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Federalismo, un proyecto vaciado

Martes, 18 de enero de 2022 00:00

A menudo se escucha hablar sobre el federalismo, en discursos engolados y vacuos que nos dejan una irreparable sensación de vacío y frustración.

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A menudo se escucha hablar sobre el federalismo, en discursos engolados y vacuos que nos dejan una irreparable sensación de vacío y frustración.

El otrora principio activo de la política nacional, que hasta desató guerras encarnizadas, parece haber caído en una mera palabra amable, políticamente correcta para mencionarla pero muy poco efectiva a la hora de aplicársela hasta las últimas consecuencias.

El federalismo argentino es el primer movimiento político popular de nuestro país. Alumbró de dos maneras diferentes. En la provincia de Buenos Aires, con Manuel Dorrego, como un modo de inclusión y comprensión de los sectores populares, absolutamente ignorados a principios del siglo XIX.

En el interior del país, como fuerza autonómica de las provincias, con la plena convicción de que era el antídoto ante el vasallaje con el que originariamente se las pretendió someter al poder central. Tanto en uno como en otro caso el federalismo fue sinónimo de libertad y de dignidad.

Como dice Byung Chul Han, el poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza en la negación de la libertad. Las provincias argentinas experimentaron originariamente esa negación a la que alude el pensador coreano. Y ante ello reaccionaron. Por eso es que la historia oficial que se narró en el país, no necesariamente se condice con lo que efectivamente sucedió en nuestra historia.

La hegemonía central demonizó al federalismo y lo anatemizó. Mientras tanto, vastos sectores de la sociedad veían en la confederación primero y en el estado federado después como la única forma viable de la organización nacional. Ese fue el pensamiento de Juan Bautista Alberdi, quien imaginó en la forma representativa, republicana y federal el motor del desarrollo argentino. Sin embargo, y volviendo a Han: el crecimiento del poder no es proporcional a la cantidad de decisiones. Esto quiere significar en que pese a que hubo arraigo popular en la idea federal y un sentimiento profundo de las provincias por instaurarla, nuestro país mutó hacia una megalópolis y una concentración urbana periférica, que por sí sola en la actualidad resulta determinante para dirimir el resultado de una elección presidencial.

Probablemente las nociones de "confederación" y "estado federal" se confundieron durante un buen tiempo y diversos sucesos históricos fueron factores determinantes para que esto así ocurriera y como resultado, la balanza lejos de alcanzar el equilibrio, difiriese entre el fondo y las formas.

Sin embargo, nada mejor que ir a los ejemplos concretos y, como tal, tomar el de nuestra provincia. Salta fue capital de un vasto territorio llamado Salta del Tucumán, desde 1792 hasta 1814. Para darse una idea, solamente de lo que actualmente es territorio argentino, abarcaba Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Salta.

En 1814, en una decisión extravagante del primer director supremo, Gervasio Antonio Posadas, sufrió la primera mutación territorial.

En ese tiempo, la provincia, llamada gobernación- ntendencia, quedaba prácticamente al medio de las capitales virreinales Lima y Buenos Aires. Obviamente, su prosperidad y pujanza eran notables. Añoranzas de tiempos remotos. 

En un libro emblemático titulado: Ni con Lima ni con Buenos Aires. La formación de un estado nacional en Charcas, el historiador boliviano José Luis Roca García explica magistralmente el potencial de la región. Lo que fue plasmado en el proyecto político inconcluso de Martín Miguel de Güemes, y una centuria después con el denominado Norte Grande. 

Luis de Elizalde, a su vez, explica que en la Argentina se confundió como fuente doctrinaria del federalismo el Pacto de Unión Perpetua de 1777 de las trece colonias que formaron la primera Confederación de los Estados Unidos, con la Constitución de Filadelfia de 1787 que creó el estado federal que rige hasta hoy en ese país. Tal vez sea así, desde una mirada distinta a la del interior. Ello por cuanto, la Confederación Argentina, uno de los cuatro los nombres que la Constitución le da a nuestro país, que rigió durante las presidencias de Urquiza y Derqui, y sucumbió luego de la batalla de Pavón, no perduró en el tiempo, en razón de que por el pacto de San José de Flores y la ulterior reforma de la Constitución de 1853, por la sancionada en 1860, la provincia de Buenos Aires, a través del control de los impuestos aduaneros, adquirió una supremacía que condicionó totalmente el afianzamiento del federalismo hacia el futu ro.

 Roberto Cortés Conde grafica este fenómeno en forma magnífica en el “Laberinto argentino”. De ese excelente libro surge otro interrogante que es la viabilidad de las provincias argentinas ante un federalismo distorsionado o bien ante un centralismo antes encubierto y hoy plenamente desenmascarado. Y si tomamos los últimos cincuenta años de historia económica podremos observar de manera mucho más patética aún cómo fue decreciendo la coparticipación de las provincias, prácticamente hasta convertirlas en delegaciones de un Estado unitario impiadoso, donde en forma mendicante deben postrarse para recoger migajas en vez de sus recursos genuinos. 

Fiel reflejo de ese retroceso federal, es lo que se observa muchas veces en las votaciones del Congreso de la Nación, donde los intereses provinciales quedan sistemáticamente postergados ante la prepotencia del poder central, cualquiera sea el signo político que nos gobierne. 

Lo cierto es que, desde aquellas luchas utópicas, pletóricas de ideales por la soberanía, la autonomía y la libertad que impregnó el espíritu de argentinos y argentinas en los tiempos en que se construyó la Nación, pasamos a los lamentos reiterados y las promesas incumplidas, con la consecuente exclusión social y el avance la pobreza. La asimetría en la distribución de recursos es lo que postra y lastima profundamente el espíritu federal y condiciona el desarrollo integral del país. El federalismo de hoy da la misma sensación que tuvo Héctor Tizón en la Casa y el Viento: con frecuencia estamos tristes y alegres por la misma causa; esto ocurre quizá porque desempeñamos muchos papeles a la vez, todos válidos, pero en el fondo ninguno alcanza a transformarnos totalmente. ¿Quién o qué nos gobierna? Toda mi vida anduve detrás de esta quimera.

* Miembro de la Academia Nacional de las Ciencias

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