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Vuelta al sol con barbijo

Martes, 23 de marzo de 2021 00:00

Como un presagio quizás, a finales de febrero del 2020 encontré un barbijo en casa. Estaba en el fondo de un cajón. Era de friselina, como esos que usan en los sanatorios. Lo lavé y lo acomodé junto a los pañuelitos de tela que aún resisten a pesar de la buena fama de los que vienen en paquetitos.

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Como un presagio quizás, a finales de febrero del 2020 encontré un barbijo en casa. Estaba en el fondo de un cajón. Era de friselina, como esos que usan en los sanatorios. Lo lavé y lo acomodé junto a los pañuelitos de tela que aún resisten a pesar de la buena fama de los que vienen en paquetitos.

Acaso ahí fue la primera relación entre barbijos y pañuelos de tela.

Supe al indagar como había llegado el barbijo a casa, que el personal que trabaja en industrias de alimentos también lo usa a diario, como los cirujanos en su tarea de reparar cuerpos bajo lámparas de fría luz blanca. Entonces advertí lo poco que sabemos de las rutinas diarias del trabajo de cada cual en la familia. No me desvelé mucho con el tema. A pocos días, supe que lo más importante había sido lavar y guardar el barbijo.

El 19 de marzo de 2020 el presidente Fernández anunciaba la primera cuarentena que corría a partir del día siguiente hasta el 31 de marzo, en principio. Luego se fue renovando anuncio tras anuncio y así dimos la vuelta al sol con restricciones, cuidados y protocolos.

El mundo ya los usaba. Buena parte estaba a favor y otros en contra como suele suceder con todo. Además, ­siempre hay algo que decir! ­Cómo no pronunciarse frente a la novedad!

"Mmmm .... los de friselina no son tan buenos" vaticinó mi madre - que está dentro del 100% de la humanidad que tiene algo para decir - sobre los barbijos en este caso dijo eso y agregó "yo hice los míos con doble tela, si querés te voy preparando algunos para cuando vengas".

No sabía ella ni yo que ese primer anuncio de cuarentena se renovaría y se renovaría. Pasaron meses, más de diez meses hasta que yo pude viajar y encontrarme con sus barbijos.

Mientras tanto aquel de friselina guardado cerca de los pañuelos me sirvió en los primeros meses, en los que no aún no creía conveniente comprar otro, tener más de repuesto o algunas variantes para combinar según la ropa o estar acorde con los tipos de salida.

Cuando a modo de tregua de navidad haciendo uso del certificado de verano pude viajar y rencontrarme con mi familia me encontré también con un stock de barbijos que me aguardaban desde el primer anuncio del presidente. No por casualidad estaban destinados a ser guardados al lado de los pañuelos de tela. Mi madre desplegó una serie digna de catálogo de moda. Los había pequeños y más grande, de tela fina y de tela rústica, para hombre, mujer y niños. Advertí que algunos motivos se repetían en mis pañuelos de tela. "Claro - dijo ella - los hago con los mismos retazos, se necesita casi la misma cantidad de tela". Con cualquier pedacito de tela ella hace pañuelos y ahora, barbijos.

Elijo los de estampados coloridos y ella agrega: "Ese es de una pollera que le acorté a Ofelia, me dejó el recorte que ya no iba a usar, el otro es de una camisa que le saqué las mangas". Más allá uno repetía el diseño de un batón de mi abuela. Luego ella tomó uno en sus manos: "Este es el que uso yo".

Y supe que no me engañaba la memoria cuando entre las flores de ese barbijo, me reconocí la niña que fui envuelta en un vestido de verano.

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