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Unos años antes del crimen, Antonio Aragonés y Carmen Martínez comenzaron una relación sentimental tan intensa que terminó en la planificación del asesinato de Felipe Conesa.
Fue Antonio quien tomó la iniciativa y contactó a María Borborio, una antigua amante suya de 55 años.
María era una mujer sin escrúpulos que se dedicaba a componer y proporcionar pócimas venenosas a quienes quisieran deshacerse de alguien que le molestara.
Antonio le solicitó ayuda para “sacar del medio al marido de su amada” y ella le suministró un sobre con una mezcla de polvos y arcillas, asegurándole que era un veneno de gran eficacia.
Allí entra en acción Carmen, quien sería la encargada de mezclarle el menjunje en las comidas y bebidas de Felipe.
Así, la que la víctima creía una tierna e intachable esposa, le colocaba el veneno en las cantidades recomendadas por la bruja. Los guisos y el jerez eran adobados con la fórmula mortal. Pero pasaban los días Felipe seguía como si nada, a no ser porque su orina se había tornado rojiza y oscura.
Le presentó las quejas
La pareja decidió ir a pedirle explicaciones a María Borborio y a exigirle que les proporcionara un veneno más eficaz.
La bruja escuchó las protestas en silencio, suspiró hondo y les dijo: “Esperen, todo se va a solucionar”.
Tras ello y completamente fastidiada por las quejas de sus clientes, María decidió ponerle fin al tema cortando por lo sano.
Cuando la pareja se marchó llamó de inmediato a dos matones de poca monta que conocía muy bien: Mariano Ballado y Demetrio Alonso y tras comentarles lo sucedido les entregó 40 duros para que asesinaran de la manera que ellos creyeran conveniente, a Felipe Conesa y así dar por terminado el sainete.
Borborio, Ballado y Alonso deciden trazar un plan para llevarlo a cabo el 30 de diciembre.
El crimen
Fue así que tras seguirle los pasos durante algunos días, decidieron esperarlo cuando volvía de sus tertulias vespertinas en el Horno de Pan. Se ocultaron en el callejón de paso obligado de la víctima, lo esperaron pacientemente. hasta que apareció el sombrerero. De allí en más, la historia es conocida.
El crimen tuvo gran repercusión en toda Zaragoza. Era incompresible semejante ensañamiento con un hombre de bien y muy querido.
Antonio a poco de ser detenido terminó contando el plan para asesinar a Felipe. De inmediato fueron a buscar a Carmen quien no lograba dar pie con bola en las explicaciones que les daba a las autoridades. Por supuesto que acto también fue detenida María Borborio, quien antes de levantar su mantilla ya había dado los nombres de los sicarios Mariano Ballado y Demetrio Alonso.
El juicio
En medio del estupor de los pobladores, ingresaron al juzgado los cinco inculpados del crimen del empresario.
Carmen, con su pelo oscuro recogido, gesto adusto y sus ojos marrones enrojecidos por el llanto, vestida con una falda marrón de paño fino y mantilla negra, se sentó junto a Antonio a quien ni siquiera miró. El morocho estaba con traje oscuro y corbatín, la mirada fija hacia la nada. María, la bruja, vestida íntegramente de negro.
Los matones, también con trajes oscuros. Los cinco fuertemente custodiados por la Guardia Civil.
Cuando comenzaron los interrogatorios todos negaron su relación con el crimen. Decían no conocerse y cosas así. A tal punto que los mismos amantes negaron sus amores. Tras un breve juicio los cinco fueron condenados al garrote vil, el salvaje adminículo mecánico que poco a poco -una morsa que hace girar un latón que aprieta como torniquete el cuello- va llevándose la vida de los que están en el cadalso.