Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
6 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Sabado, 07 de mayo de 2011 18:32
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

El “cura sin cabeza” es un personaje del folclore latinoamericano. Se lo puede encontrar en todos los países sudamericanos e incluso centro americanos. Parece remontarse a las épocas de la evangelización colonial donde la Iglesia era la ejecutora de castigos. Como revancha a la opresión, el relato popular se lo toma con el sacerdote, castigado eternamente por algún horroroso pecado.
Al personaje se lo ha descripto como “el fantasma de un sacerdote sin su cabeza, perdida en un pecado sin nombre”. Se dice que desde aquel día deambula por las noches oscuras y tenebrosas, aterrorizando a las personas que aún están despiertas.
En algunas ocasiones se aparece en el interior de las iglesias celebrando la misa. Atraído y cargado de pecados quien entra al confesionario oye atentamente, pero a la hora de la consagración, al dar la cara, al sacerdote se lo ve sin cabeza. Según cuenta una de las versiones de la leyenda, el “cura sin cabeza” fue maldecido nada menos que por Dios, por haber tenido sexo con una mujer casada y en el interior de un templo. La maldición obligaría al pobre sacerdote, a ocultar siempre por vergüenza su calavera entre los ropajes.
 En Salta
Julio Prada tiene 80 años. Todavía es domador y fue tropero de la Finca La Unión, en los tiempos del administrador Pablo Soria. En esa época, la hacienda cruzaba la ciudad para llegar al matadero de la avenida Independencia. Era a finales de los 50. Muchas noches lo encontraron las estrellas a don Prada, mientras volvía para su casa en Cerrillos.
 La primera vez que escuchó del “cura sin cabeza” fue en una finca cerca de San Agustín. Estaban haciendo un trabajo de temporada. Había llegado el fin de semana y con un gaucho santiagueño y su señora, Prada había planteado llegarse hasta el pueblo, para encontrar alguna diversión. El capataz de la finca, aquel día les advirtió: “Anden con cuidado porque antes de la curva se aparece el gaucho sin cabeza”. Pensaron que era una advertencia para que no se les extienda la farra y decidieron ignorarla.
A la vuelta, cuando ya habían olvidado la advertencia, algo raro sucedió. La mujer del santiagueño andaba tratando de divisar en la noche algo que parecía moverse. Su marido gaucho no se afligió, pero Prada pegó el grito apenas vio al bulto negro cruzarse en el camino. “Se veía clarito un traje de cura, pero sin cabeza”.
 Enseguida el santiagueño manoteó su puñal y frenó su caballo dejando la rayada en el asfalto. Cuando vio que el bulto no se movía saltó del animal y cayó en tierra con el cuchillo en mano. “Si este padrecito se acerca yo me lo cargo hasta el infierno”, cuenta Prada que dijo el santiagueño. “Se puso la daga entre los dientes y se fue acercando como para pillarlo por la sotana, pero el bicho desapareció”, asegura.
 Con esta experiencia encima, Prada nunca desestimó la versión del gaucho sin cabeza que rondaba en las inmediaciones de la Finca El Colegio, en Cerrillos. De mozo, Prada solía visitar a una de las hijas de don Hoyos, que vivía cerca del paso donde decían que aparecía el “susto”. Una de esas noches “andaba gateando por la casa de Hoyos y vi pasar corriendo a un cura sin cabeza”. Prada se asustó, pero la imagen le parecía “demasiado patente para no ser real”. Según descubrió días más tarde, la diabólica aparición no era obra de un enviado de mandinga sino el disfraz de un hombre de carne y hueso. “Al parecer no era el único que frecuentaba a las hijas de Hoyos”, cuenta Prada. Una noche, en el mismo lugar, pudo ver otra vez la figura de ese sacerdote sin cabeza que cruzaba el campo a los brincos. Tomó coraje y le siguió el rastro. “Enseguida reconocí el caballo. Era del cura Peralta que era un hombre bien gaucho. Se ve que como no querían que lo reconozcan en busca de un amor prohibido se tapaba la cabeza con la sotana y corría hasta ocultarse en la sombra”, cuenta el domador y agrega: “No sé si tenía la cabeza bien puesta, pero cabeza tenía”.
 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD