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Salud pública, a escala humana

Jueves, 22 de julio de 2021 01:47

Todo hombre es un enfermo potencial. El dolor, el padecimiento de una enfermedad, son experiencias conscientes e intransferibles, limitaciones que persiguen al hombre desde los albores de la humanidad.

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Todo hombre es un enfermo potencial. El dolor, el padecimiento de una enfermedad, son experiencias conscientes e intransferibles, limitaciones que persiguen al hombre desde los albores de la humanidad.

Un prójimo compasivo no tarda en dar lugar a la empatía por el padeciente y una incesante búsqueda del alivio en la asistencia del dolor ajeno; la salud es condición esencial para el goce de la vida.

Parafraseando al Dr. Florencio Escardó, el médico “es un ser de democracia”, por su origen, por su formación y por el tipo de actividad social que realiza, las direcciones de su espíritu están tendidas inevitablemente hacia el prójimo. En cuanto médico libre y actuante en estado de pureza, la contaminación con la burocracia, con el funcionarismo, con la política, con la riqueza o con el escepticismo, lo mutilan. Y al dejar de ser médico de una manera total, se limita a su nueva condición perdiendo la calidad irradiante que lo clasifica esencialmente como democrático.

Sin embargo, el ejercicio profesional en nuestro país viene siendo condicionado y limitado por el propio sistema de salud a partir de gestiones fundadas en meras consignas ideológico partidarias, desoyendo así principios esenciales de la planificación sanitaria. La hibridación de nuestro sistema de salud conformado por subsectores (público, prepagas y privado) que operan en la orfandad por la ausencia u omisión de un Estado que asegure la sinergia y el gobierno, la dirección y el control de dichos subsectores conlleva, indefectiblemente, al divorcio ejecutivo de las partes sin más derrotero que los intereses de los dividendos gananciales.

He aquí la disyuntiva de asumir a la salud como un “servicio” o como un “derecho”, lo cual obliga a plantear conceptos disímiles, tanto en su filosofía como en su aplicación al diseño de programas sanitarios.

La primera concepción equipara al ejercicio médico como una actividad inspirada y sometida a las reglas de mercado tornándolo en un mero servicio comercial. De ese modo, el médico se priva de gran parte de sus capacidades terapéuticas al tomar elementos del acto de comercio, y haciendo de la salud un privilegio de pocos. Mientras tanto, en la segunda, la salud deja de ser un privilegio para pasar a ser un bien social, haciendo del acto médico un ambiente de comunión espiritual donde confluyen aspectos materiales y espirituales que ineludiblemente convergen en todo enfermo. Por eso es necesario que el galeno luzca no solo capacidades científicas, sino también morales, ya que ambas condiciones portan valores terapéuticos insoslayables.

Ya Platón en la Apología de Sócrates decía que los médicos debían tener dos condiciones: una, la aptitud que le daban sus conocimientos y habilidades para curar la enfermedad, y a ésta la llamó “tekné” (tecnología), con lo cual era un buen técnico. Pero para ser un buen médico tenía que tener además la actitud de una persona que cuida a otra persona, y decía esto es el “medeos”. Por lo que, etimológicamente, “médico” es la persona que “cuida a otra persona y, además, la cura”. En este sentido, es innegable la contribución a la ruptura de la relación médico - paciente la incorporación de nomencladores que reemplazan “honorarios” por “precio” y que condicionan una relación siempre regida tanto por la angustia explícita del paciente como la del propio médico al impregnarse de conductas propias del mercantilismo, tan legítimas en el ámbito comercial como perjudiciales en la terapéutica.

La anomia y los bajos salarios en el ámbito público para quien se ve forzado a ejercer en más de un subsector de la salud, compelen al profesional a un ejercicio ambiguo, que en no pocos casos revelan una medicina especulativa, esquiva a los compromisos hospitalarios y más enfocada a la prestación privada. Así es que aquellos prestadores médicos que castigados por vivir y ejercer su vocación, conviven con aquellos profesionales ejecutivos que supieron adaptarse a la corrupción del sistema.

Nuestro sistema público de salud no dista de ser una estación de paso para el profesional que abreva de su casuística para adquirir experiencia (tekné), relegando a un segundo plano la empatía (medeos) y su sentido de correspondencia en pos de “triunfar” en el orden particular/privado.

Un antecedente histórico, de meollo netamente democrático, fue la ley Oñativia. Después se precipitaron los grandes equívocos de nuestras políticas sanitarias que disiparon la filosofía del “bien social” a partir de un golpismo que dará prioridad a los grandes grupos económicos en desmedro de aquel entronque filantrópico.

Por otra parte, las conductas políticamente correctas por parte de los responsables de nuestras instituciones de salud son el sesgo que desvirtúa la gestión de la salud, desposeída de ejemplaridad y de serias políticas sanitarias.

Tales circunstancias explican el previsible malestar por parte de los trabajadores del ámbito de la salud. Sin embargo, al expresarse en un mero reclamo salarial, estarán muy lejos de alcanzar la concreción de sus exigencias. Estas solo serán asequibles si a la par de tales petitorios, aceptamos un sinceramiento de la realidad sanitaria y las debilidades de nuestro sistema de salud. Asimismo es imperativa la participación de toda la corporación médico sanitaria en su enmienda, como protagonistas responsables del diseño de una planificación ajustada a la realidad sanitaria que la hagan perfectible, sustentable y accesible, profesional garantizando así tanto el derecho a la salud como la dignificación.

* Especialista en cirugía general y Salud Pública. Es médico del los hospitales Papa Francisco, San Bernardo y Joaquín Castellanos de Gral. Güemes.
 
 

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