¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

16°
26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Argentina (otra vez) ante una "gran crisis"

Jueves, 01 de septiembre de 2022 02:24

En un esfuerzo por entender qué nos está pasando, distinguiré entre las crisis que se tramitan dentro de las instituciones de las Constituciones de corte occidental, de aquellas que encierran un desafío revolucionario (de derecha o de izquierda) al orden constitucional precedente.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

En un esfuerzo por entender qué nos está pasando, distinguiré entre las crisis que se tramitan dentro de las instituciones de las Constituciones de corte occidental, de aquellas que encierran un desafío revolucionario (de derecha o de izquierda) al orden constitucional precedente.

Dependiendo de la magnitud de cada crisis y de la configuración -en cada momento y país- del mapa político, los enfrentamientos ideológicos y los conflictos económicos y sociales suelen resolverse dentro del marco institucional ordinario o incluso apelando a las herramientas para emergencias que prevén las Constituciones contemporáneas.

El acuerdo y los extremos

Cuando, como es el caso de la Argentina actual, los conflictos amenazan con desbordar el normal funcionamiento de las instituciones del Estado o, incluso, con romper la paz social que -de varias maneras- gestionan actores no gubernamentales, las sociedades nacionales más avanzadas exploran las "grandes coaliciones" (vale decir, gobiernos formados por las 2 o 3 fuerzas políticas mayoritarias, alrededor de un programa común gestionado por un gabinete plural) o terminan reconduciendo los enfrentamientos hacia las zonas de consensos.

Los ciudadanos, ante las evidencias de que una nación se asoma al abismo, tienden a alejarse de los extremos y buscan forzar a las clases dirigentes a que abandonen estrategias radicales y busquen -de buena fe y con ahínco- soluciones pactadas eficaces.

Al menos esto fue lo que ocurrió en buena parte de las naciones que -en los años de 1970- debieron afrontar la "gran crisis del petróleo". Me refiero de este modo a los comportamientos acuerdistas que, ciertamente, no son fáciles de encontrar en las crisis argentinas sucedidas después de 1955.

Nuestros años 70

Es bueno recordar que mientras el mundo desarrollado adoptaba las medidas para amortiguar los efectos de la crisis del petróleo, los argentinos nos enfrentábamos irresponsablemente en tres bandos excluyentes: el terrorismo, el golpismo y el verticalismo.

En este singular y trágico momento de nuestra historia, las instituciones de la Constitución y quienes las encarnaban se mostraron incapaces de encontrar las soluciones que el país necesitaba; en el terreno de la violencia sin reglas, terminó triunfando el bando encabezado por las fuerzas armadas regulares que, más allá de las decenas de miles de asesinatos, no lograron echar los cimientos de un modelo que borrara de la faz de esta tierra tradiciones, dogmas e instituciones de raigambre peronista (más precisamente: estatistas, hípernacionalistas, unitarias y autárquicas).

Permítanme recordar también que aquellos tres bandos enfrentados en los años de 1970 proponían y accionaban para construir "patrias excluyentes". Mientras el terrorismo apelaba al asesinato como herramienta de la lucha política, surgían expresiones del terrorismo de Estado, y el verticalismo -que no atinaba una salida dentro de la Constitución y de la Ley de Acefalía- apostaba por llenar plazas, por redoblar el seguimiento devoto a Isabel Perón.

Como es sabido, de este tétrico panorama emergieron triunfantes el terrorismo de Estado y la fuerza -antidemocrática y montaraz, por encima de su afición por Europa- de la derecha argentina. Ni los "ejércitos" irregulares ("montoneros", "ERP") ni las plazas rebosantes de fervor hacia el vértice peronista, torcieron el curso de los acontecimientos.

Pero, en nuestra historia reciente, hay otros acontecimientos que muestran que nuevas grandes crisis se saldaron con cambios de régimen, tendencialmente antiperonistas (*). Así sucedió en 1955, cuando Perón -pese a contar con fuerzas suficientes que le apoyaban- decidió partir al exilio en una cañonera paraguaya. Y volvió a suceder en 1976, cuando Isabel Perón -pese a la adhesión que le brindaba el peronismo verticalista, sus sindicatos y la jefatura de la casa militar (**), fue destituida por los jefes militares que -traidoramente- la arrestaron mientras volaba rumbo a Olivos.

