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Criaturas compasivas en la selva

Los investigadores consideran que no es aconsejable ver en la conducta de los animales domésticos o salvajes nuestros propios pensamientos o sentimientos.
Lunes, 10 de mayo de 2021 21:07

Los hombres de ciencia del último medio siglo han tenido gran cuidado en no atribuir cualidades humanas a las aves o a los mamíferos. Nos aconsejan no ver en la conducta de los animales domésticos o salvajes nuestros propios pensamientos o sentimientos. Pero, cuando el día declina y los troncos arden en la chimenea, se ha visto a más de un biólogo sacudir la cabeza con admiración al relatar algún suceso que trasluce dignidad humana en el animal.

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Los hombres de ciencia del último medio siglo han tenido gran cuidado en no atribuir cualidades humanas a las aves o a los mamíferos. Nos aconsejan no ver en la conducta de los animales domésticos o salvajes nuestros propios pensamientos o sentimientos. Pero, cuando el día declina y los troncos arden en la chimenea, se ha visto a más de un biólogo sacudir la cabeza con admiración al relatar algún suceso que trasluce dignidad humana en el animal.

Los investigadores consideran que las acciones de las aves, por ejemplo, son primariamente instintivas. Un pajarillo en el nido ve a su padre y automáticamente abre la boca. El ave joven emigra en otoño hacia su territorio de invernada, y vuelve en primavera y construye su nido, sin ser en absoluto instruida para ello. Hasta donde concierne a la ciencia, el ave está reaccionando más que pensando. Esto lo sabe cualquier ornitólogo.

Uno de estos científicos relató una vez de cómo quedó impresionado por la actuación de una gaviota.

En un campamento de verano, este señor daba clase, el cocinero recibió un huevo de gaviota. Al día siguiente salió de su cáscara una pequeña y húmeda ave. La cría miró a su alrededor y aceptó rápidamente al cocinero como madre, como hermanos a los chiquillos del campamento como su “hogar”. Se aficionó a comer a las horas de las comidas, jugaba en el césped con los chiquillos y dormía en los postes de las camas. No había otras gaviotas en aquel campamento de montaña, y los pocos pájaros que había no le causaban ninguna impresión: se había adaptado al mundo del hombre.

A mediados de julio llegó al campamento un pájaro carpintero, también como ella domesticado, pero en jaula. Pasaba la mayor parte del día tamborileando una solitaria retreta en las barras de la jaula. La gaviota se acercó y quedó quieta en un estante cercano. El ornitólogo la observó y pudo casi sentir que en la gaviota se translucía, como un pensamiento, una especie de llamada de la raza. Repentinamente la gaviota corrió y se sentó junto a la jaula. El pico dejó de tamborilear. Se oyeron unos apagados sonidos, emitidos por sus gargantas sin habla. La gaviota y el carpintero compartían su solitario aislamiento. El rito se repetía a diario. El picón suspendía cada vez su triste martilleo y, según decía el ornitólogo,”parecía encontrarse descansado y a gusto junto a la compasiva gaviota”.

Otro científico contó que no podía creer que pueda darse entre animales salvajes una forma de adopción muy desarrollada, casi humana. Contó el caso de dos gorriones jóvenes. Ambos padres habían sido previamente anillados, de forma que estaba absolutamente seguro de no haberse equivocado. Poco después de incubar los huevos, una serpiente mató a la madre. El padre no tardó en traer a otra hembra para que lo ayudara a alimentar a los hambrientos polluelos. Varios días después el padre murió. La madre adoptiva trajo a otro macho al nido y los huérfanos fueron criados por estos dos extraños.

En otra ocasión, las aves silvestres ayudaron a otra joven lechuza. Esta estaba cautiva en un campamento, donde se le daba de comer, pero una mañana se comprueba de que su estómago estaba lleno, se pensó que había cazado una rata, porque era todo a cielo abierto. Al otro día pasó lo mismo. Ese mismo día se traslada el campamento a otro sitio alejado y esa noche observan que la lechuza lanza un grito de “lechuza hambrienta”, un sonido como de moler piedras y dos enormes lechuzas aparecieron volando en la oscuridad. Se posaron en el suelo cerca de la “huérfana”, atiborraban de ratones su boca abierta y luego desaparecían volando.

De acuerdo a las leyes científicas un ave no puede “amar” ni “apenarse”, excepto por su propio sufrimiento. Durante los últimos 20 años se han realizado intensos estudios sobre el comportamiento animal, y con estas investigaciones ha quedado demostrado que las aves y los mamíferos tienen algunos rasgos humanos, o bien nosotros tenemos rasgos animales. Ciertamente la del hombre es la más variada, adaptable e inteligente de todas las formas de vida sobre la tierra. Hay evidente diferencia entre el hombre y las aves o los mamíferos, pero las semejanzas son también grandes. Al percatarnos de ellas conseguimos una imagen más vívida de nosotros, y entendemos mejor que a todos nos han moldeado las mismas leyes.
 

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