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Un video de tres minutos de un chico de 10 años -víctima de una disputa entre sus padres por su tenencia-, detenido por la fuerza por la policía, en medio de gritos y tironeos, provocó hoy gran conmoción en Italia.
Espeluznante, la filmación fue realizada con un teléfono celular por la tía del niño, que aparece increpando a los agentes policiales tildándolos de Gestapo y gritando que suelten al chico que "no ha sido escuchado", mientras éste intenta soltarse de las garras de los agentes e implora "¡ayudame tía, no sé qué hacer, ayudame!".
Escalofriante, el video fue mostrado ayer por un popular programa de televisión que se llama "¿Quién lo ha visto?" y hoy por todas las web italianas, desencadenando gran indignación.
La dramática escena ocurrió a principios de esta semana a las ocho de la mañana frente a una escuela primaria de Cittadella, ciudad de 20.000 almas de la región del Veneto, noreste de Italia. Entonces un grupo de policías ejecutó en forma brutal una orden judicial. Según puede verse en el terrible video de tres minutos, los agentes comenzaron a forcejear con el niño en cuestión, que se resistía, agarrándolo de los brazos y de las piernas, para terminar metiéndolo por la fuerza en un auto y llevándoselo, en medio de los gritos de la tía que filmaba.
El protagonista de una historia familiar terrible como las hay muchas, vestido de buzo celeste y llamado Leonardo, es desde hace años víctima de una lucha por la tenencia entre sus padres separados. Al parecer después de varias idas y venidas, que la madre incumpliera el régimen de visitas estipulado por la justicia e impidiera que el padre frecuentara normalmente a su hijo, un juez decidió darle la tenencia al padre.
Según fuentes de prensa, para que se cumpliera esta ordenanza los agentes se vieron obligados a ir a buscar el chico al colegio después de varios intentos fallidos en la casa de la madre y la de los abuelos. En agosto y septiembre pasado, por ejemplo, el chico hasta se había escondido debajo de una cama para que no lo separaran de su madre.
Fuente: La Nación