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El color elegido para recibir el Año Nuevo no es solo una cuestión estética. De acuerdo con interpretaciones simbólicas y energéticas, la vestimenta puede representar intenciones, decisiones y deseos para el ciclo que comienza. En ese marco, el 2026 es definido como un “año universal uno”, asociado a los comienzos, la identidad y la siembra de nuevos proyectos.
Desde esta perspectiva, el nuevo año marca el inicio de un ciclo de nueve años, donde las elecciones iniciales adquieren un valor especial. El 2026 aparece vinculado a la energía del inicio, la acción y la definición de rumbos, con una fuerza que impulsa decisiones rápidas y cambios profundos.
En ese contexto, los colores adquieren un significado particular. El rojo está asociado al coraje y a la determinación, y se recomienda para quienes buscan priorizarse, tomar decisiones postergadas o animarse a nuevos desafíos. El dorado, en cambio, se vincula con el liderazgo, la visibilidad y el éxito material, y suele elegirse para atraer reconocimiento y expansión.
Otro de los colores destacados es el verde esmeralda, relacionado con la idea de semilla y crecimiento sostenido. Representa la abundancia que se construye con el tiempo y la estabilidad en los proyectos. El naranja aparece como una opción para quienes planean lanzar algo nuevo, ya que simboliza impulso creativo, entusiasmo y movimiento.
El blanco, por su parte, se asocia a un “reset” profundo: empezar de cero, soltar etapas anteriores y abrir espacio a nuevas oportunidades. Es un color elegido por quienes buscan renovación y claridad para el nuevo ciclo.
En contraste, se sugiere evitar los grises apagados o tonos desgastados, ya que simbólicamente no acompañan la energía de un año de inicio y acción. Desde esta mirada, el año uno responde a decisiones visibles y concretas, más que a intenciones difusas.
Así, más allá de la moda, el uso del color para Año Nuevo se presenta como una forma de expresar objetivos personales y marcar el rumbo del ciclo que comienza.