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“Cristina no hace historia, sino memoria. Moldea el pasado para legitimar políticas del presente”

Domingo, 04 de diciembre de 2022 02:13

El reemplazo de la estatua de Cristóbal Colón, el descubridor de América, por la de Juana Azurduy dispuesto por Cristina Fernández de Kirchner poco antes de finalizar su segundo mandato fue parte de una escenografía más amplia con la que la expresidenta intentaba (e intenta) construir la “memoria propia” del kirchnerismo. La imagen de Colón había sido donada por la colectividad italiana en la Argentina en conmemoración del primer centenario de la Revolución de Mayo. La de Juana Azurduy fue erigida como forzado símbolo latinoamericanista y tratando de dejar atrás la historia.
En esa escenografía entran también las características del sepelio de Néstor Kirchner, en la Casa Rosada y no en el Congreso, con el ataúd cerrado y en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, seguida de innumerables edificios bautizados o rebautizados con su nombre. “Cristina se propone llevar adelante una revolución cultural y escribir una nueva historia, que no es nueva, porque la toma del revisionismo nacionalista. Por eso busca moldearse con una imagen de Juan Manuel de Rosas como nacionalista, federal e industrialista. Y Rosas no era nacionalista, privilegiaba a la provincia más rica, que él gobernaba, y era un hacendado”. Así define Camila Perochena el discurso dominante y los objetivos de la vicepresidenta, figura central dentro del peronismo.
Camila Perochena es doctora en Historia y Magíster en Ciencia Política. Su libro, recientemente publicado, es fruto de su tesis de doctorado sobre los usos de la historia durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2008-2015) y Felipe Calderón en México (2006-2012).
El libro, que sortea cualquier deviación de la disciplina histórica, aplica caracterizaciones del semiólogo Eliseo Verón para analizar el uso kirchnerista de la historia. Cristina no es historiadora, sino política y se dirige a un público “prodestinatario” que adhiere a los mismos valores que el enunciador (Cristina); a otro, “contradestinatario”, que piensa exactamente lo contrario. Y a un tercero, el “paradestinatario”, los “indecisos”, y a los paradestinatarios va dirigido “todo lo que en el discurso es del orden de la persuasión”.

El libro transita serenamente entre una cuestión de fondo, qué es historia y que es mito, o relato. Sin descalificación personal a la figura central ¿El mundo académico diferencia ambos planos?
Distinguiría entre historia y memoria. Los académicos abordamos el estudio de la historia como una búsqueda de lo que realmente sucedió, tratando de verificarlo con la documentación que sea posible. Ahí reside nuestra aspiración de objetividad. La subjetividad entra en juego en la elección del tema y en las preguntas que nos formulamos, pero en el momento de las respuestas solo cabe actuar con objetividad.

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El reemplazo de la estatua de Cristóbal Colón, el descubridor de América, por la de Juana Azurduy dispuesto por Cristina Fernández de Kirchner poco antes de finalizar su segundo mandato fue parte de una escenografía más amplia con la que la expresidenta intentaba (e intenta) construir la “memoria propia” del kirchnerismo. La imagen de Colón había sido donada por la colectividad italiana en la Argentina en conmemoración del primer centenario de la Revolución de Mayo. La de Juana Azurduy fue erigida como forzado símbolo latinoamericanista y tratando de dejar atrás la historia.
En esa escenografía entran también las características del sepelio de Néstor Kirchner, en la Casa Rosada y no en el Congreso, con el ataúd cerrado y en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, seguida de innumerables edificios bautizados o rebautizados con su nombre. “Cristina se propone llevar adelante una revolución cultural y escribir una nueva historia, que no es nueva, porque la toma del revisionismo nacionalista. Por eso busca moldearse con una imagen de Juan Manuel de Rosas como nacionalista, federal e industrialista. Y Rosas no era nacionalista, privilegiaba a la provincia más rica, que él gobernaba, y era un hacendado”. Así define Camila Perochena el discurso dominante y los objetivos de la vicepresidenta, figura central dentro del peronismo.
Camila Perochena es doctora en Historia y Magíster en Ciencia Política. Su libro, recientemente publicado, es fruto de su tesis de doctorado sobre los usos de la historia durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2008-2015) y Felipe Calderón en México (2006-2012).
El libro, que sortea cualquier deviación de la disciplina histórica, aplica caracterizaciones del semiólogo Eliseo Verón para analizar el uso kirchnerista de la historia. Cristina no es historiadora, sino política y se dirige a un público “prodestinatario” que adhiere a los mismos valores que el enunciador (Cristina); a otro, “contradestinatario”, que piensa exactamente lo contrario. Y a un tercero, el “paradestinatario”, los “indecisos”, y a los paradestinatarios va dirigido “todo lo que en el discurso es del orden de la persuasión”.

El libro transita serenamente entre una cuestión de fondo, qué es historia y que es mito, o relato. Sin descalificación personal a la figura central ¿El mundo académico diferencia ambos planos?
Distinguiría entre historia y memoria. Los académicos abordamos el estudio de la historia como una búsqueda de lo que realmente sucedió, tratando de verificarlo con la documentación que sea posible. Ahí reside nuestra aspiración de objetividad. La subjetividad entra en juego en la elección del tema y en las preguntas que nos formulamos, pero en el momento de las respuestas solo cabe actuar con objetividad.

