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Un presidente debilitado y un futuro incierto

Domingo, 19 de septiembre de 2021 01:59

El peronismo agregó en los últimos días un furibundo capítulo a su historial de atávicas disputas de poder, con la porfía que sostuvieron el jefe de Estado Alberto Fernández y la vicepresidenta, Cristina Kirchner, tras el golpe a la mandíbula que recibió el Frente de Todos en las PASO el domingo pasado.
La encarnizada disputa entre el número uno del Poder Ejecutivo nacional y su número dos, aunque jefa de la coalición gobernante, mantuvo cautivo durante largas horas al país, hasta que finalmente Cristina logró imponerse en la pulseada y avanzar con inmediatas reformas en el Gabinete.
En algún momento de la contienda, cuando Fernández lucía dispuesto a resistir la rebelión del kirchnerismo después de que numerosos funcionarios que responden a Cristina lo presionaran al presentar -mediáticamente- sus renuncias, analistas políticos especulaban con la posibilidad de que la Argentina estuviera asistiendo al surgimiento del “albertismo” en el poder.
Pues bien, aquella presunción terminó convertida en papel mojado a la luz de los acontecimientos y del resultado de la zapatiesta palaciega, que dejó a Fernández incluso más debilitado en comparación con el domingo pasado por la noche, tras conocerse el veredicto de las urnas, y en la que Cristina, en definitiva, se anotó una victoria, más allá de lo pírrica que pueda lucir.
Con la cirugía aplicada en el Gabinete, la coalición de Gobierno busca lógicamente oxigenar la gestión de Fernández, pero resulta incierto el futuro inmediato de la alianza oficialista en el poder.
La imagen del Presidente, magullada después de los comicios del domingo pasado, quedó todavía más dañada tras la embestida del kirchnerimo, frente a la que debió ceder: cuestionado además por su vicepresidenta, en público y sin eufemismos, su legitimidad es puesta en duda hasta dentro de su espacio, como resultó evidente en el audio filtrado de la diputada Fernanda Vallejos. Un denso manto de incógnita cubre los pasos venideros que debería dar el Gobierno en materia económica, por ejemplo, también cuestionado por Cristina en su carta, y de estrategia electoral con vistas a los comicios del 14 de noviembre.

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El peronismo agregó en los últimos días un furibundo capítulo a su historial de atávicas disputas de poder, con la porfía que sostuvieron el jefe de Estado Alberto Fernández y la vicepresidenta, Cristina Kirchner, tras el golpe a la mandíbula que recibió el Frente de Todos en las PASO el domingo pasado.
La encarnizada disputa entre el número uno del Poder Ejecutivo nacional y su número dos, aunque jefa de la coalición gobernante, mantuvo cautivo durante largas horas al país, hasta que finalmente Cristina logró imponerse en la pulseada y avanzar con inmediatas reformas en el Gabinete.
En algún momento de la contienda, cuando Fernández lucía dispuesto a resistir la rebelión del kirchnerismo después de que numerosos funcionarios que responden a Cristina lo presionaran al presentar -mediáticamente- sus renuncias, analistas políticos especulaban con la posibilidad de que la Argentina estuviera asistiendo al surgimiento del “albertismo” en el poder.
Pues bien, aquella presunción terminó convertida en papel mojado a la luz de los acontecimientos y del resultado de la zapatiesta palaciega, que dejó a Fernández incluso más debilitado en comparación con el domingo pasado por la noche, tras conocerse el veredicto de las urnas, y en la que Cristina, en definitiva, se anotó una victoria, más allá de lo pírrica que pueda lucir.
Con la cirugía aplicada en el Gabinete, la coalición de Gobierno busca lógicamente oxigenar la gestión de Fernández, pero resulta incierto el futuro inmediato de la alianza oficialista en el poder.
La imagen del Presidente, magullada después de los comicios del domingo pasado, quedó todavía más dañada tras la embestida del kirchnerimo, frente a la que debió ceder: cuestionado además por su vicepresidenta, en público y sin eufemismos, su legitimidad es puesta en duda hasta dentro de su espacio, como resultó evidente en el audio filtrado de la diputada Fernanda Vallejos. Un denso manto de incógnita cubre los pasos venideros que debería dar el Gobierno en materia económica, por ejemplo, también cuestionado por Cristina en su carta, y de estrategia electoral con vistas a los comicios del 14 de noviembre.

Un desafío mayúsculo

¿Inyectar dinero en la sociedad será el único acto reflejo que mostrará el oficialismo después de su derrota del pasado 12 de septiembre? ¿O también buscará atemperar su discurso netamente de confrontación, en procura de volver a seducir al llamado “voto blando” como sucedió en 2019? ¿Posee en efecto margen el FdT para reconciliarse con quienes le dieron la espalda en las PASO en las próximas semanas?
Un desafío mayúsculo tiene el Gobierno en el cortísimo plazo, con un Presidente que ha perdido credibilidad y unos comicios legislativos -a la vuelta de la esquina- considerados cruciales para el proyecto político con el que fantasea un sector del kirchnerismo de cara a la votación presidencial 2023.
“La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente”, había comentado en redes sociales el jefe de Estado, antes de que Cristina sacudiera los cimientos de la Casa Rosada con su arrolladora carta, en la que, deliberadamente, responsabilizó a Fernández por la derrota en las PASO.
Un tropiezo que, por cierto, echa por tierra esa supuesta “máxima” electoralista que reza que el peronismo unido es imbatible, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires.
Pensando en el mediano plazo, si el objetivo del ala dura del FdT es en efecto avanzar en los próximos dos años en el armado de candidaturas presidenciales de dirigentes de La Cámpora con vistas al 2023, el resultado que obtenga el oficialismo en los comicios de noviembre, en el actual contexto, podría ser determinante, crucial.
También en el corto término el desempeño en las urnas del espacio que lidera Cristina dentro de dos meses podría significar un antes y un después definitivo para el Gobierno, dado que el FdT corre serio riesgo de perder el “quórum propio” en el Senado, allí donde reside el poder real de la vicepresidenta, en términos operativos, dentro de la coalición.
Antes de las PASO, incluso, algunos funcionarios se animaban a hablar de un “proceso de ocho años” de Fernández al frente de la Casa Rosada, lo que pone en evidencia lo despistados que estaban en Balcarce 50 con relación a esos comicios, a partir de las encuestas que manejaban puertas adentro y la considerable distancia que los alejaba de la realidad.
¿La consecuencia? El triunfo electoral de una agrupación política que terminó redondeando una decepcionante gestión cuando fue Gobierno entre 2015 y 2019, sobre todo en la segunda mitad del mandato de Mauricio Macri, que abandonó la Presidencia con un país más empobrecido con relación a cuatro años antes y una inflación en niveles galopantes.
Ahora, la Casa Rosada, tras los cambios en el Gabinete, buscará que las aguas se vayan calmado luego de la tormenta de los últimos días y avanzar rápido con los anuncios económicos que se vieron postergados por el alboroto institucional.
Una “rebelión en la granja” en la que, por cierto, jamás se puso en duda por parte del kirchnerismo la continuidad de los integrantes del “ala judicial” del Gobierno, con el procurador del Tesoro, Carlos Zannini, a la cabeza: lógicamente, Cristina sabe qué fichas mover y cuáles mantener a resguardo, en función de sus propios intereses, en el tablero de ajedrez sobre el que mantuvo su porfiado altercado con Fernández.
 

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