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La Babel argentina

Lunes, 12 de septiembre de 2022 02:07

En el relato de la Torre de Babel, del libro del Génesis en el Antiguo Testamento, castiga a la humanidad por su arrogancia y hostilidad exponiendo al hombre a gran variedad de lenguas. Pero este castigo puede ser visto al mismo tiempo como un don divino en que la confusión implica la posibilidad de volver a aprender, superar las diferencias y eliminar el odio. Solo así se podrá superar la confusión y aprender un nuevo idioma que lo identifique y comunique eficientemente y con sinceridad con el prójimo.

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En el relato de la Torre de Babel, del libro del Génesis en el Antiguo Testamento, castiga a la humanidad por su arrogancia y hostilidad exponiendo al hombre a gran variedad de lenguas. Pero este castigo puede ser visto al mismo tiempo como un don divino en que la confusión implica la posibilidad de volver a aprender, superar las diferencias y eliminar el odio. Solo así se podrá superar la confusión y aprender un nuevo idioma que lo identifique y comunique eficientemente y con sinceridad con el prójimo.

La diversidad, en ocasiones, trae discordia y con ella la separación y el desencuentro, la locura, la violencia. Desde el punto de vista religioso, si en el principio el hombre terminó confundido, ahora esa confusión se superaría en el entendimiento mutuo que hay en las personas que se encuentran con el Señor.

Babel significa balbuceo, confusión al expresar algo; es desorden y confusión. La Argentina está muy cerca de alcanzar las alturas de la Torre de Babel.

La discordia logra que los seres humanos no se entiendan entre sí. La confusión habita nuestra existencia. Todo lo que antes había sido un instrumento para una obra y una convivencia llena de vida se ha convertido en el terrible momento actual.

Hay que recrear un clima de pacífica rivalidad. Trabajar unos con otros, con la esperanza que quizá logremos escucharnos, cada cual desde su sitio y con el fervor de antaño.

Este océano de acontecimientos actuales aparentemente falto de mareas, obedece en realidad a una ley rítmica inmutable, a un oleaje interno que sus épocas dividen en flujos y reflujos, en polaridades directas e inversas; la historia la hacen las personas y sus leyes emocionales crean cada vez realidades y relatos distintos.

Idealistas y corruptos puros en todas sus variantes ha habido siempre, un caos y una confrontación salvajes, un ascenso desproporcionado y una cacería hasta la muerte sucede de vez en cuando.

El mero suceso se convierte en historia; todas las experiencias y los acontecimientos son escritos por los propios actores y con sus relatos justifican sus acciones. Las cosas que ocurren solo habrán ocurrido para la posteridad si se narran bien y de manera legendaria, aunque sea a costa de la verdad; los pueblos y las personas necesitan leyendas.

Para ser importantes en el mundo no es necesario mostrarse políticamente desafiantes ni tener una economía nacional muy rica ni poderosa; basta con dar vibración al aliento de un pueblo.

La actual generación, como otras en el pasado, se ha visto obligada a vivir en una época tensa y dislocada como la nuestra, y quizá en algún momento todos hayamos deseado poder relajarnos un instante ante esta profusión de acontecimientos desagradables.

La discordia logra que los seres humanos no se entiendan entre sí. De la noche a la mañana las personas ya no se entienden, personas que habían creado algo juntas, pacíficamente, y dado que no se entendían, se enfadaron y tiraron las herramientas de su trabajo y las blandieron como armas unos contra otros: los eruditos, su ciencia; los ingenieros, sus descubrimientos; los poetas, sus palabras; los sacerdotes, sus creencias… Todo se convirtió en un arma mortal, todo lo que antes había sido un instrumento para una obra llena de vida. Este es el terrible momento actual ( ).

Sobre esta realidad confusa sin el esfuerzo común, un esfuerzo de conservación y continuidad, todo caerá en la destrucción y en el olvido.

Es un símbolo magnífico la idea de que en la humanidad todo es posible, incluso lo más elevado, siempre que permanezca unida, y también lo más bajo, cuando se fragmenta. La idea de la civilización es la de una humanidad decorosa, regida por una dimensión moral y con carácter de ciudadanía. Una ideología es una mala política y promueve conflictos estériles. Las diferencias y envidias se deben diluir en el fervor por alcanzar un objetivo mayor: el de la lealtad a nuestro pasado común y la creencia en nuestro futuro común con el ideal de un pensamiento y una acción común y .

Desde hace mucho los argentinos solo han visto en política acontecimientos directamente orientados en contra del sentido común, con las tomas de decisiones más importantes retrasándose siempre, con las resoluciones más cruciales preparándose en el último momento, sino en el siguiente; la gente está desencantada, ha visto lo absurdo de casi todo y ya no tiene la esperanza pueril de creer en decisiones sanas, rápidas y claras. Se padece la magnitud de las fuerzas de oposición, el poder de los intereses pequeños y que actúan en contra de las ideas grandes y necesarias, la autoridad del egoísmo frente al espíritu fraterno, lamentando la patológica irritabilidad mutua.

Los pueblos reconocen con la mayor de las alegrías su pertenencia a una comunidad allí donde se sienten como masa visible y representada. Resulta necesario generar una auténtica confianza despertando un fervor por una idea; nunca en la historia se ha generado un cambio tan solo a partir de lo intelectual, de la reflexión pura. Así pues, se debe sobre todo aportar visibilidad e impetuosidad a la idea, trasladarla del de la ideología al de la organización y la propaganda e imprimirle un carácter ostensible, en vez de uno puramente lógico.

 

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