Mucho pedir para un político, ¿verdad?
Del político cabe esperar otra cosa. Por eso, cuando yo analizo lo que dice Cristina, no la corrijo, porque yo sé que lo que ella hace es “memoria”. Ella se acerca al pasado sin preocuparse por la objetividad y con una voluntad militante, para que la historia le permita legitimar políticas del presente. Eso significa que ella moldea el pasado. Esa es la diferencia entre una historiadora y un político que habla de la historia.

A veces, en esa incursión al pasado se observa el propósito de exhumar controversias para describir una grieta en el país que sería eterna. Se piensa, por ejemplo, la Revolución de Mayo como si estuviera sucediendo hoy. Los fusilamientos de Álzaga y Liniers, que eran héroes de las invasiones inglesas, parecen minimizados.
No por los historiadores. Están en la historia, aunque no hayan sido incluidos en el panteón de los héroes nacionales, pero porque ese panteón está muy relacionado con cómo se conmemora lo que se considera como el nacimiento de la Argentina, que es la Revolución de Mayo. Ese panteón es conmemorativo, y esa fecha fundacional la elaboró Bartolomé Mitre, la retomó el revisionismo, la retoma Cristina y todos los políticos. Ahí “no hay grieta”. Todos coinciden en esa fecha y parten del supuesto de que los que participaban ya querían la independencia, que la tenían como punto de partida, cuando finalmente fue punto de llegadaà en 1816. Todo eso es una construcción, una estilización del pasado. Hobsbawm diría “una tradición inventada” que busca construir un país cuando la Argentina todavía no existía; construir un nacionalismo, y allí van a ser invisibilizados algunos personajes que no encajan en ese pasado. Pero esto hay que entenderlo, eso es una perspectiva de memoria histórica. La misión de un historiador no es la de sostener una narrativa nacionalista del pasado, sino comprender qué ocurrió.

En la historia de Martín Güemes, la memoria histórica y la historia académica coinciden en destacar su figura, pero se dividen las aguas al analizar sus vínculos con la sociedad de su tiempo.
Tomo el caso de Sara Mata. Ella hace historia académica. Sus libros y sus artículos son leídos por otros historiadores, y no buscan fortalecer la figura de Güemes, sino de entenderlo, desde una postura no militante. Eso no tiene marketing; más impactante es presentarlo como una víctima de la oligarquía. Las visiones historiográficas son más complejas, más grises, menos vendibles.

Los buenos libros de historia no son grises ni pesados.
Pero hablar de los buenos y los malos vende más. La historia es capaz de ver los claroscuros. “La historia sirve para entender el presente”, una frase muy generalizada, y es cierto. Pero siempre que sea una historia bien hecha; que sirva para pensar mejor. La simplificación del pasado ayuda a simplificar el presente.

El libro pone de relieve qué lugar importante le asigna Cristina a la figura de Juan Manuel de Rosas. ¿Cuál es la visión histórica sobre el rol del gobernador bonaerense durante dos décadas?
Rosas es uno de los personajes centrales de los discursos de la vicepresidenta, porque ella se propone porque ella se propone dar “una batalla cultural” y escribir “una nueva historia”. Esa nueva historia no es tan nueva, sino que retoma la idea de los revisionistas, quienes decían que iban a terminar con la historia falsificada y en realidad lo que hacen es reivindicar a Rosas. Ella construye una imagen del caudillo bonaerense describiéndolo como un nacionalista, federal e industrialista. ¿Rosas era eso? No. Esa es una imagen que construye ella para moldearse en el espejo de Rosas.

"En el caso de Milei, el uso del pasado ya está reñido con la democracia. Milei plantea una antítesis entre liberalismo y democracia".

Y en la mirada de la historiadora, ¿Rosas representa todo eso?
Rosas era gobernador de la provincia de Buenos Aires, la provincia más rica y poderosa de su tiempo. Durante todo su gobierno él se niega a convocar un congreso constituyente para constituir la Nación, porque no quiere repartir los recursos de la Aduana de Buenos Aires. No quiere pagar los costos de convertir a Buenos Aires en la capital federal. Convertir en feriado el Día de la Soberanía Nacional conmemorando como nacionalista a un personaje que no solo no fue presidente, sino que obstruyó la construcción de una Nación, es contradictorio. Y su federalismo era federalismo para Buenos Aires.

La Vuelta de Obligado no fue buena para las provincias, pero José de San Martín le envió su sable a Rosas, en reconocimiento.
Desde Francia, él se dirige a quien era el representante de las relaciones exteriores del país, en ocasión de un enfrentamiento entre países europeos y los territorios americanos. San Martín no lo lee en la clave de las provincias. Corrientes, cuando llega la tropa anglo-francesa después de derrotar a Rosas en la Vuelta de Obligado, la recibe con una celebración. Pero el kirchnerismo ha sido muy exitoso en eso de instalar la idea de un Rosas nacionalista, federal e industrialista. En ese momento no había industrias, salvo saladeros o artesanías. Sin embargo, Cristina dice que, con la derrota de Rosas, en Caseros, ganaron los agroexportadores por sobre los industriales. Históricamente esa idea tiene varias distorsiones. Era la lucha entre dos federales, Urquiza y Rosas, que eran dos hacendados.

