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8N

El kirchnerismo, ante su examen más complejo

Viernes, 09 de noviembre de 2012 17:19
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Tropezar dos veces con la misma piedra parece difícil, pero no imposible. Si el Gobierno no reacciona de una vez y empieza a moderar su incomprensible ofensiva contra los que no lo apoyan, manifestaciones multitudinarias como las de anoche comenzarán a ser moneda corriente en la Argentina. A tres años de la renovación presidencial, sin un sucesor visible, y en medio de un freno palpable en la economía, eso podría generar un desgaste sin precedentes para el kirchnerismo desde su llegada al poder, incluso por encima del sufrido durante el largo conflicto con el campo.
Hace menos de dos meses nadie podía imaginar una protesta como la del 13S, mucho menos como la de ayer. En ese lapso, el kirchnerismo fue incapaz de dar una señal de reflexión que apacige parcialmente los niveles de tensión que existían. Los resultados están a la vista: el 8N sobrepasó la convocatoria anterior en todos los rincones de la Argentina y con un mayor grado de organización. Además, no hubo incidentes y los agravios personales contra Cristina se redujeron notoriamente, minimizando así los alcances de la estrategia oficialista de instalar a las protestas en su contra con el rótulo de “marchas del odio”.

Entre el 13S y el 8N no hubo ninguna medida oficial demasiado polémica como para acrecentar por si misma los adherentes a la concentración de anoche. Lo único que pasó, que no es poco, fue el desconocimiento oficial de los reclamos y las descalificaciones permanentes a los participantes. Una vez más, quedó claro que el fuego se apaga con agua, nunca con nafta.
Insistir en que la “derecha recalcitrante y golpista” fue la que copó dos veces en menos de 60 días buena parte de las capitales del país no solo es un absurdo, sino también un contrasentido. De ser cierto, significaría que la pacificación del país a nueve años de gestión con crecimiento a tasas chinas es un anhelo totalmente inalcanzable. Esa, no hace falta aclararlo sería una pésima noticia para la sociedad.
La potestad de la unidad nacional y la tolerancia política no puede venir de otro lado que no sea desde el poder otorgado por el voto popular, de donde vinieron los agravios más radicalizados de los últimos tiempos. Caratular de nazis, desestabilizadores o esclavos de Clarín a ciudadanos que manifiestan su enojo por reclamos puntuales, por más que estos no sean compartido por el Gobierno, es un error de cálculo que Cristina no puede volver a cometer.

Más allá de las críticas que el oficialismo pueda efectuar a la protesta por la heterogénea variedad de consignas -muchas de ellas en boca de los sectores más pudientes del país- la marcha tuvo un mensaje inequívoco: la gente que no reclamó cuando se impuso el cepo al dólar, ni cuando se intervino el Indec, ni cuando se profundizó la inseguridad, ahora lo hará, pero por todo ello junto.

La oposición no puede bajo ningún concepto tomar el cacerolazo de anoche como una victoria política. Lejos estuvo de serlo, ya que varios de los reclamos más duros eran hacia la falta de representación por afuera del kirchnerismo y hacia la visible inoperancia de un espectro dividido al extremo en al menos ocho facciones. De hecho, muchos dirigentes opositores que convocaron a la protesta decidieron a última hora no ser parte de ella, quizás temiendo eventuales escraches de los indignados manifestantes.
El 8N ya pasó, pero dejó una poderosa marca en el escenario político. La pelota está ahora en el campo del Gobierno. La estrategia puede ser la mesura o el redoble de la apuesta: de esa decisión depende buena parte del futuro inmediato de la Argentina.

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