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Federico Teruel comparte secretos de su arte, que alía metales y fuego 

La fabricación de puñales es labor de artesanos especializados que se perfeccionan a diario. El experto cuchillero salteño ahora está seducido por el acero de Damasco. 
Sabado, 01 de mayo de 2021 21:20

Dicen que uno no elige las pasiones, sino que las pasiones lo eligen a uno. 

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Dicen que uno no elige las pasiones, sino que las pasiones lo eligen a uno. 

Federico Teruel es artesano de cuchillos desde hace tres décadas. Sus creaciones llegaron a España, Noruega, México y visten panoplias de coleccionistas. Sin embargo, su memoria A Teruel le ha conservado una imagen de sí mismo a los ocho años, cuando en la finca familiar Corralito, cerca de Cafayate, se entretenía con un amigo, que era hijo de uno de los peones, haciendo cuchillitos de sierra. Entonces no sopesaba que estaba desarrollando capacidades que no reposarían tranquilas en su interior, sino que pugnarían por manifestarse luego. Años después para aprovechar sus ratos libres mientras trabajaba en una compañía tabacalera con gran trayectoria en el mercado local, Federico aprendía sus “primeras armas” de oficiales mecánicos con los que compartía el ámbito laboral. 

Estas piezas, aunque sus ojos de experto hoy las desmerezca, tuvieron el mérito de atraer a compradores. Los interesados se multiplicaron tanto que debió dedicarse al oficio de manera excluyente.

Puesto a armar una línea de tiempo en estos treinta años de experiencia, Federico hace un trazo grueso para señalar el momento cuando artesanos de autor como Fabián Zanassi, Rodrigo Palmentieri y Alejandro Sánchez compartieron con él sus secretos y técnicas. 

“Iba de Salta, orgulloso de mi trabajo, a los encuentros nacionales e internacionales y cuando vi lo que hacían ellos me quería volver”, bromea. Y añade que estas proximidades en apariencia tan aplastantes no lo desanimaron, sino que lo llevaron a poner su labor en perspectiva e iniciar una senda de perfeccionamiento que no abandona. Todo esto lo contará detalladamente en un libro que está escribiendo, cuya fecha de publicación aún es incierta. 

Ahora pule una hoja sobre una banda de mica. Las partículas encendidas que saltan del choque entre piedra y metal le disputan protagonismo al haz de luz solar que se cuela por la ventana de su taller, y le dan marco de un dios-hombre dedicándose a un génesis.

A la par que tanto lumbre solar como chispas se alojan en el fondo de sus ojos, Federico desmigaja su pasión. 

Ofrece un guiado por su refugio y describe la función y el proceso de realización de un cuchillo punto por punto. Cuenta que los artefactos primigenios fueron una piedra de amolar y un soplete con el que templaba el acero. 

También que suplir necesidades lo llevó a completar este dúo con una lijadora de banda, una biseladora de doble polea, un torno para trabajar madera, una lijadora horizontal para satinar las hojas, un horno para templados, normalizados, recocidos y revenidos, una fragua que alcanza los 1.300° C. Varias de sus herramientas han sido elaboradas o adaptadas por sus manos. 

Explica además que hay dos grandes divisiones en el propósito de hacer un cuchillo artesanal: el desbaste y la forja. 

En el primer caso, se toman planchuelas o chapas de un espesor determinado y se corta la silueta de la hoja, se le hacen los biseles, se la pasa por los tratamientos térmicos y el pulido para finalizar con el encabado.

La segunda opción resulta más atractiva para el público inexperto. En la forja, relata Federico, se parte del monoacero o el multilaminado. Cada barra redonda de una pulgada se trabaja con un martillo o con la prensa hidráulica, que tiene una bomba de donde sale el material en rojo a la temperatura deseada para hacer el caldeo (soldadura de materiales) o la forja, que aplica una presión mecánica de quince toneladas y que se vuelve imposible de hacer manual. 
Los cuchillos de Damasco están hechos de varias láminas de hierro y acero soldadas entre sí, una pieza que luego se extrae y se pliega hasta que se forma el número deseado de capas. Cada pieza es única y no reproducible. Federico detalla que el Damasco es un acero carbón y que el proceso se inicia en planchuelas a las que se va combinando con otro acero que tiene un mayor contenido de níquel. Se superponen las capas -entre 25 a 130 o hasta 300- y se comienza a caldearlas. Estas se sueldan en la prensa. Cada lámina de ínfimo espesor es imperceptible a la vista. Después de pasar por los procesos surgen los diferentes patrones y el artesano antes de eso para ver las capas sumerge la hoja en cloruro férrico. 
¿El fin de tanta laboriosidad? “Puramente estético”, sintetiza Federico. La hoja acabada luce como una sucesión de huellas digitales o magnitudes de ondas, unas figuras fluidas y arremolinadas que agradarían a Edvard Munch. La hoja no refleja el exterior. 


