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Otras (y actuales) zonceras argentinas

Jueves, 22 de septiembre de 2022 02:40

En el prólogo de su Manual de zonceras argentinas una versión campera de las idées reçues de Flaubert aunque se cita a Bentham como inspirador, Arturo Jauretche invitaba al lector a descubrir nuevas zonceras que habitan en el pensamiento político argentino. Me permito, pues, hacer una modesta contribución con algunas zonceras de nuevo cuño (el Manual ya tiene más de 50 años; se impone una actualización) o no detectadas en su tiempo por el Dr. Jauretche, hoy devenido, probablemente a su pesar, gurú del camporismo y otras ideologías líquidas -este último término entendido en el sentido de Bauman, pero también en el bancario-.

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En el prólogo de su Manual de zonceras argentinas una versión campera de las idées reçues de Flaubert aunque se cita a Bentham como inspirador, Arturo Jauretche invitaba al lector a descubrir nuevas zonceras que habitan en el pensamiento político argentino. Me permito, pues, hacer una modesta contribución con algunas zonceras de nuevo cuño (el Manual ya tiene más de 50 años; se impone una actualización) o no detectadas en su tiempo por el Dr. Jauretche, hoy devenido, probablemente a su pesar, gurú del camporismo y otras ideologías líquidas -este último término entendido en el sentido de Bauman, pero también en el bancario-.

La primera zoncera está vinculada al título de esta nota y es una reformulación de la conocida frase atribuida a Bill Clinton durante su campaña a la presidencia de EEUU de 1992. A estas alturas, si algo parece claro es que el problema argentino no es la economía y que su deterioro es un síntoma de algo más profundo. Para llegar a esta conclusión, basta repasar la lista -y los méritos de aquellos que tuvieron a su cargo esta cartera desde la vuelta de la democracia, por poner un límite: empezando por los últimos (Batakis no tuvo tiempo y Massa es todavía demasiado reciente), Martín Guzmán es postdoc de Columbia y, antes de asumir, trabajaba en el equipo de un premio Nobel de Economía; Nicolás Dujovne, referente del período macrista, también es un economista con trayectoria (recuerdo cómo, antes de ser ministro, arreglaba la economía argentina en un bloque como columnista televisivo; después la chocó, como todos, vale añadir).

Economistas

La lista de economistas prestigiosos que ocuparon el cargo es larga Lacunza, Prat-Gay, Lousteau, López Murphy, Machinea, Sourrouille y siguen las firmas (a Cavallo no lo incluyo porque, para bien o para mal, fue más que un ministro, no sin dejar de consignar que es Doctor en Economía por las universidades de Córdoba y de Harvard). Es cierto que hay algunos agujeros (Erman, Boudou, Lorenzino ¿dónde está Lorenzino?) pero que no modifican la conclusión: como es ampliamente sabido, el problema es político y tiene que ver con la imposibilidad de la dirigencia política para establecer y sostener algunos acuerdos a largo plazo las famosas políticas de Estado que hagan viable al país.

Los políticos

Conectada con lo anterior, está la segunda zoncera, ampliamente repetida sobre todo en épocas electorales, y es la de que los políticos deben resolver los problemas de la gente (yo cada vez que escucho esta frase, instintivamente me palpo la billetera). Los problemas de la gente los debe resolver, en primer lugar, la propia gente. Esa mirada asistencial de la política encubre una falla crónica de mentalidad, en la que muchos no se hacen responsables de su destino, "si me va mal es culpa del gobierno". La principal función de los políticos es la reseñada en los párrafos anteriores, negociar y pactar acuerdos estables. Pero, claro, ya lo decía Jauretche, las zonceras no son inocentes: en esa labor asistencial de la política está la tajada, el retorno, la casa en el country, la Amarok cero, etcétera.

Frase incompleta

La tercera, más que una zoncera, es una frase incompleta: a la consigna tan repetida de "la Argentina es el país con mayor presión tributaria del mundo", le añado "para las empresas que pagan impuestos y no viven del Estado". Esto está vinculado con otra zoncera que es la de que los trabajadores no deben pagar impuesto a las ganancias, confundiendo este término con utilidades empresariales. En otros países, este impuesto se denomina renta de las personas físicas y lo paga todo el mundo, de forma progresiva según su capacidad contributiva y con un mínimo exento. Argentina es uno de los pocos países que grava más la renta (no el patrimonio) de las sociedades que, por definición, son las que dan trabajo, que la de las personas físicas (en España, estas últimas pueden tributar hasta el 55% o más; en Francia, las grandes fortunas personales llegan a pagar más del 70% por este impuesto). Pero, claro, para ser oficialmente víctimas, las empresas deben cumplir las dos condiciones antedichas (pagar los impuestos, no vivir del Estado); su búsqueda muchas veces requiere la lámpara de Diógenes de Sinope.

La cuarta, de dudosa matriz zoológica, es una zoncera muy en boga no solo en nuestro país, y consiste en distinguir en todas las posiciones políticas entre "halcones y palomas". En democracia no existen los halcones; halcones eran Videla o José Félix Uriburu (increíblemente, tiene una calle cerca del shopping de Salta); halcones son lemas como "fraude patriótico", "revolución libertadora", "al enemigo ni justicia" o "vamos por todo", que excluyen a una franja importante de la sociedad. La misión de la política (al respecto, véase zoncera uno y dos) es precisamente la contraria, establecer acuerdos amplios donde entremos todos.

Madre de las zonceras

Dejo para el final la que para mí, y discrepando con Jauretche para quien este lugar lo ocupaba el axioma Civilización y barbarie, es la madre de todas las zonceras, y es la de que Argentina es un país federal. Ser o no federal, como todo en la vida, es una cuestión de hecho; lo demás es literatura. Y aquí sí, todo empieza por la economía: no digo ya la utopía de que las provincias recauden sus tributos y después paguen una contribución para sostener el Estado federal (esto tendría la saludable consecuencia de que las provincias competirían en otorgar incentivos fiscales para atraer industrias, empresas, pobladores, etc., y no estarían como ahora centradas en la ignominiosa tarea de rosquear para recibir su cheque de coparticipación). Posiblemente es demasiado tarde para eso. Tampoco propongo una solución maximalista como el frustrado traslado de la capital a Viedma. Pero sí digo que, para empezar a ser un poco más federal, la oficina central de AFIP, de Anses o el principal aeropuerto internacional del país no tienen por qué estar en Buenos Aires, y menos en esta era digital y de auge del teletrabajo. En Frankfurt, quinta ciudad de Alemania con un tamaño menor que Mendoza, está el aeropuerto más grande, no solo de ese país, sino de Europa continental.

Puertos seguros

Sin descentralización real, en los hechos, repetir durante generaciones que somos un país federal es como establecer solemnemente en la Constitución que en la Argentina el sol sale por el Oeste, casi un signo de locura colectiva.

Pero como dice Jauretche, al que nuevamente invocamos para cerrar esta nota, "cuando muere el zonzo viejo/queda la zonza preñada".

Preñada de consignas que se repiten en colegios, universidades, mítines, platós televisivos, etc., y es que las zonceras son "puertos seguros", crean autoridad por su reiteración y se vuelven fórmulas, muy útiles para consolidar el statu quo en el que, por terror a los cambios y amor a nuestros pequeños o grandes nichos, los argentinos hemos elegido vivir.

 

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