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Por Martín Andrés Rodríguez *
El retorno de Donald Trump a la presidencia reintroduce un patrón ya practicado en su gobierno anterior, unilateralismo pragmático, presión a aliados y uso intensivo de instrumentos económicos, pero en un contexto internacional mucho más complejo. Para entender su impacto conviene ir más allá de la crónica y leerlo desde dos marcos teóricos clásicos en las Relaciones Internacionales: el neorrealismo que plantea la política exterior como respuesta a la estructura internacional filtrada por coaliciones domésticas y la teoría de la Toma de Decisiones de Graham Allinson, donde la decisión se conjuga por la posición de las burocracias, la competencia interna y el estilo presidencial. En esta aproximación, se debe subrayar además un rasgo que Trump reivindica: la "imprevisibilidad" como recurso estratégico.
El trumpismo tiende a "securitizar", es decir llevar al campo de la seguridad nacional, cuestiones que otras administraciones tratan como políticas públicas: migración, narcotráfico, comercio y energía. Trump llegó al poder con la promesa de actuar "rápido" mediante un paquete de órdenes ejecutivas preparadas para restringir cruces fronterizos, expandir la extracción de combustibles fósiles y desmantelar programas internos asociados al legado demócrata. Este enfoque no es accesorio: reordena prioridades externas y vuelve más transaccional el vínculo con vecinos y aliados, un "toma y daca" con mucha presión.
El punto importante aquí es la brecha entre los anuncios y su aplicación. En un balance del primer año, Trump combinó una narrativa de logros económicos con promesas y planes difíciles de ejecutar: reformas en salud y vivienda, creación de "1.600 plantas eléctricas" para bajar tarifas, un bono simbólico de 1.776 dólares para militares, y una agenda dura en deportaciones masivas, incluso con un plan polémico para quitar la ciudadanía a personas extranjeras ya naturalizadas.
Sin embargo, en un sistema de control y contrapesos (check and balance), estas iniciativas plasmadas en numerosas ordenes ejecutivas firmadas el mismo día del juramento presidencial, están atravesando litigios en tribunales federales, estaduales y hasta locales, restricciones presupuestarias y altos costos diplomáticos que las vuelven parciales o dilatadas.
En el ámbito económico internacional, Trump volvió a convertir el arancel en instrumento de poder. El 2 de abril anunció una batería de aranceles "recírprocos", que no tienen nada de reciprocidad ni de lógica para el establecimiento de su porcentaje, para corregir déficits, recaudar y repatriar producción, un "re-shoring" forzado. Pero tras turbulencias financieras, congeló los aranceles adicionales y abrió negociaciones, cerrando nuevos acuerdos para estabilizar el arancel en torno a un 10%" a cambio de concesiones, como las compras energéticas e inversiones.
Estas acciones se conjugan con utilizar el comercio como un arma, buscando sancionar a aquellos gobiernos que no acuerdan, o se pliegan, a las posiciones políticas de Trump – no de los Estados Unidos propiamente dicho-, congelando inversiones y ayuda oficial al desarrollo, recortando importaciones o estableciendo prohibiciones a empresas y obstaculizando el funcionamiento de organismos internacionales, como la Organización Mundial de Comercio que tiene sin funcionar sus mecanismos de arreglo de diferencias desde el primer gobierno del presidente norteamericano.
Pero, como se mencionó anteriormente, incluso estas medidas de política comercial también se ven investigadas por la Corte Suprema norteamericana, que considera ilegales o anticonstitucionales a partes sustantivas del esquema arancelario presentado en abril. Además de crear un escenario caótico a nivel internacional, que congela o retrasa nuevas inversiones, modifica flujos comerciales y genera un alto nivel de incertidumbre en general.
En particular, con China la lógica escala a grados más altos, la tasa inicial de los aranceles "recíprocos" del 34% derivó en una espiral que llegó al 145%, pero el país oriental estableció como represaría aranceles del 125% , para luego atravesar una "tregua" que dejó promedios estadounidenses entre el 29 y el 48% y gravámenes chinos alrededor del 35%.
