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La fiesta del fútbol no va a disimular los problemas

Domingo, 20 de noviembre de 2022 01:55

Hoy comienza la 22ª edición del torneo Mundial de fútbol organizado por la FIFA, que se desarrollará en Qatar. Tanto el país como la fecha elegidos resultan controvertidos.

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Hoy comienza la 22ª edición del torneo Mundial de fútbol organizado por la FIFA, que se desarrollará en Qatar. Tanto el país como la fecha elegidos resultan controvertidos.

La decisión de la FIFA, adoptada en 2010, para desplazar a los EEUU a favor de un emirato sin tradición futbolística y con un clima poco propicio para la alta competencia se vio posteriormente viciada por las denuncias judiciales por el pago de sobornos por parte de las autoridades cataríes a los delegados que participaban de la votación. Qatar siempre negó ilícitos, pero las denuncias dieron lugar a causas judiciales en EEUU contra 42 personas y la suspensión del expresidente de la entidad, Joseph Blatter, y del directivo y exfutbolista francés Michel Platini, dispuesta por el Comité de ética de la FIFA.

El fútbol es el deporte más popular a nivel mundial, y tanto para el anfitrión como para los otros países árabes es sumamente interesante incorporarse a ese negocio de dimensión planetaria cuando la producción de hidrocarburos los sigue ubicando en un lugar esencial para la economía mundial, y cuyos líderes esperan convertir ese poder en desarrollo tecnológico de punta y en proyección geopolítica.

Sin embargo, el atractivo del fútbol excede a los intereses políticos y su enorme arraigo y popularidad es universal, como lo muestra el reconocimiento que reciben en cualquier lugar del mundo las grandes figuras, como Pelé, Diego Maradona y ahora Lionel Messi.

El fútbol es una pasión. La adhesión del hincha es emocional y poco racional. De todos modos, simpatizar con un club o acompañar a la selección nacional no es sinónimo de fanatismo. El fanático es alguien encandilado, incapaz de ver la realidad, una deformación afectiva que no es culpa del fútbol ni la padece la mayoría de los simpatizantes. Los barrabravas no son más que emergentes de la violencia social y de un mundo delictivo que saca rédito de la popularidad del deporte y que es utilizado por los políticos sin escrúpulos para actividades inconfesables.

Como todos los deportes, en cambio, el fútbol es una práctica saludable, porque estimula la preparación física, la vida sana y una nutrición equilibrada, además del hábito de jugar respetando las reglas. Los excesos, en los que muchas veces incurren los deportistas profesionales tienen que ver con la vida privada de cada uno, pero la valoración positiva de los deportistas como héroes civiles se remonta a la antigua Grecia y quedó eternizada en las Olimpíadas. En los últimos meses, debido al promisorio recorrido de la Selección nacional en los últimos años, mucho se ha especulado con que las próximas semanas significarán un paréntesis en la atención que presta la gente a los gravísimos problemas económicos que castigan al país. Quien lo expresó claramente fue la ministra de Trabajo, Raquel Olmos, cuando dijo: "Después seguimos trabajando con la inflación, pero primero que gane Argentina".

Posteriormente la funcionaria lo justificó como una broma. Las encuestas que evaluaron la repercusión de una frase tan desafortunada fueron lapidarias: el 82% de los argentinos está más preocupado por la inflación que por el resultado del Mundial de fútbol.

No obstante, son muchos los funcionarios que especulan con cuatro semanas de relax generalizado y un verano de euforia si acaso la Argentina resulta campeona. Esa supuesta distracción, imaginan, haría posible introducir medidas impopulares de ajuste mientras la gente está enfrascada en el fútbol.

Puede ser el peor de los errores. La política debería aprender algo del fútbol: cuando los directivos son capaces de ponerse de acuerdo en los objetivos y las decisiones, los protagonistas son idóneos y responsables, cuando se respeta al adversario y nadie se encandila con el exitismo, los resultados son positivos, en lo inmediato o en un tiempo más o menos cercano.

La enorme crisis argentina exige esa madurez, que no se observa hoy entre quienes deciden el destino de la Nación.

 

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