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La humanidad de Milagros pide una silla

Miércoles, 07 de noviembre de 2012 06:06
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Martes por la tarde. Los autos que circulan por Almirante Brown desde Belgrano hacia España detienen su marcha a mitad de cuadra. Frente a la fila de vehículos, Milagros cruza con enorme dificultad. Durante un minuto eterno se arrastra por el pavimento hasta que, al fin, gana la vereda opuesta e ingresa al Registro Civil.

En medio de ese murmurante mar de gente ella parece invisible ante ojos que se acostumbraron a verla gatear como una niña, en infinidad de sitios diferentes, sin preguntarse por qué.

Se llama Milagros Laime, tiene 56 años y vive en el barrio Norte Grande, en el sudeste de la capital salteña, con dos hijas y dos pequeñas nietas. Nació en Las Mesadas, un paraje serrano de La Viña, en 1956. Ese año la poliomielitis alcanzó una inusitada virulencia en el país y ella, con sólo 8 meses de vida, se convirtió en una de las tantísimas niñas y niños caídos en la parálisis infantil.

Desde entonces el mundo tuvo avances inimaginables, pero allí sigue ella, gateando metro a metro, de calle en calle, para poder vender los cartones del bingo de la Liga Salteña de Fútbol con los que se gana la vida. “Me ganó el pan con el sudor de mi frente”, aclaró, y cómo dudarlo, ante los callos y cicatrices que ocupan cada centímetro de sus manos y sus piernas debajo de las deshilachadas rodilleras.

Su lista de urgencias es larga y clama, ante todo, por una silla de ruedas motorizada, porque sus brazos no le permiten mover una silla convencional. Quienes gustan de explicaciones fáciles, comentan que tuvo y desechó más de una silla. “Tenía una, pero se rompió”, recalcó ella, tras reseñar que se la donó una iglesia evangélica. “Es una mujer de mal carácter”, justificó otro comedido, como si las asistencias humanitarias y del Estado dependieran de la simpatía de los destinatarios.

Milagros necesita una silla de ruedas con impulsión propia ¿Acaso pide demasiado? Está obligada a estirar con su trabajo en la calle una mezquina pensión de $1.200.

De los seis hijos que llevan su apellido, cinco mujeres y un varón, sólo quedan con ella las dos menores. Una tiene dos nenas y no consigue trabajo. La más chica acaba de abandonar los estudios. Quieren vender comidas y Desarrollo Social de la Nación les dio los materiales para levantar el salón cocina hace cinco meses, pero siguen sin conseguir la mano de obra. Sus gestiones ante la Provincia y el municipio no encontraron eco suficiente, como tampoco los pedidos de asistencia con los que Milagros insiste ante el Pami.

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