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El debate por el virrey nos invita a reflexionar sobre la Patria

Sabado, 24 de noviembre de 2012 21:00
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“Patria” es una palabra que dice mucho y que, lamentablemente, está demasiado olvidada. Su etimología proviene del latín y significa “la tierra de nuestros padres”; es la tierra regada por el sudor y la sangre de los antepasados, y que cobija sus restos.

La patria es, sobre todo, una vivencia colectiva del pueblo que comparte el territorio y, sobre todo, la memoria y los símbolos.

Patria es lo que nos une; las guerras civiles, es decir, las que enfrentan a los compatriotas, son llamadas fratricidas por que no sólo destruyen vidas, familias y fortunas, sino que resquebrajan a esa unidad que es esencial a la patria.

A los argentinos de nuestro tiempo nos cuesta mucho sentir el orgullo patriótico, salvo en los encuentros deportivos. Figuras excepcionales como Emanuel Ginóbili, Luciana Aymar o Lionel Messi nos brindan una identificación incuestionada. Son arquetipos de argentino, que nos alegran y entusiasman. También lo fueron René Favaloro, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, aunque se los viva con menos fervor.

Pero los héroes y los próceres representan a la patria misma. José de San Martín, Manuel Belgrano y Martín Miguel de Gemes son reconocidos unánimemente por sus logros políticos y militares en la independencia de América. No eran santos ni seres perfectos, sino constructores y líderes de nuevas realidades. Su epopeya los preservó del deterioro que las guerras civiles y las luchas ideológicas producen en la memoria de los protagonistas de la historia.

Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento forman parte de los pocos intelectuales convertidos en grandes protagonistas de la política. La dirigencia que gobernó a la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX convirtió a una pradera desierta en una potencia económica. Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón encabezaron movimientos políticos que fueron decisivos en la construcción de nuestra democracia. Pero la memoria de todos ellos, y de muchos otros, sigue siendo hostigada por miradas sobre el pasado que ignoran los logros sustanciales y ponen el acento en juicios anacrónicos, que miden el pasado con la vara del presente.

La controversia desatada en estos días en Salta en torno a los honores que merece el virrey Francisco Álvarez de Toledo no tiene nada de trivial, aunque lo parezca. La Batalla de Salta, con la cual se confronta su memoria, no fue contra el virrey, que había muerto 232 años antes, sin saber que esa ciudad que él había mandado fundar en el estratégico valle de Salta algún día sería escenario de la batalla y de la actual polémica. No es héroe ni prócer. A él se lo recuerda por su participación fundacional y a nadie se le ocurre tomarlo como un modelo civilizador. Asimismo, pensar que la nación latinoamericana se identifica solo con la memoria imaginaria del Inca, de Tupac Amaru y de los pueblos originarios es dividir artificialmente al conjunto. Sin Colón y el descubrimiento, hoy denostado, nuestro continente no sería el mismo. Suponer que sería mejor o peor es mera fantasía.

Ninguno de los protagonistas de la independencia renegaba del pasado hispánico, porque eran españoles nacidos en estas tierras, aunque pusieran fin a un sistema colonial que tres siglos después del descubrimiento se había vuelto anacrónico.

Salta nunca olvidó a Gemes, a los gauchos ni a la batalla de Salta, que ocupan el lugar central en la conciencia colectiva. Los dos grandes monumentos de la ciudad capital lo demuestran, así como los nombres de barrios, calles, escuelas y plazas.

Entre los que ejercen el poder existe una obsesión por bautizar sitios públicos con el nombre de alguien a quien tratan de convertir en ícono; por eso puede ser legítimo revisar algunas denominaciones vigentes. Pero confrontar al Virrey Toledo con los próceres de la independencia no solo es históricamente insostenible: supone desconocer la historia en nombre de una moda perniciosa como lo es el neorrevisionismo.

La historia es compleja y revisarla es una tarea constante para los historiadores; cuando pretenden hacerlo los aficionados, deja de ser historia para convertirse en un relato efectista, inconsistente y nocivo.

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