Federico muestra un típico cuchillo criollo con hoja de Damasco. Tiene un botón, la hoja lanceolada, los biseles planos. 
“Más o menos de eso se trata”, sintetiza. Al consultarle cuánto tiempo le insume elaborar una de sus piezas se lo adentra en el orden de lo incontable. 
“Yo me río, porque una vez una señora me preguntó cuánto tiempo me había llevado hacer ese cuchillo, y yo le respondí que treinta años. Es una forma de decir, porque el aprendizaje hasta lograr esto lleva su tiempo. Es difícil decir, porque, por ejemplo, este cuchillo debe de tener, no sé, cincuenta horas de trabajo”, afirma. El cuchillo que empuña tiene un cabo de nudo de cohiue. “Esto tiene un proceso de estabilizado. Esta madera al natural es puro aire y así no serviría. El estabilizado se hace con una cámara de vacío, se la sumerge en una resina especial que va metiéndose en los huecos, en el aire que tiene adentro, y va reemplazando ese vacío. La resina se mete y empapa todas las fibras. Después eso se saca y se cura a cierta temperatura. La resina queda. Eso es el proceso de estabilizado. Realza la belleza, además”, especifica. 
Luego de escuchar su relato, su interlocutora se rinde ante la evidencia de que lo de él es otra manifestación de la actividad humana mediante la cual tanto interpreta lo real como plasma lo que ha imaginado con todos sus recursos.
Entonces, ¿es arte?
“Esto no es arte. Mi esposa, por ejemplo, pinta y lo hace muy bien. Ella hace arte. Y eso es lo que a mí me gusta de la artesanía: tiene funcionalidad. Es para ser usado. Una cosa es la parte estética: tiene que llamar la atención, tiene que ser lindo; pero también tiene que servir. Tiene que cortar y mantener el filo. El cuchillo tiene una utilidad ancestral, es una de las primeras herramientas del ser humano”, acota. 

 

Federico Teruel manifiesta que el adquiriente de un cuchillo de autor es idóneo, generalmente un coleccionista. “Hay gente que los compra y los pone en la vitrina. Ni los usa, aunque los cuchillos son funcionales al 100%”, define, y remarca la popularidad que ha cobrado su labor y la de tantos otros merced al reality show de History Channel “Forjado a fuego”, a través del cual el espectador viaja por la historia de la creación de espadas, una apasionante competencia en la que los artesanos se disputan el primer puesto condicionados por tiempos imposibles. 
“Hay un gran aprecio por la trayectoria de los artesanos. La gente valora lo que uno hace y eso le da un valor particular al cuchillo”, destaca. Aunque también existen, remarca, quienes los llevan a La Pampa para cazar jabalíes y esos cuchillos cumplen con tales requerimientos. Luego, continúa enseñando. Ahora se centra en la funcionalidad. “El que trabaja en cuchillería artesanal sobre el acero lo hace sobre dos parámetros: uno es la dureza y otro la estructura”, pone de relieve. Comenta que la dureza da retención de filo y la otorga el nivel de carbono que tenga el acero. Agrega que el acero por definición es hierro más carbono y que después existen cientos de agregados y variantes. “Hay una determinada cantidad de hierro que hace que el acero sea templable, es decir, que se obtenga cierta dureza después de hacerle los tratamientos térmicos correspondientes”, dice. 
“La dureza hace que se mantenga el filo, que no se vaya al primer corte. A un cuchillo que es de un acero demasiado blando lo tenés que afilar al segundo corte. Y a los cinco años te vas a quedar sin cuchillo, porque de tanto afilarlo se te estropea”, advierte. Por otro lado, menciona que es importante cómo se acomodan las moléculas de hierro y carbono en distintos tipos de estructuras. “Esa estructura hace la definición del filo, que el filo sea agudo. Que tenga realmente un gran filo, que vos digas es una gillete. Un filo quirúrgico que se va logrando con los tratamientos térmicos correctos. Sobre todo, cuando hacés forja, que sometés al acero a mucho estrés, a muchas tensiones. Le devolvés las cualidades propicias con los tratamientos térmicos”, relata. 


Asimismo es vital la armonía de cada pieza. “Parte de la funcionalidad está en el equilibrio, en la armonía, en el peso. Que el peso no sea excesivo. Y en función de qué tipo de cuchillo es también. Con la armonía me refiero a que no tenga un cabo demasiado largo o demasiado corto, en función de la hoja. La hoja puede ir variando, desde 12 centímetros hasta 30 o 40 si es un caronero”, describe. Menciona que el cabo también debe mantener una armonía y un equilibrio, tanto estético como funcional. 
“No solo tiene que ser lindo, sino cómodo, de buen agarre, firme y en algunos casos anatómico”, enumera.

Para Federico el cabo es “la vestimenta” del cuchillo, cuya belleza se percibe en los repujados y tallados de la madera, la alpaca, la plata, siempre respetando los estilos. “Soy conservador. Hay que tener respeto en esto, porque es una tradición de muchos años. Hay ciertas normas para hacer las cosas y hay que buscar la estética adecuada. Si estoy haciendo un Bowie no le voy a poner un cabo de criollo”, asegura. 
Por último, señala que entre tantas diferencias priman las órdenes que dé “el bolsillo de cada uno”. “También depende del gusto de cada uno. El gusto se modifica en función del conocimiento. Al tipo que no conoce de música vos le ponés música clásica y no le va a gustar porque no tiene el gusto adquirido. No tiene el paladar. A mí si me das un vino de más de 3.000 pesos y otro de 500 no sé la diferencia entre ellos, porque no tengo el paladar educado para un gusto exquisito. Pasa lo mismo con esto. El que sabe cuál es el proceso y el conocimiento que hay que desplegar para hacerlo... esa gente lo aprecia”. ¿Cómo “paladear” un buen cuchillo? “El primer golpe de vista es lo que enamora. Después lo estudiaremos, veremos si está derecho, si tiene buen temple, si tiene buen filo, si es durable o no. Pero el golpe de vista es lo que enamora”, concluye. 

 

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