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Los nuevos liberales

Martes, 18 de enero de 2022 00:00

La pandemia cambió todo, para siempre. Pasaron ya dos años y todavía no alcanzamos a dimensionar la profundidad de las alteraciones, en un escenario que permanece abierto. Cuando se suponía que la experiencia de los autoritarismos del siglo pasado había dejado una huella indeleble en ciertos espacios de libertad, sobrevino la exaltación del control como herramienta fundamental para enfrentar la excepcionalidad.

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La pandemia cambió todo, para siempre. Pasaron ya dos años y todavía no alcanzamos a dimensionar la profundidad de las alteraciones, en un escenario que permanece abierto. Cuando se suponía que la experiencia de los autoritarismos del siglo pasado había dejado una huella indeleble en ciertos espacios de libertad, sobrevino la exaltación del control como herramienta fundamental para enfrentar la excepcionalidad.

Al menos en dos planos: las "cuarentenas" y la ilusión monetaria, para que sean posibles. Hoy el mundo enfrenta las consecuencias. Desde inflación hasta renuncias masivas a empleos. Quedaron atrás las olas sucesivas que permitían anticipar las características y velocidad de los acontecimientos; estamos en plena "ola instagrámica", una sola, caracterizada por su simultaneidad y un desafío mayúsculo, que no es estrictamente sanitario, sino más holístico: cómo hacer para que la vida funcione después de 24 meses de parate, con todos contagiados.

El debate sobre el alcance del control por los gobiernos sigue abierto y es central. Tanto que lo lógico sería que se avance hacia una solución parecida a los acuerdos de "Breton Woods", que después de la Segunda Guerra Mundial parieron la arquitectura financiera que, con sus más y menos prima hoy: FMI, Banco Mundial y OMC. Un enfoque supranacional como aquel, pero esta vez con una mirada en los desafíos pos-COVID.

En un marco tan extraordinario, lo del gobierno argentino es ya asintomático. Luego de abrazar con natural convencimiento la tesis del control potente para nada durante dos años, acaba de descubrir las bondades del laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar). Será por una cuestión idiomática o filosófica, vaya a saber, pero como todas las ideas a las que se convierten, lo hacen con la fe del que entiende poco, y lo hacen mal (como su keynesianismo anterior).

Desde hace varios siglos ya el laissez faire no es "hacer nada". Es un hacer inteligente, creando condiciones de posibilidad y realización para la gente, desde el Estado.

Estamos ahora ante la reinvención del liberalismo. Y la decisión consciente de no hacer nada; pero nada, de nada, especialmente con la pandemia. Ya no es superar la barrera del absurdo, de la contradicción y la incoherencia; es reinterpretar el concepto de fracaso, autopercibiéndolo como éxito, en todos los planos: desde pobreza hasta inflación, pasando por cortes de luz y elecciones perdidas que se pretenden ganadas.

Sería algo así como la instauración de un desensillar, pero no hasta que aclare sino permanente. Y ver qué pasa, incluyendo la deuda con el Fondo, que ya intuimos todo su destino. Eso se llama improvisación, no liberalismo. Harían bien en citar menos y leer más a Foucault (Nacimiento de la Biopolítica del poder) para entender su nuevo ideario. Pero no, diría Prodan, mejor no hablar, de ciertas cosas. Sociedad de simulacros, pura real politik.

Falta vital politik, creación de estadistas, porque esta vez, lamentablemente, una cosecha no nos salva.

 

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