El revisionismo, ¿ofrece alguna alternativa al país agroexportador?
La Argentina fue agroexportador porque en 1850 teníamos ventajas comparativas pero, además, porque -nosotros y América Latina- llegábamos tarde al mercado mundial, con una división internacional del trabajo ya establecida. En ese momento ya se había dado una revolución industrial en los países europeos y en los Estados Unidos. Además, ese modelo agroexportador permitió un crecimiento económico del país y el ascenso social de muchos habitantes nativos o inmigrantes.

Y se construyó un Estado...
Estaba casi todo por hacer. La segunda mitad del siglo XIX fue una odisea: nada menos que crear un sistema administrativo; ¡crear la escuela! No se trata de imaginarlo en términos idílicos, porque la historia siempre tiene claroscuros. No es válida para la historia ni la leyenda negra ni la leyenda rosa.

¿Esa es la trampa en la que cayó Javier Milei al decir que la decadencia empezó en 1916?
En el caso de Milei creo que el uso del pasado ya está reñido con la democracia, porque es el momento en que comienza la democracia de masas, con el voto universal, secreto y obligatorio. Esa afirmación puede traducirse como que “el liberalismo empieza a perder cuando las masas participan en la política”. Es decir, plantea una antítesis entre liberalismo y democracia.
En el análisis del discurso de Cristina se observa una legitimación del golpe de Estado de 1943..
En el Museo del Bicentenario, el video dice que fue un golpe necesario frente a los gobiernos corruptos que lo precedieronà Una justificación del golpe que dio origen al peronismo.

Y ella trata de mostrarse como peronista.
Nadie tiene un “peronómetro”, pero hay momentos en que Cristina se peroniza más y reivindica a la tradición peronista, y momentos en los que busca mostrar al kirchnerismo como una etapa superadora del peronismo. En 2008, con el conflicto con el campo, se peroniza todo. Se pejotiza todo, y va a haber muchos discursos reivindicativos del peronismo. 2010, con la muerte de Néstor Kirchner y los avances de La Cámpora, hay otro cambio. Se consolida la idea de la “etapa superadora”. Y creo que ahora hay una reperonización, quizá relacionada con la situación judicial de Cristina. Según algunos politólogos, el nivel de peronización o desperonización tiene una relación con el descenso o el ascenso de su imagen en las encuestas.

"Cristina construye una imagen del caudillo bonaerense  como un nacionalista, federal e industrialista. ¿Rosas era eso? No".

 

¿No es un anacronismo reivindicar la lucha armada de los 70 después del juicio a las juntas militares?
La memoria del pasado traumático, como el de nuestro país, cambia según los momentos. Yo dividiría en tres etapas: alfonsinismo, menemismo y kirchnerismo. En el tema de los desaparecidos, el alfonsinismo los consideró víctimas, más allá de lo que eventualmente hubieran hecho. Se trataba de establecer claramente la violación de los derechos humanos y las responsabilidades de quienes la llevaron a cabo. Los organismos de derechos humanos, las Madres, las Abuelas, venían reivindicando a los desaparecidos como “combatientes”. El discurso kirchnerista no nace de la nada, sino de ese reclamo latente en la sociedad civil. Pedían que se los reconociera no solo como víctimas sino también como militantes y combatientes. Hay una disputa en cómo entender estas memorias. Y es inevitable que estas memorias de hechos traumáticos se politicen. Lo importante sería llegar a que esa memoria no sea solo la de una facción o un partido.

El pasado es un tema de la Justicia, la memoria -subjetiva y cambiante -, y la historia. ¿Cuándo deja de ser un tema judicial?
Son tres reservorios del pasado, tres discursos distintos. En términos normativos, el de la Justicia es importante para rehabilitar a las víctimas y es esencial para una democracia en funcionamiento. Incluso, aunque la Justicia deba esperar que la democracia esté afianzada. El discurso de los historiadores no debe atarse ni al de la Justicia ni al de la memoria. Es diferente, porque tiene aspiraciones diferentes. Pero también es lógico que en un momento prevalezca la memoria, como conformadora de identidad, como militancia, y la Justicia, con su rol bien definido.

Mario Vargas Llosa plantea la pregunta: ¿Cuándo se jodió Perú? Y yo me pregunto: ¿Cuándo se jodió Argentina?
La pregunta de Vargas Llosa la fórmula un personaje de “Conversaciones en la Catedral”. En nuestro caso es muy difícil responderla. Hay distintos momentos de tensión, que nos desviaron del camino. Pero creo que, en definitiva, los años 75/76 configuran un quiebre en términos institucionales, políticos y económicos. Y ya no encontramos un rumbo de desarrollo.

 

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