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Argentina y la ausencia del sentido colectivo

Sabado, 18 de septiembre de 2021 02:33

Día de acto eleccionario en la Argentina.

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Día de acto eleccionario en la Argentina.

Uno más.

La persistente sensación de que el rito electoral no resulta vital, no dirime nada, no ofrece ni aporta alternativas superadoras y resulta una acción absolutamente vacua y carente de efecto, se agiganta hasta el punto de transformarse en una abrumadora realidad en la vida de todos los argentinos (y aclárese para algún distraído - que cuando digo "todos", no resulta necesario decir "y todas").

Lo dicho resulta absolutamente empírico, es decir, basado en la experiencia y en la observación de los hechos. Por ende, incontrastable.

La pertenencia

La alarmante "deconstrucción" del sentido de pertenencia colectivo en la Argentina reconoce vastos y disímiles fundamentos (según la Real Academia: deconstrucción es el "desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades").

Por oposición, la ausencia de sentido colectivo genera grandes tendencias a su compensación con el ejercicio de un individualismo exarcebado.

Y para un proyecto de república, de país, para su desarrollo y proyección, no puede existir mayor amenaza o acecho. "Nadie se salva solo" o "sálvese quien pueda": entre estas dos alternativas se juega hoy la Argentina, expresadas mediante un franco pragmatismo verbal, cuya licencia nos permitimos y esperamos resulte dispensada por el lector.

El análisis de cada uno de aquellos fundamentos excede el objeto del presente artículo.

En todo caso nos limitaremos a exponer los que consideramos más relevantes y con mayor impacto en el proceso que describimos.

Vale destacar: es aconsejable y prudente la descripción de la realidad en forma objetiva y desapasionada.

Es el punto de partida para cualquier intento de superar el proceso de desintegración de nuestro país.

No es una quimera la reconstrucción del pensamiento colectivo y del sentido de pertenencia que trascienda lo meramente individual, con la democracia como bandera.

Y en este sentido, el hecho de que cada acto eleccionario resulte en Argentina un plebiscito sobre valores esenciales que logren cohesión colectiva, identidad de país, ha determinado que -en forma gradual y sostenida- perdiéramos, cada uno de los argentinos, la posibilidad de pensar a nuestro país en términos colectivos y con proyección de futuro.

En cada elección debe plebiscitarse, eventualmente, un modelo y proyecto de gestión de la cosa pública. Y no la moral, la ética, el respeto, la equidad, la libertad, la seguridad, la institucionalidad... y la lista continúa.

Este, en nuestro entendimiento, es uno los factores principales de la problemática que aquí se describe. Sus consecuencias han sido nefastas, en vastísimos planos.

La espada de Damocles

Un peligroso proceso pendular ha impactado de lleno en nuestra idea y proyecto de país.

¿Consecuencias concretas?: índices alarmantes de pobreza, instalada en nuestro país a nivel estructural; condiciones macroeconómicas desfavorables y permanentes en el tiempo; índices inflacionarios descomunales a los cuales los argentinos de a pie incorporamos como componentes infaltables e inalterables en nuestra economía: la convivencia con ellos resulta una batalla diaria desde tiempos inmemoriales; falta de institucionalidad (más abajo haremos breve referencia a los tres poderes del Estado), escasa generación de empleo, falta de desarrollo de infraestructura, falta de conectividad global y consecuente pérdida de credibilidad global.

Pero, ¿cómo creer en un país que plebiscita sus valores colectivos en cada elección?

A su vez, en la Argentina sin sentido colectivo confluye la pobre gestión de turno de los tres poderes del Estado, decididamente influenciada por la ausencia de valores comunes consolidados.

Veamos brevemente:

* Poderes legislativos inflacionados de incompetencia, que resultan costosas y anacrónicas estructuras, devenidas en escribanías de los poderes ejecutivos.

* Poderes ejecutivos sin capacidad de gestión, liderados por agentes carentes de idoneidad, y que no resuelven problemas estructurales.

* Poderes judiciales captados por los demás poderes, absolutamente dependientes, anacrónicos en su funcionamiento y sin capacidad de respuesta a los justiciables, con mayor preocupación sobre las formas y no sobre el fondo.

Introducimos acá el debate que debe darse sobre la irritante exención de este último poder respecto del concepto de igualdad tributaria.

Párrafo aparte merece el servicio de administración de justicia en la Provincia de Salta, el que ante la pandemia generada por el virus SARS-CoV-2 tenía la oportunidad de fortalecer en todo sentido su institucionalidad.

Nada de ello ha sucedido. Por el contrario, ha generado una mayor disociación entre aquel (el servicio que presta) y la sociedad (incluyendo a los operadores jurídicos y auxiliares de la Justicia, abogados y procuradores.

Por otro lado, y también factor preponderante para la configuración de la Argentina sin sentido colectivo, encontramos a la clase política.

La oferta al ciudadano, a la hora de elegir personas con capacidad de gestión de la cosa pública, es realmente alarmante.

Resulta llamativo cómo, en nuestra provincia puntualmente, la oferta la constituyen personas con diferentes profesiones o actividades, cuyo mayor mérito parecería ser el nivel de conocimiento y llegada a determinados segmentos sociales lo que incrementaría sus chances de elegibilidad, en lugar de su capacidad y vocación para la real prestación de un servicio público. Entiéndase, no objetamos sus actividades y desarrollo profesional.

Pero la capacidad acreditada y vocación real para asumir funciones ejecutivas o legislativas debería resultar obvio requisito para su postulación.

Esto genera, en el ciudadano común, la percepción de que dicha postulación obedece a otros motivos distintos a la idea de construcción del pensamiento colectivo y valores cohesionantes que reclamamos. Debe volver a prevalecer el concepto de servicio público, que entendemos actualmente se encuentra subvertido. 
La alarma se concreta al momento de asumir sus funciones. Huelgan las palabras.

Una conducta irresponsable 

Por último, resulta insoslayable incorporar al análisis a la crisis actualmente desatada en el seno del Poder Ejecutivo Nacional. 
La irresponsabilidad institucional puesta de manifiesto por la vicepresidenta de la Nación nos recuerda que vivimos en una Argentina donde quienes ejercen cargo de tamaña magnitud privilegian sus intereses individuales, sectarios, partidarios, por sobre el interés general y el bien público, poniendo en riesgo mayor el ya delicado estado general del país antes descripto. Crisis políticas recurrentes y de envergardura inusitada concitan la mirada absorta del conjunto de los ciudadanos, descreídos de toda alternativa colectiva superadora.
Hasta aquí hemos intentado fundamentar y describir el proceso de desintegración colectiva al que hacíamos referencia en el prefacio. Y con ello, reiteramos, pretendemos se tome como punto de referencia actual y partida para su reversión.
El principal problema al que deberían avocarse los actores e instituciones mencionadas como desencadenantes y responsables de la problemática planteada es a la reconstrucción del sentido colectivo en la Argentina. A la asunción de valores colectivos y comunes que logren cohesión y a su mantenimiento y defensa en el tiempo. Los primeros países del mundo lo lograron. Y allí radica la diferencia.
Entendemos que allí reside toda esperanza en revertir el estado actual de nuestra república, sumida en la decadencia estructural. El desafío resulta monumental y urgente, pero no imposible. Y de la mano de dicha reconstrucción del sentido colectivo surgirán, inexorablemente e inevitablemente, las respuestas a las problemáticas puntuales que enfrenta nuestro país. 
Nihil novum sub sole (nada nuevo bajo el sol).

* Magister en Derecho de la Empresa (Universidad Austral)

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