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El eufemismo: la máscara del autoritarismo.

Viernes, 09 de abril de 2021 02:27

Según la Real Academia Española un eufemismo es "una expresión suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". En muchos casos usarlos es correcto porque nos ayudan a expresarnos sobre determinados temas sin herir sensibilidades. Pero la línea que separa este uso considerado incorrecto es delgada. Y un uso excesivo delata que "algo huele a podrido en Argentina".

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Según la Real Academia Española un eufemismo es "una expresión suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". En muchos casos usarlos es correcto porque nos ayudan a expresarnos sobre determinados temas sin herir sensibilidades. Pero la línea que separa este uso considerado incorrecto es delgada. Y un uso excesivo delata que "algo huele a podrido en Argentina".

El "lenguaje políticamente correcto" ha instalado en nuestra manera de hablar una enorme cantidad de eufemismos -gracias a una manipulación perversa- ante el miedo de herir a las infinitas "almitas sensibles" que se multiplican por doquier. Almitas que se ofenden por cualquier cosa y que, cual autoproclamados funcionarios del "Ministerio de la Verdad y de la Opinión Revelada", están siempre prestos a "marcar el error", a censurar y a condenar social y mediáticamente a todos aquellos "faltos de suficiente deconstrucción" que osen "ofenderlos" o que avasallen "sus derechos". Obvio que jamás les importa, en lo más mínimo, el derecho de todos esos otros a los que ellos no dudan en denostar. Tanta sensibilidad extrema y prohibición desnuda profundas limitaciones e incapacidades morales y sociales. Y la doble vara moral es una constante.

Nada describe más fielmente a una sociedad que sus prohibiciones. El lenguaje políticamente correcto es una proscripción que acciona a través de un mecanismo de censura social mediática e inapelable. No es un problema menor que sean ellos mismos los que también deciden qué -y para quién- es ofensivo. La Policía del Pensamiento en su verdadera dimensión.

 

Neolenguage autoritario

El lenguaje políticamente correcto, usado como forma de represión, es una forma de autoritarismo; otro paso hacia nuevas formas de fascismo. En una democracia, ¿no deberíamos luchar todos -porque el otro- cualquier otro, incluso aquellos con los que no tenemos ninguna afinidad intelectual, tenga el derecho a expresarse con libertad y a decir lo que piensa? Con respeto. Con pasión incluso. Sin intentar reescribir la historia ni reivindicar hechos horrorosos del pasado de la humanidad. Sin miedo a ser censurado.

¿No es esta acaso la base de una sociedad madura que debate y que cree en el valor de la diversidad y en la exploración de variadas formas de pensar? Es curioso. No es así.

La diversidad es solo una pluralidad declamada de la boca para afuera para estos nuevos dictadores donde solo tienen derecho a expresarse los que piensen según lo que ellos hayan decretado como una "forma válida de pensar". El autoritarismo de las infinitas minorías prestas a imponerse por sobre cualquier otra idea, incluso una mayoritaria. ¿Quién los designó policías del pensamiento? ¿Dónde se recibieron de catadores de la conducta ajena? ¿Quiénes son para juzgar tanto y tan rápidamente qué es un pensamiento correcto y cuál no? ¿Quién les da el derecho de meterse en la vida y en la intimidad de los otros?

Invariablemente la vida del otro es -para estos seres inferiores- una vida mucho más interesante que la de ellos. Es horrible. Son horribles. Pero está lleno de ellos. Sobran. No hace falta hacer nombres. Cada uno sabe de quiénes hablo y cada uno sabe a quiénes les calza el sayo.

Tapando el Sol con la mano

Los eufemismos también son usados para distorsionar la realidad ocultando su dramatismo y su verdadera dimensión. Naturalizándola. Invisibilizándola. Tapando -con toda intención- el Sol con la mano. El eufemismo es una forma de escape que no puede ocultar enormes dosis de egoísmo y crueldad.

Solo por poner un ejemplo de una lamentable actualidad, "personas en situación de calle" es un eufemismo utilizado para hablar de gente excluida del sistema y que se encuentra en un estado de completa vulnerabilidad y abandono. Un gran porcentaje de estas "personas en situación de calle" corresponde a mujeres con niños: el 67% de los chicos menores a 17 años viven en condiciones de pobreza (8 millones de chicos) y el 20% de ellos viven en condiciones de indigencia. Y una gran cantidad de estos niños están librados a su suerte. Expuestos a situaciones de violencia, de abuso, de trabajo infantil, de consumo de drogas, de desnutrición y, por supuesto, de falta de educación. En 2020 un millón de chicos abandonaron el sistema educativo, agravando el panorama a futuro. Esa es la cruda realidad. El eufemismo que acuñamos reza, en cambio: "los chicos se desconectaron del sistema educativo por la pandemia". Como si ellos tuvieran la posibilidad o el derecho de tomar esa decisión.

Argentina lo hizo

El problema es histórico. El fracaso de una sucesión interminable de eufemismos como "vivir con lo nuestro", "sustitución de importaciones" o "crecer consumiendo" - sólo por mostrar algunos desvaríos locales -, produjeron generaciones enteras de excluidos que se fueron apilando, unos sobre otros, cual capas geológicas. La fábrica de pobres a toda marcha. El pobrismo como estrategia política y como política de estado. La forma de exclusión más perversa como estrategia de construcción de poder político.

En lugar de resolver los problemas, nuestros dirigentes sólo van acuñando nuevos slogans y renovados eufemismos mientras enarbolan banderas vacías de cualquier contenido real. Erosionados de valores, de credibilidad y de representatividad, los distintos partidos políticos han permitido la entronización de un capitalismo de amigos y de testaferros.

Ocultos tras el eufemismo de un “Estado Robin Hood” donde es lícito sacar a los ricos -los otros ricos, no ellos- para dar a “sus pobres”; nivelando todo hacia abajo. Una cleptocracia autoritaria al poder.

 Ocho millones de “Chicas M.”

El caso de la “chica M.”, una “nena en situación de calle”, desnuda lo peor de un Estado ausente. Estaba bien llamarla por su nombre completo mientras era una “nena en situación de calle”. Ahora debemos llamarla la “chica M.” para “protegerla”. Me pregunto por qué ansiamos tanto protegerla no nombrándola, invisibilizándola, cuando nadie la protegió antes, cuando todavía tenía su nombre completo y vivía en ese lugar siniestro al costado de una autopista. Por supuesto, no vamos a hacer nada. No le vamos a cambiar la vida a ella ni a los millones de “chicos en situación de calle” con los que ya nos acostumbramos a convivir. Mientras tanto irán quedando en el olvido la amoralidad de los vacunatorios VIP; el totalitarismo insfraniano en Formosa; los cambios de ministros que no funcionan por otros todavía menos formados pero militantes; el desastre de la caída económica sin fin y la instalación paulatina de un autoritarismo neofascista disfrazado de progresismo     en todo el país.
Argentina es un país roto en el cual solo nos seguimos empobreciendo cultural, social, intelectual y económicamente. Peor. Estamos llegando a un punto donde nos están dejando sin aspiraciones y sin esperanzas.
Dejemos que sigan usando eufemismos ocultando la realidad y que nos apresen en este neolenguaje totalitario que tapa todo aquello que pretende denunciar. Sigamos todos hablando con la tibieza y el miedo que infunde el lenguaje “políticamente correcto” por miedo a ofender a las almitas de cristal y despertar a la policía del pensamiento y a los catadores de la conducta ajena que se multiplican por doquier. Que ansían desempeñar -desesperados y esta vez sí con eficiencia y revanchismo- su rol cobarde y cruel.
 

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