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Como vamos, vamos muy mal

Jueves, 01 de abril de 2021 02:16

La noticia de la pobreza que afecta a casi 20 millones de argentinos es el dato de una tragedia social. Una tragedia a la que nos vamos acostumbrando como sociedad. Los políticos de nuestro país tienen una frase hecha, paternalista, funcional y poco creíble: "Estamos trabajando para solucionar los problemas de la gente", que se matiza con "estamos cuidando la mesa de los argentinos".

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La noticia de la pobreza que afecta a casi 20 millones de argentinos es el dato de una tragedia social. Una tragedia a la que nos vamos acostumbrando como sociedad. Los políticos de nuestro país tienen una frase hecha, paternalista, funcional y poco creíble: "Estamos trabajando para solucionar los problemas de la gente", que se matiza con "estamos cuidando la mesa de los argentinos".

Hasta ahora, fracasan sistemáticamente. La pobreza está y el Indec, que ya no está intervenido la muestra parcialmente. Sus datos y proyecciones abarcan exclusivamente los treinta mayores centros urbanos, donde viven dos tercios de los argentinos. La crisis sanitaria tuvo que ver, pero nosotros agregamos lo nuestro. Según la Cepal, en 2020 "la tasa de pobreza extrema de América latina se situó en 12,5% y la tasa de pobreza alcanzó el 33,7% de la población" (ocho puntos menos que Argentina). Y señala que "la pobreza es mayor en áreas rurales, entre niñas, niños y adolescentes; indígenas y afrodescendientes; y en la población con menores niveles educativos". La realidad de nuestras áreas alejadas no aparece en la Encuesta Permanente de Hogares.

El problema debería ser la prioridad absoluta de todos los gobiernos, nacionales y provinciales. Para llegar al 42% de pobreza hace falta mucho más que un año de Fernández o cuatro años de macrismo. Es un problema estructural y acumulativo.

En primer lugar, el casi 60% de menores de 14 años que viven en la pobreza y la indigencia dependen de un sistema educativo regido por las prebendas de los gremialistas en desmedro de la escuela pública; por la fragilidad de la formación para el trabajo y por la incapacidad manifiesta para realizar las reformas que conviertan a la educación en una cuestión de Estado, porque se trata de un interés y un derecho fundamentales de la sociedad.

La pobreza nace de la falta de trabajo, una carencia que no se suple con asistencialismo.

Según el ministro Daniel Arroyo, sin la ayuda social, la indigencia del 10,5% hubiera saltado al 27,9% y la pobreza del 42 al 51%.

Con casi 45 millones de habitantes, según el INDEC, los asalariados registrados en el sector privado argentino suman 5.8 millones, 266.000 menos que el año anterior. Los asalariados del sector público aumentaron en 10.300 en el transcurso del año totalizando 3.2 millones; y los monotributistas son 1.6 millones, 25.800 más que el pasado año.

La pobreza y el desempleo crean una enorme dependencia del Estado, ya que además del exceso de empleados públicos, se estima que casi la mitad de los argentinos depende del erario público para sobrevivir.

Todo esto es resultado de una economía incapaz de generar inversión y crear focos de ingreso suficientes como para ir equilibrando al conjunto, generando innovación tecnológica y volcando la actividad hacia la producción de bienes y servicios con valor agregado y capacidad de exportación.

Para resolverlo hacen falta políticas claras, que valoren el trabajo. La pobreza viene acumulándose desde la crisis de la deuda en los '80, que afectó a toda la región; del colapso de 2001, que nunca se dejó atrás, y de la crisis actual que genera sensación de naufragio.

Tal como estamos, el aumento voraz de impuestos para cubrir el déficit solo va a multiplicar la pobreza. Las organizaciones "pobristas" que florecen con el desempleo y la exclusión van diseñando una nueva forma de clientelismo insostenible, además de degradante.

Es cierto que la desigualdad es un problema económico y social extendido en el mundo, pero siempre hay quien saca provecho de la crisis. Autodenominados dirigentes sociales, como Juan Grabois, y sindicalistas poderosos, como la familia Moyano, cercanos al gobierno, parecen empeñados en desalentar la inversión para acrecentar poder propio.

Como vamos, vamos mal. Es un sistema que no está funcionando. Sería muy saludable que desde las dos veredas de la grieta, empezando por Alberto Fernández y Mauricio Macri, empiecen a moderar el intercambio de acusaciones y por una vez, propongan un debate sobre el potencial del país y la construcción del futuro.

 

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