­tencia de Occidente frente a cual­quier iniciativa de Moscú dentro de su esfera de influencia en Europa Oriental.
La advertencia de Biden a Putin traduce la intención de adelantarse a los acontecimientos.

 

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico
 

 

 

 

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