Las relaciones con China son las más críticas, Trump busca llegar a un equilibrio entre disminuir notablemente el déficit comercial que tiene Estados Unidos, con lograr el regreso de empresas norteamericanas, para generar más fuente de trabajo doméstico, obtener acceso a minerales críticos para la alta tecnología, detener o disminuir la dependencia de los chips de semiconductores chinos, y equilibrar las capacidades en lo que respecta a la inteligencia artificial, al mismo tiempo que evitar escaladas especialmente alrededor de Taiwán. Todo esto es lo que algunos analistas llaman "dureza económica combinada con una diplomacia activa".
En el eje euroatlántico, Trump no necesariamente "abandona" compromisos, pero sí pretende reconfigurarlos bajo una regla: más gasto y responsabilidad europea, sobre todo en materia de seguridad, la OTAN, y en temas energéticos, la dependencia del gas ruso.
En particular sobre el conflicto en Ucrania, el enfoque de Trump encaja con su promesa de campaña: acercar a las partes a una negociación donde Kiev enfrenta presiones para ceder territorio y renunciar a la membresía OTAN, usando como herramienta la reducción de ayuda financiera y armamento. En términos geopolíticos, esto redistribuye riesgos: trata de acelerar conversaciones, pero también altera la credibilidad de la disuasión occidental.
Por otro lado, en Medio Oriente, Trump vuelve a privilegiar las negociaciones: alto al fuego en Gaza, condiciones de seguridad y reordenamiento regional. La dificultad estructural es que Washington no controla a todos los actores y que la posguerra exige recursos y legitimidad política sostenida. Por eso, como en la materia comercial, parte del "impacto" global proviene menos de lo que se firma y más de la incertidumbre que se introduce en la conducta de aliados y adversarios ante un estilo negociador maximalista.
En América Latina, la agenda se define por las variables domésticas estadounidenses: las migraciones y las drogas. Es decir no es una prioridad para Trump, salvo cuando toca esos temas sensibles que ya había planteado en su campaña y que tiene como principal foco a México, el Caribe y el triángulo norte sudamericano, lo que crea un ciclo de conflictividad política e intervenciones armadas, que pueden pasar del hundimiento de narcolanchas a una invasión militar directa en Venezuela. Todo esto afecta la cooperación fronteriza y el clima de inversiones, reduciendo los márgenes diplomáticos.
Algunos analistas consideran que lo plasmado, en lo que respecta a Latinoamérica, en la nueva Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana podría considerarse como un relanzamiento de la "Doctrina Monroe" ya que, además de lo anterior, también establece bloquear el espacio a competidores extrahemisféricos- China, Rusia e Irán - y condicionar a gobiernos percibidos como hostiles.
Para nuestro país, el efecto dependerá de dos tensiones: oportunidad y vulnerabilidad. Oportunidad, si el alineamiento político facilita acceso y acuerdos; vulnerabilidad, si el "AmericaFirst" se traduce en decisiones rápidas (aranceles, cupos, exigencias sanitarias o migratorias) que alteran exportaciones y expectativas del gobierno de Milei.
En conclusión, el regreso de Trump no reescribe por sí solo el sistema internacional, pero sí incrementa la incertidumbre, expande y profunidza la competencia de grandes potencias y vuelve más transaccionales alianzas y reglas. Los importantes es saber distinguir la retórica Trump con su capacidad y destreza para lograr implementar lo dice: aranceles que se anuncian y luego se congelan, acuerdos que cambian por presiones de mercado, y políticas internas proyectadas como seguridad nacional. En esa tensión, entre el gesto maximalista y los límites institucionales, es donde realmente se podrá ver el impacto global del trumpismo.
(* Licenciado en Relaciones Internacionales y Especialista en Com. Ext. y Economía Internacional. Se desempeña como Jefe de Carrera de la Lic. en Comercio Internacional de la Universidad Católica de Salta)