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Discriminación, tótem y tabú

Viernes, 02 de junio de 2023 01:50

El racismo es una rémora cultural que atraviesa los siglos. Es intolerancia al "diferente" y, al mismo tiempo, una muestra de ignorancia desde el punto de vista científico. Las razas se limitan a diferencias superficiales, fruto de leves cambios genéticos producidos a lo largo de las migraciones de los pueblos que, a su vez, generaron rasgos culturales diferentes. Es decir, son el resultado de muchas decenas de miles de años transitando el mundo, desarrollando aptitudes físicas particulares y técnicas diferentes para sobrellevar las adversidades.

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El racismo es una rémora cultural que atraviesa los siglos. Es intolerancia al "diferente" y, al mismo tiempo, una muestra de ignorancia desde el punto de vista científico. Las razas se limitan a diferencias superficiales, fruto de leves cambios genéticos producidos a lo largo de las migraciones de los pueblos que, a su vez, generaron rasgos culturales diferentes. Es decir, son el resultado de muchas decenas de miles de años transitando el mundo, desarrollando aptitudes físicas particulares y técnicas diferentes para sobrellevar las adversidades.

Pero ni la genética ni la cultura son rígidas. En la aldea global, todo cambia y va a seguir cambiando. Los aborígenes del siglo XXI no tienen interés en seguir viviendo como en sus tiempos de recolectores, cazadores y pescadores, como imaginan los indigenistas europeizados. Ellos prefieren tener salud pública occidental, vivir como el resto del mundo, perseverar en sus creencias ancestrales o adoptar otras, pero con escuelas, internet, luz eléctrica y agua potable.

La "cultura de la cancelación", que incluye a aquellos que idealizan a los pueblos ancestrales congelándolos en el tiempo confronta con la cultura del "supremacismo", que se observa en muchos países que reciben aluviones migratorios. Son las dos caras de la misma moneda, la del autoritarismo. "Tótem y tabú", para fraseando a Sigmund Freud.

La realidad de las migraciones es absolutamente actual, con perfiles trágicos en los casos de quienes huyen de dictaduras, de guerras o de la miseria.

Según la ONU, a mediados de 2022 se registraban 103 millones de personas desplazadas por la fuerza en el mundo; de ellas, 19,9 millones de personas, en las Américas. La mayoría de los desplazados de un país a otro buscan refugio en las naciones vecinas, tan pobres como la propia. Entonces, la presión termina volcándose hacia los países occidentales con mayores niveles de ingreso, como los de Europa o los EEUU. Las tragedias y la violencia que dan origen a esas migraciones forman parte de la agenda mundial. Es claro que ningún desplazado va a China, Rusia, Irán o Corea del Norte. Las democracias occidentales, con todas sus fragilidades son más hospitalarias que las dictaduras.

Los desplazamientos no siempre son trágicos. Forman parte de la dinámica de la historia y de la humanidad misma. Y también lo es el rechazo a lo extraño, a lo que es foráneo.

El fútbol, el atletismo y el basket son muestras de ambas cosas: la migración y el racismo.

El torneo mundial en Qatar mostró que las selecciones europeas tienen un altísimo porcentaje de futbolistas de origen africano. Tan alto, que en algunos casos parecen selecciones de ese continente. En América Latina es más común ver afrodescendientes y latinoamericanos de clara fisonomía criolla. Así y todo, los deportistas africanos o afrodescendientes son víctimas de la barbarie racista que sobrevive en las tribunas. En Valencia, hace una semana, los agravios contra un delantero de Real Madrid desestabilizaron el partido; en Avellaneda, Racing fue multado en cien mil dólares por los agravios de sus simpatizantes contra los jugadores de Flamengo. Una constante casi sin fronteras. Para la FIFA es un enorme desafío.

A 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la fobia, el odio, el desprecio y el miedo a los diferente, a lo que parece invadirnos y amenazar nuestras certezas y nuestro modo de vida mantienen absoluta vigencia. Esos fenómenos, atizados por otras inseguridades, amenazan a las democracias y van produciendo un viraje autoritario en el mundo.

La idealización de lo diferente es tan nociva como la satanización de lo nuevo y lo foráneo. Ambas son el fruto de la desconfianza en la propia identidad. "Invisibilizar" y "satanizar" a los diferentes es tan nocivo como "idealizarlos" o configurarlos como "nuevos paradigmas"

La clave, entonces, es incorporar en la cultura el sentido profundo de los derechos humanos.

 

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