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El humor político es, y siempre ha sido, un arte. Un arte de compromiso político y social. El humorista trata de sacar a la luz los actos de corrupción e hipocresía que tanto temen los gobernantes, pero siempre con un toque de humor.
Argentina se caracteriza por una larga historia y tradición de prensa de humor político que surgió y se consolidó en el siglo XIX hasta la década de 1960 en relación con su contexto político, social y cultural. El errático camino de la política argentina entre la democracia y el autoritarismo y su impacto en el campo cultural y social se encuentra representado en las caricaturas, los chistes, las historietas y en notas humorísticas de la época y ha marcado el devenir de cada una de las publicaciones.
Las publicaciones más representativas de cada época como Don Quijote y El Mosquito en el siglo XIX, Caras y Caretas, en las primeras décadas del siglo XX, Cascabel en la antesala del peronismo y Tía Vicenta en la década de 1960.
En la actualidad el humor político queda relegado a la risa en torno de la corrupción: la política fue igualada a la falta de transparencia y el humor político de los ochenta y noventa se limitó a reírse de ese aspecto un tanto escandaloso y sobresaliente de la vida política argentina.
El humor político muere cuando está muriendo la política. El humor político vuelve a aparecer cuando la sociedad empieza a hablar de política otra vez; los que recuperan el humor político tienen que empezar todo de nuevo. El que empieza de nuevo, no tiene nada que perder y, por lo tanto, su discurso se radicaliza, va todavía más al hueso. Hay que construir un nombre, y un nombre no se construye con medias tintas.
El espacio de discurso irritante, de discurso libertario, de humor rebelde se abre porque la discusión política lo permite. Aparece como rebeldía a un discurso hegemónico. Es un humor que nace en defensa de ideas, y que se ha mantenido también como un espacio desregulado, donde incluso se marcan las contradicciones del propio espacio defendido.
Se establece entonces una tensión interesante entre ese humor que se estructura en defensa de una serie de ideas políticas que coinciden o no con las que defiende el Gobierno nacional de turno, pero no siempre concuerda con las prácticas de ese mismo gobierno. Una tensión crítica es propia del discurso humorístico: una molestia. El humor es política pero se mantiene al margen de algunas negociaciones propias de esta. El discurso humorístico no es pragmático, no es programático, no es lineal. La Argentina tiene una rica tradición de humor político, concientizador, reflexivo, crítico, confrontativo, que desnuda mecanismos del poder y vuelve más interpretable la realidad.
El humor político es una forma de hacer política. Tiene que ser crítico de lo que nos rodea, con ideología. Tiene que molestar, incomodar; la realidad siempre sale a flote, no hay manera de taparla,
El humor es el disfraz con que se enmascara el discurso político Tiene que hacer referencia a lo que está pasando y, especialmente, ponerse al servicio de la transformación. No basta con parodiar, incluso la simple imitación no es humor político. No se hace humor para que otros se olviden un rato de sus problemas; se hace humor para que quede en la memoria.
En el caso de los chistes políticos apuntan a reírse de los presuntos patanes incultos que gobiernan; los teóricos consideran que el humor provee de una salida para el miedo, el enojo y la frustración; y, finalmente, están quienes consideran a la incongruencia como el factor principal del humor ya que juega con la lógica desconcertante de la brecha entre lo que se dice y la realidad, entre la teoría y la práctica, o entre la vida doméstica y la pública. Cualquiera sea el caso, el humor político puede servir para reforzar un sistema social o para desestabilizarlo; los chistes pueden ser una válvula de seguridad o convertirse en palabras de George Orwell en “diminutas revoluciones” subversoras del orden establecido.
“El conflicto moral sin humor es imbecilidad; el humor sin conflicto moral es inmadurez”. (Joaquín Salvador Lavado- Quino). El humor, la cachada, la broma, la ironía y la viveza son instrumentos para parodiar la condición humana.
El hombre es el único poseedor de risa inteligente. Desde los cinco meses de edad, normalmente, los seres humanos tenemos risa inteligente; en adelante, la conservaremos si somos realmente inteligentes. La época que nos toca vivir adolece de spleen, de mal humor, de pésimo humor, de rencor, de bronca, de bilis negra, de dolor de hígado, de suspicacias con sarpullido. La risa es una poderosa arma defensiva ante lo estúpido y le pone una pizca de ternura, de cariñosa emotividad a la angustia. Muchas veces, “la risa es una crueldad pequeña que oculta una crueldad mayor” (Jean Guitton).
La risa pone en evidencia la necedad y la estulticia; desarma y confunde; puede ser arma sutil de comunicación y convicción, de construcción o de degradación vana, de armonía o del desbarajuste de los valores, por ello, esta expresión humana debe contextualizarse en la ética personal y en la de los otros.
El humor desdramatiza y desinhibe; llega hasta el carozo mismo de una verdad y la desnuda con una sencillez asombrosa. Con humor y risa el dolor duele menos aunque la realidad siga ahí y se hace menos duro abordarla cuando la mirada es más optimista. El humor es a veces una estrategia negadora y defensiva, que permite evadirse de situaciones que angustian. El humor inteligente ayuda a aceptar el conflicto y a enfrentarlo sin tanta solemnidad; el conflicto se ablanda y se minimiza.
“Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos” (Mahatma Ghandi), ni tampoco sin una sonrisa como expresión de buen talante y de conducta afable.
*Médico