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Gracias, Animales

Por María Quintana, Lic. en Cs. Sociales.
Viernes, 30 de abril de 2021 01:57

Los animales en general enseñan la consideración al prójimo, la responsabilidad hacia terceros, la alegría de la espontaneidad, la ternura, la gratitud, el compañerismo y esa lealtad incondicional que ha permitido al hombre destacar virtudes o poner en su boca palabras inconvenientes o escandalosas cuyas consecuencias busca evitar para sí o para eternizar valores.
Así, en la Antigua Grecia el poeta Arquíloco (que fue castigado por oponerse a los valores bélicos de los espartanos) encuentra su vocación camino al mercado cuando las musas le ordenan abandonar la vaca y elegir la lira. Gran metáfora que coincide con proliferar las fábulas, esas narraciones breves -erróneamente catalogadas de infantiles- en que los animales y los seres inanimados hablan, razonan y actúan para criticar los vicios y defectos de la naturaleza humana y de la sociedad. Obviamente, los errores ¿sistemáticos? de los gobernantes los convierten en blanco preferido para el ingenio del autor y la sagacidad del lector, que identifican al tirano de turno, al rey despiadado, al legislador deshonesto, al pastor traidor, a la vanidosa casquivana o a cualquier simple mortal... por más camuflados que estuviesen como “gobernantes con piel de cordero”, “pusilánimes divididos entre halcones y palomas”, “la hiena se alimenta de carroña” y de “rata renga, presa fácil de los gatos” que se mete “en la boca del lobo”, “echando sapos y culebras” aunque vaya “a paso de tortuga”.
En el fecundo S.IV a.C, Esopo fue compilado por primera vez y Aristófanes escribió “Las Aves”, que hablaba de refundar la sociedad ante los excesos y fracasos del estado de ese momento. Los chinos, sutiles hasta el hartazgo, se burlaban de los burócratas “que ejercen el poder más que el emperador” repitiendo hasta el cansancio la Cacería a la que convocó la Sociedad de Bestias Salvajes, que duraría un día a cuyo término todos se encontrarían para compartir lo cazado. Al finalizar el día, el único que volvió sin nada fue el tigre, que desconsolado declaró: “Al amanecer encontré un niño que iba a la escuela, pero era demasiado tierno para nuestros paladares. Al atardecer, encontré un sacerdote, pero lo dejé ir sabiendo que estaba lleno de palabrería y vanidad. Cuando empezaba a desesperarme, encontré un burócrata. Pero no lo cacé: era tan seco y duro que quebraría nuestros dientes si se los hincábamos y nos haría matar con los esbirros que los impuestos de los pobres le habían granjeado”.
Siglos después, George Orwell convocaría a los animales para describir el desencanto de los siervos de la gleba con la revolución rusa y su ingenuidad al creer posible una sociedad igualitaria en “Rebelión en la Granja” donde se denuncia la manipulación y el abuso de poder de la era stalinista y de paso resucita la rivalidad entre Francia e Inglaterra bautizando Napoleón al cerdo que encarna a Stalin. Y una orden de Stalin hace posible que Leonardo Padura escriba “El hombre que amaba a los perros”, novela que echa luces sobre el asesinato de León Trotsky, gran amante de los perros, a manos de Ramón Mercader, fanático de dos hermosos galgos rusos.
Los animales han representado carácter o temperamento: Edwin von Rommel era conocido como “el zorro del desierto” por su inteligencia y sagacidad, virtudes que reconoce a los animales el mismísimo Winston Churcill cuando dice “La principal diferencia entre humanos y animales es que los animales no permitirían jamás que los lidere el integrante más estúpido de la manada”.
 

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Los animales en general enseñan la consideración al prójimo, la responsabilidad hacia terceros, la alegría de la espontaneidad, la ternura, la gratitud, el compañerismo y esa lealtad incondicional que ha permitido al hombre destacar virtudes o poner en su boca palabras inconvenientes o escandalosas cuyas consecuencias busca evitar para sí o para eternizar valores.
Así, en la Antigua Grecia el poeta Arquíloco (que fue castigado por oponerse a los valores bélicos de los espartanos) encuentra su vocación camino al mercado cuando las musas le ordenan abandonar la vaca y elegir la lira. Gran metáfora que coincide con proliferar las fábulas, esas narraciones breves -erróneamente catalogadas de infantiles- en que los animales y los seres inanimados hablan, razonan y actúan para criticar los vicios y defectos de la naturaleza humana y de la sociedad. Obviamente, los errores ¿sistemáticos? de los gobernantes los convierten en blanco preferido para el ingenio del autor y la sagacidad del lector, que identifican al tirano de turno, al rey despiadado, al legislador deshonesto, al pastor traidor, a la vanidosa casquivana o a cualquier simple mortal... por más camuflados que estuviesen como “gobernantes con piel de cordero”, “pusilánimes divididos entre halcones y palomas”, “la hiena se alimenta de carroña” y de “rata renga, presa fácil de los gatos” que se mete “en la boca del lobo”, “echando sapos y culebras” aunque vaya “a paso de tortuga”.
En el fecundo S.IV a.C, Esopo fue compilado por primera vez y Aristófanes escribió “Las Aves”, que hablaba de refundar la sociedad ante los excesos y fracasos del estado de ese momento. Los chinos, sutiles hasta el hartazgo, se burlaban de los burócratas “que ejercen el poder más que el emperador” repitiendo hasta el cansancio la Cacería a la que convocó la Sociedad de Bestias Salvajes, que duraría un día a cuyo término todos se encontrarían para compartir lo cazado. Al finalizar el día, el único que volvió sin nada fue el tigre, que desconsolado declaró: “Al amanecer encontré un niño que iba a la escuela, pero era demasiado tierno para nuestros paladares. Al atardecer, encontré un sacerdote, pero lo dejé ir sabiendo que estaba lleno de palabrería y vanidad. Cuando empezaba a desesperarme, encontré un burócrata. Pero no lo cacé: era tan seco y duro que quebraría nuestros dientes si se los hincábamos y nos haría matar con los esbirros que los impuestos de los pobres le habían granjeado”.
Siglos después, George Orwell convocaría a los animales para describir el desencanto de los siervos de la gleba con la revolución rusa y su ingenuidad al creer posible una sociedad igualitaria en “Rebelión en la Granja” donde se denuncia la manipulación y el abuso de poder de la era stalinista y de paso resucita la rivalidad entre Francia e Inglaterra bautizando Napoleón al cerdo que encarna a Stalin. Y una orden de Stalin hace posible que Leonardo Padura escriba “El hombre que amaba a los perros”, novela que echa luces sobre el asesinato de León Trotsky, gran amante de los perros, a manos de Ramón Mercader, fanático de dos hermosos galgos rusos.
Los animales han representado carácter o temperamento: Edwin von Rommel era conocido como “el zorro del desierto” por su inteligencia y sagacidad, virtudes que reconoce a los animales el mismísimo Winston Churcill cuando dice “La principal diferencia entre humanos y animales es que los animales no permitirían jamás que los lidere el integrante más estúpido de la manada”.
 

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