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Las esforzadas trayectorias educativas de chicos pobres

Lunes, 14 de junio de 2021 02:24

El progresismo criollo viene discutiendo desde hace mucho tiempo el valor del mérito como criterio de promoción social. Según estos posicionamientos, lo que llamamos mérito no es otra cosa que una valoración de los recursos simbólicos heredados que la escuela legitima promoviendo y titulando a los miembros de los sectores socioculturales medios y altos.

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El progresismo criollo viene discutiendo desde hace mucho tiempo el valor del mérito como criterio de promoción social. Según estos posicionamientos, lo que llamamos mérito no es otra cosa que una valoración de los recursos simbólicos heredados que la escuela legitima promoviendo y titulando a los miembros de los sectores socioculturales medios y altos.

Es un discurso que invalida la acción de la escuela y el esfuerzo personal como estrategia de construcción de un camino de realización personal y diseño de futuro. Contiene, además, una sentencia de inamovilidad social, de conservación del statu quo, que generan políticas ultraconservadoras.

Se puede leer como la fundamentación de una propuesta para cambiar los criterios que organizan las jerarquías de la estructura social. No hay que ser muy avispado para comprender que se trata de sustituir mérito por tutela política. No solo no hay que ser muy avispado sino que con la sola observación de la dinámica de premios y castigos que hoy dinamizan la sociedad, se puede concluir que es este el criterio que el progresismo trata de validar.

Sincerar las estadísticas

Los que sustentan la valoración del mérito insisten en que hay una relación virtuosa entre educación y progreso, entre educación y consecución de una vida mejor. Me inscribo en esta línea de pensamiento. Sin embargo, creo que para que esta relación sea virtuosa hay mucho para hacer en el campo de la educación.

Un punto de partida es el sinceramiento de las estadísticas que alimentan la idea de que más educación está asociada siempre a mejores posibilidades futuras. Este vínculo hoy no existe y es necesario buscar los modos de reconstruir esta ligazón.

Invito a los lectores a ponerse en el lugar de un chico o una chica perteneciente al quintil más bajo de la escala de ingresos que inicia su trayectoria educativa.

Le toca ir a una escuela pública con serias deficiencias estructurales, seguramente con poca calefacción en invierno y muy calurosa en verano, donde no hay conexión a internet y tampoco computadoras. Sin embargo, tiene un celular o alguien de su familia se lo presta y ese es el único vínculo que lo articula con la condición digital de la era en que vive.

A pesar de todo, tiene más de un 90% de posibilidades de finalizar su escuela primaria, aunque corre el riesgo de estar entre el 50% de chicos que terminan sabiendo poco o nada de matemáticas o del 30% que sabe lo básico o menos de lo básico de lectoescritura.

Estas condiciones de ingreso a la secundaria dificultan seriamente su trayectoria en el nivel secundario, sin embargo si se esfuerza y hace honor al principio del mérito puede estar entre el 30% de chicos de su condición social que terminan el nivel.

Seguramente, ha escuchado a más de un funcionario, periodista y especialista plantear que el nivel secundario completo mejora sus posibilidades de empleo ya que las estadísticas muestran que la tasa de desempleo para quienes tienen ese grado es menor a la de los que no terminaron la secundaria.

Sin embargo, la estadística, según datos de la encuesta de hogares de 2017 año en que la Argentina aún no caminaba por el borde del abismo, esconde la suerte diferenciada de los integrantes de los distintos quintiles de ingreso. Para nuestro chico/chica que pertenece al quintil 1, o sea al de los más pobres, la tasa de desempleo es 5 veces más alta que la de un chico con su mismo nivel educativo pero que forma parte del quintil de ingresos más alto.

De modo que el título secundario le aportó algo pero poco. Algo porque si no hubiera terminado la secundaria pertenecería a un grupo cuya tasa de desempleo es 2 puntos más alta.

Terminó en un bachillerato que no le proporcionó ninguna formación específica para el trabajo, consigue algo en el mercado informal y pone sus esperanzas en una carrera universitaria.

Las universidades del conurbano ofrecen carreras no muy largas en las que podría titularse en pocos años y asegurarse así un ingreso al trabajo formal.

Aún con el título en mano, este salto es difícil. Nuestro chico no conoce a nadie que lo acerque a ese mundo que le dé la primera oportunidad. Nadie de su familia tiene un contacto que le ofrezca un pase para entrar, su origen social le sigue coartando el ingreso, sigue estando en un grupo que ostenta un 20% de desempleo cuando para los egresados universitarios que provienen del quintil más alto la tasa de desempleo es de solo 1,5% o sea un porcentaje 14 veces menor que el suyo.

Por supuesto, nuestro chico o chica puede estar entre los que consiguen trabajo y hasta entre los que obtienen un buen trabajo, pero le costará mucho más que a los demás, porque en la Argentina salir de pobre es solo para unos pocos que logran combinar esfuerzo, suerte e inteligencia para aprovechar las oportunidades. Todo eso no se aprende en la escuela. Se obtiene como resultado de una combinación aleatoria de circunstancias.

Si la escuela adoptara las metodologías adecuadas para la enseñanza a alumnos que aportan recursos culturales muy distantes a los que exige la escuela (desde hace muchos años estas metodologías existen y son de probada efectividad), si el mercado no fuera demonizado por el sistema educativo y se hicieran las ligazones adecuadas entre formación y exigencias del mercado y si la educación de los pobres no estuviera procesada en el molde del "compasionismo" que propicia el actual progresismo criollo y el mercado ofreciera más oportunidades, la relación entre mérito y progreso individual podría reconstruirse. (Club Político Argentino).

 

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