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Chifri vive. Catorce años de ausencia física no fueron suficientes para disipar la fuerza de su espíritu, que se expresa en las obras que dejó entre los cerros de la Quebrada del Toro. El 23 de noviembre de 2011, el sacerdote Maximiliano Sigfrido Moroder dejó este mundo para vivir como un faro que ilumina con la fuerza del ejemplo y la memoria colectiva.
El final comenzó en octubre de 2005 cuando sufrió un accidente mientras practicaba parapente. Una ráfaga de viento lo lanzó hacia la pared rocosa de un cerro, causándole serias lesiones en la médula que le impidieron caminar. Desde entonces se movilizaba en silla de ruedas, se paraba con un andador en las celebraciones, y sus amigos, que soñaban con verlo moverse como lo hacía antes de ese fatídico octubre, le prepararon una bicicleta adaptada para sus necesidades especiales. Más tarde encontró la solución para seguir visitando a las comunidades de los cerros del Toro en un cuatriciclo al que denominó "el burro rojo". Sus piernas estaban quietas, más nunca su espíritu.
Lejos de abatirse con esta tragedia personal, su fe en Dios y su amor por los más necesitados lo impulsaron a continuar con el ilimitado plan de oportunidades que tenía para los habitantes de la quebrada, a fin de evitarles el desarraigo que tenían como destino hasta entonces.
Mientras fue párroco en Rosario de Lerma, Chifri distribuyó material de catequesis en 81 escuelas del Valle de Lerma. También construyó un comedor para 170 chicos y comenzó a organizar la "Expo Cerros", que les permitió salir de las sombras a decenas de talentosos artistas y productores de las comunidades de la Quebrada del Toro, y comercializar sus producciones en la capital salteña. También organizó la primera Fiesta y Feria de la Papa Andina en Alfarcito en 2011, para promover la economía de la región.
En 2010 ganó el premio Abanderado de la Argentina Solidaria luego de construir y poner en marcha el Colegio Secundario Albergue de montaña y el Centro de Artesanos en Alfarcito. Su relación con las escuelas de los cerros era constante. Se comunicaba con un equipo de radio para saber qué necesitaban y ayudar con premura. Construyó capillas en los parajes más distantes.
Contagió solidaridad y cosechó voluntades que se abrazaron a todas sus iniciativas misioneras. Así nació la Fundación Alfarcito con el lema "Nos une el anhelo de hacer el bien". Con ella llevó adelante su obra y es la organización que hoy camina tras su huella.
El Alfarcito, en el corazón de la Quebrada del Toro, equidistante a las 18 escuelas y a las 25 comunidades de los cerros de Rosario de Lerma, fue el lugar que eligió para edificar oportunidades y para vivir.
Creó prosperidad. Afirmó la identidad. Evitó el desarraigo.
Su sueño eterno danza con los cerros su hermandad, descansa en almohadas de adobe, entre sábanas de viento fresco.