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Ricardo Armando Paz, el mártir que dejó su vida en el ARA Belgrano

Jueves, 31 de marzo de 2022 22:43

Rosa no tenía sosiego ni consuelo desde el momento en que por la televisión vio lo que nunca hubiera querido, aquello por lo que noche y día le rezaba a Dios para que no sucediera: el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, aquel 2 de mayo de 1982.

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Rosa no tenía sosiego ni consuelo desde el momento en que por la televisión vio lo que nunca hubiera querido, aquello por lo que noche y día le rezaba a Dios para que no sucediera: el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, aquel 2 de mayo de 1982.

La familia Paz, conformada por Rosa Roldán, su marido Lindor Paz y sus 8 hijos (7 de ellos varones) vivían en General Mosconi; día tras día después de ese 2 de mayo iba hasta el Regimiento 28 de infantería con asiento en Tartagal, a la delegación de la Gendarmería, recorría las comisarías preguntando si alguien podía decirle algo de su hijo, el conscripto Ricardo Armando Paz, de 18 años de edad, a quien en el mes de enero de 1982 había despedido desde la estación de trenes cuando su muchacho se iba a cumplir con el Servicio Militar obligatorio. 

Como había resultado “número alto” en el sorteo de clases, a Ricardo le había tocado cumplir con su obligación ciudadana en la Marina y fue destinado a Puerto Belgrano, provincia de Buenos Aires.

Había sido la última vez que lo estrechó fuerte entre sus brazos; acompañada de todos sus hijos, de su marido, de algunos otros chicos del pueblo de Mosconi, le dijo adiós con la mano y con los ojos empañados de lágrimas, con la esperanza de verlo al año siguiente, cuando volviera del sur para seguir estudiando en la Escuela Técnica N°1 de Tartagal donde Armando debía cursar el sexto año, recibirse de técnico y seguramente aspirar a algún puesto de trabajo en YPF o en otra empresa de la zona. 

Y era que los muchachos que obtenían este título tenían un trabajo casi seguro que les garantizaba una buena calidad de vida por años. 

Como todos los chicos que cursaban el nivel secundario o universitario, Ricardo Armando Paz tenía la opción de solicitar una prórroga para cumplir con el servicio militar una vez recibido, pero no quiso hacerlo. Pretendía cumplir y regresar al norte para terminar sus estudios, algo que jamás sucedió porque su destino no era ser un técnico más, era de grandeza, el de ser héroe de Malvinas, el mayor de los honores a que un hombre nacido en este suelo argentino pudiera aspirar. 

 Un mes antes de su muerte, el 2 de abril, Rosa y Lindor se despertaron como tantos mosconenese con sensaciones encontradas; la alegría del pueblo que celebraba la recuperación de las islas Malvinas los contagió pero a la vez sintieron esa angustia que, como una daga silenciosa, les atravesaba el pecho de saber que su muchachito estaba tan cerca de la guerra que en el norte se veía solo en pantallazos, por la televisión.

Exactamente un mes después, el mundo se desplomó a los pies de Rosa y de Lindor cuando la noticia de que los ingleses habían bombardeado el ARA General Belgrano se transmitió por la televisión.

Fueron dos semanas interminables, de una angustia, de un miedo inenarrables, de noches enteras sin dormir, de rezarle a Dios, y pedir que alguien les diera alguna noticia sobre la suerte de Ricardo. 

Lo último que habían recibido de él había sido una carta que les envió para contarles que por su formación de técnico lo habían destinado a la sala de máquinas del ARA General Belgrano y que partían hacia el sur, si bien no al propio teatro de operaciones, a una distancia de algunas millas donde permanecerían el tiempo que fuera necesario, brindado el apoyo logístico a las tropas que luchaban en las propias islas. 

Esa tercera carta fue lo último que Rosa y Lindor recibieron de su muchachito. 

La noticia cruel

Dos semanas después del hundimiento les llegó la más infausta de las noticias: su hijo era uno de los desaparecidos en el hundimiento del General Belgrano, al punto que ni sus restos habían podido ser recuperados. Armando era uno de los 323 tripulantes que nunca volvieron ya que el primer impacto del torpedo que disparó el submarino inglés “Conqueror” fuera de la zona de exclusión, a las 16.02 horas del 2 de mayo de 1982, afectó precisamente la sala de máquinas donde Ricardo Armando Paz prestaba servicios técnicos.

El llanto de un hombre fuerte

A Fabián Paz, el hermano menor de Armando que en ese momento tenía 17 años, le quedó grabado para siempre el llanto de su padre. Cuando recuerda la tragedia de la familia Paz es lo primero que se le viene a la mente. “Escucharlo llorar a mi papá como si fuera un niño, él que para nosotros era un hombre tan fuerte, fue lo que más me impactó. Escucharlo llorar sin consuelo fue lo que más recuerdo de ese momento” dice Fabián en referencia a su padre, un obrero municipal de General Mosconi quien había traído a sus hijos siendo todos muy chiquitos, provenientes de la provincia de Santiago del Estero.

40 años atrás, Fabián y Armando, de un año de diferencia, concurrían ambos a la escuela de Educación Técnica N° 1 de Tartagal. “Vivíamos desde siempre en Mosconi, éramos 7 hermanos varones y una mujer y los recuerdos que tengo de él son cuando veníamos a la escuela, cuando íbamos a jugar al fútbol porque en Mosconi vivíamos cerca de la cancha de Madereros. Mis otros hermanos hoy tienen distintas ocupaciones, algunos trabajan en Tartagal pero todos vivimos en General Mosconi y de él nos acordamos todos los días. Yo soy docente de nivel primario y lo que me queda en honor a la memoria de mi hermano es transmitirle a mis alumnos ese sentimiento, esa convicción que como argentinos debemos tener de que las Islas Malvinas son argentinas y que las vidas que se perdieron no fueron en vano” expresa con resignación.

En honor al muchachito mosconense, al gran héroe malvinense del departamento San Martín, el instituto de nivel terciario de su pueblo, lo inmortalizó poniendo su nombre, como guardián eterno que a 210 millas de las Islas, a los 18 años de edad, dejó su vida en una tumba imaginaria en medio de la inmesidad del gélido Atlántico Sur. 
 

El 2 de mayo de 1982, el mundo se desplomó a los pies de Rosa y de Lindor cuando la noticia de que los ingleses habían bombardeado el ARA General Belgrano se transmitió por la televisión.

 

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