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El rechazo heroico a la cuarta invasión

Jueves, 19 de agosto de 2021 02:29

Corría el año de 1820, aquel de la disolución del poder nacional tras la caída del Directorio y mientras aún faltaban cuatro años para que culminara la Guerra de la Independencia con la victoria en Ayacucho, las incursiones realistas no cesaban sobre Salta y el actual norte argentino. Además, en Salta el panorama político también había comenzado a agitarse desde fines de 1819, y los enemigos de Martín Miguel de Güemes a envalentonarse.

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Corría el año de 1820, aquel de la disolución del poder nacional tras la caída del Directorio y mientras aún faltaban cuatro años para que culminara la Guerra de la Independencia con la victoria en Ayacucho, las incursiones realistas no cesaban sobre Salta y el actual norte argentino. Además, en Salta el panorama político también había comenzado a agitarse desde fines de 1819, y los enemigos de Martín Miguel de Güemes a envalentonarse.

Primero desertó Manuel Eduardo Arias, a quien habían intrigado diciéndole que no se habían compensado suficientemente sus servicios ni reconocido sus méritos. Arias pasó a conspirar directamente con Bernabé Aráoz y Pedro Antonio Olañeta. Posteriormente el gaucho Vicente Panana, que formaba parte del círculo de la más absoluta confianza del caudillo, fue a hurtadillas hacia donde Güemes se estaba bañando, instilando el resentimiento que le habían inoculado sus detractores de la Patria Nueva e intentó matarlo con un facón. Güemes lo sorprendió gritándole: "que hay Panana" e inmediatamente pudo reducirlo. Luego lo indultó.

Poco después el héroe gaucho se enteró de que se preparaba una sublevación en Jujuy, liderada por Pablo Soria y Manuel Eduardo Arias, que a su vez había iniciado un fluido intercambio epistolar con el brigadier Pedro Antonio Olañeta, el principal enemigo de Güemes en la Quebrada de Humahuaca. Y a su vez, en Salta, la Patria Nueva comandada, entre otros, por Facundo de Zuviría, que años más tarde mostraría un profundo arrepentimiento, y el principal traidor a Güemes, Mariano Benítez, fraguaban también otro conato destituyente. Sin embargo no todas eran malas noticias para el jefe gaucho. El 8 de junio de 1820, el Libertador José de San Martín firmó el despacho que lo nombraba general en jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. San Martín abrigaba la esperanza de que Güemes y sus gauchos, fuesen el flanco derecho del Ejército de los Andes.

Conviene hacer una pequeña digresión en este relato. Para quien escribe estas líneas, siguiendo al insigne historiador Bernardo Frías, la ciudad de Salta fue sitiada cinco veces, entre 1812 y 1821. Conforme a ello se cuentan el número de invasiones. La Cuarta Invasión o invasión bicéfala, porque tenía doble jefatura: los generales José de Canterac y Juan Ramírez Orozco, comenzó el 5 de febrero de 1820. Fue la única de todas las incursiones realistas, en que los godos llegaron a combatir en el actual territorio de Rosario de la Frontera. De una inusitada ferocidad y una línea de ataque integrada por cinco mil soldados veteranos, la dimensión de la ofensiva en Jujuy y Salta, no reconoció precedentes, pues fueron tantos los frentes de batalla, que se la conoció como la Guerra Total. Se peleó en lugares tan diversos como Abra Pampa, Monterrico y Río Grande en Jujuy; o Campo Santo, Betania, la quebrada del Gallinato, La Caldera y todo el Valle del Lerma. En esta lid fue cuando cayó herido de muerte el célebre guerrillero Pastor Padilla, a quien Julio César Luzzato lo inmortalizó en su poesía. Padilla había caído al suelo junto a su caballo muerto, le ofrecieron salvarle la vida si delataba dónde estaba Güemes y eligió ser lanceado por tres soldados de la infantería real.

Mientras todos estos sucesos ocurrían, los conspiradores contra Güemes entablaron negociaciones secretas con los españoles a fin de derrocarlo como gobernador. Argüían estar hartos de sus requisiciones económicas. El caudillo les respondía que sin recursos no habría Patria, pero evidentemente no todos tenían la misma visión. Otra vez, la mancomunidad de mujeres que le brindaba información a Güemes fue clave para que se pudiesen descubrir las estrategias realistas. El caudillo decidió crear en esta ocasión formaciones celulares, que debían atacar sin reportarse y sin comunicarse, sino ejecutar un plan para cada caso. Fueron las famosas partidas corsarias, llamadas Gobernador, a cargo del gaucho Norberto Valda; Güemes, al mando de Sinforoso Morales; Carmen, comandada por Antonio Feijoó; Candelaria, conducida por don Ángel Mariano Zerda; Valor, bajo la jefatura de Luis Burela; Pirata a las órdenes del gaucho Augusto Rivera y la Coronela al mando del infatigable comandante Juan Antonio Rojas, soldado de mil batallas. A su vez, estableció tres Divisiones autónomas al mando de Bartolomé de la Corte, José Antonino Fernández Cornejo y el Pachi Gorriti. Esta vez Güemes mudó su cuartel general y lo estableció en Puerta de Díaz (actual Coronel Moldes).

El fragor de la lucha fue tal, que por ejemplo entre el 2 y el 19 de junio de 1820 se combatió en forma prácticamente ininterrumpida en el Chamical, Rosario de la Frontera, Cerrillos, los arrabales de la ciudad de Salta, en la Cuesta de la Pedrera, en finca la Cruz y en el Bordo. Fueron múltiples emboscadas donde la fusilería española prácticamente agotó su poder de fuego y los gauchos se fueron agigantando de tal modo, que poco a poco encerraron a los españoles dentro de Salta y otra vez fueron pasibles de la guerra de recursos, al punto de dejarlos prácticamente exangües. Cuando los españoles decidieron retirarse por cuarta vez consecutiva, sin haber logrado su objetivo, Güemes, fiel a su estilo prosiguió la persecución sobre la retaguardia que se retiraba en zafarrancho y fue entonces cuando decidió que entrase victoriosa a la ciudad de Salta, para anunciar el triunfo, rodeada de escuadrones gauchos que la aclamaban tanto como a su hermano, su hermana Macacha. Transidos por la emoción, hicieron una formación marcial y fue entonces cuando en medio de las lágrimas, después de tantos esfuerzos, comenzó a agolparse una multitud sobre la vieja Plaza de Armas (actual 9 de Julio) y en medio de un rumor ensordecedor, se aunaron las voces en un grito: ­Viva la Patria!, ­Viva Güemes carajo! Cuenta la leyenda que desde ese día los enemigos del líder comenzaron a trabajar sin descanso, pausa ni medida para asesinarlo. Quedaba menos de un año para que cumpliesen sus designios y enlutaran para siempre el alma de Salta con esa imperdonable felonía.

 

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