Un presente de alta tensión

Desaparecido, afortunadamente, el "partido militar" (aunque no las expresiones de la derecha antidemocrática) el conflicto político argentino -que transcurre ante los sorprendidos ojos de muchos-, amenaza con transformarse en otra "gran crisis", de dimensiones inéditas, protagonizada -de un lado- por una fuerza política que se maquilla para presentarse (ahora) como heredera del peronismo del 17 de octubre, y -de otro- por las dispersas corrientes que adscriben al republicanismo y a la economía de mercado sin lograr, dicho sea de paso, construir una coalición estable y programáticamente sólida.

El hecho de que la contemporánea gran crisis política (caracterizada por el abroquelamiento de las fuerzas políticas que rechazan cualquier tipo de consenso) transcurra en el seno de una gran crisis económica (que ha colocado a la mayoría de sus subsistemas en el punto del estallido) añade gravedad al panorama inmediato y a todas sus proyecciones de largo plazo.

En realidad, vivimos en un escenario en donde los principios y parámetros de la Constitución de 1853 reformada en 1994 se muestran impotentes para encauzar las discrepancias y atemperar las posiciones extremas. Un escenario en donde actúan con especial empeño muchos sectores que descreen de la democracia republicana.

 Sectores que se aprestan -por ahora, discretamente- a arramblar sus principales instituciones, comenzando por la independencia del Poder Judicial y por algunas de las libertades fundamentales.
Los esfuerzos que realizan quienes priorizan las instituciones de la Constitución tratando de encontrar en ellas el camino del consenso y de las medidas económicas de excepción, han sido hasta aquí estériles dado el rechazo del kirchnerismo (y sus aliados) a todo marco que pudiera servir de referencia común.

La contraofensiva 

Mientras la coalición opositora parece apostar por la vía electoral como generadora de un recambio político situado en 2024, hay indicios de que la coalición hoy gobernante podría -siguiendo la estela del inesperado “compañero” Donald Trump- deslizarse hacia un desconocimiento de los resultados o, incluso, hacia una deslegitimación del eventual nuevo gobierno.
Me atrevo a sostener que una contraofensiva frontal para imponer la “patria kirchnerista” (curiosa amalgama de las “patrias” peronista y socialista de los años de 1970) tendría puntos ideológicos de contacto con la trágica “contraofensiva” ordenada en aquel entonces por la conducción del ejército montonero, con los resultados de todos conocidos.
En cualquier caso, un eventual triunfo de esta contraofensiva modelo 2022 estaría lejos de pacificar a la Argentina y pondría todo su empeño en construir un nuevo orden constitucional alejado de los valores democráticos, así como de las instituciones típicamente republicanas. Un régimen que, a no dudarlo, sería resistido por -al menos- medio país.
A su vez, un eventual triunfo electoral de la coalición republicana tropezaría con una oposición tan agresiva y frontal como la que soportó -entre 1963/1966- el presidente Arturo Illia; sobre todo si -como esperan y desean algunos- la actual conducción económica logra postergar hasta el peligroso e incierto 2024 el estallido de la economía y de sus subsistemas (el de salud, de comercio exterior, de energía, y de relaciones laborales, entre ellos).
Termino señalando que, en algún momento, las fuerzas políticas argentinas más representativas deberían intentar recrear el consenso constitucional de 1994. Y a partir de allí instrumentar las respuestas para reconstruir “la unión nacional, afianzar la Justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad”, como manda el expresivo texto del preámbulo de la Constitución Nacional. 

(*) Aún hay de todo en la viña del señor, como lo muestran el recambio in extremis de Frondizi por Guido, el reemplazo también forzado de Héctor Cámpora, o la salida apresurada de Fernando de la Rúa, sitiado por la coalición bonaerense, sin olvidar los desplazamientos de facto a manos del partido militar y sus aliados.

(**) Que, según me comentó Casildo Herreras durante su exilio madrileño, tenía preparada una noche de San Bartolomé en el recinto de Campo de Mayo, que no llegó a efectivarse a raíz de la negativa de la CGT a declarar la huelga general que le pedía la Casa Militar.

PUBLICIDAD