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?Cuando quiso matar, mató?

Sabado, 01 de diciembre de 2012 22:00
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El 10 de agosto de 2001, muy próximo al Día de Niño, Unquillo, una población serrana en las afueras de la ciudad de Córdoba, se estremecía con la noticia: un albañil sanjuanino, Rafael Arcángel Aballay (39), había matado a sus cuatro hijos, Janet (7), David (5), Estrella (3) y Moisés (2). El único fin de este crimen fue aplicarle a su mujer, María Rosa Picco (30), la paliza más terrible y cruel de su vida. Después de realizar la horrorosa faena, en ausencia de la madre, ingirió unas gotas de gamexán, se cortó las venas y se acostó a dormir al lado del cuerpo de su hija mayor. El bebé aún estaba con el chupete en la boca. Tan leves fueron las heridas que apenas perdió sangre y, al otro día, decidió llamar a la Policía y avisar que había cometido homicidio.

Cuando los agentes llegaron al lugar, Aballay estaba sentado en una silla plástica, mientras repetía: “Esto es culpa de esa hija de puta...”.

Vivir con un violento

Aballay era un albañil sanjuanino muy respetado y codiciado en Unquillo por su prolijidad. Las inmobiliarias de la zona le encargaban a él los trabajos más finos. Estaba en pareja con María Rosa Picco, una excantante que había conocido 10 años antes. María Rosa desconocía su pasado, como es común en estos casos.

La convivencia siempre fue violenta. Aballay insistía de manera enfermiza, en que ella se insinuaba a otros hombres. María Rosa vivía dedicada a sus hijos... “Siempre me golpeó, tengo marcas en toda la cabeza, pero nunca atacó a los chicos, yo en eso estaba tranquila...”, contó entre lágrimas. Rosa perdió tres embarazos debido a los puñetazos y patadas que recibió de él. Las golpizas recrudecían cuando estaba embarazada, porque no quería que sus hijos llevaran su apellido porque eso sólo serviría para que le reclamaran herencia. Pero el único bien que poseía era la casita de bloques, que él mismo había construido en Unquillo, en el barrio Villa Forcchieri.

Las golpizas

Las palizas que recibía María Rosa eran brutales, siempre en presencia de sus hijos. En una de las oportunidades logró escapar y una vecina que la cobijó, le aconsejó denunciarlo. El sujeto fue detenido pero ella iba todos los días a llevarle la comida, porque la comisaría no podía alimentar a los presos. Aballay, conocido por todos en el pueblo, se ganó la confianza de los agentes, quienes aconsejaron a la mujer que levantara la denuncia “porque había prometido portarse bien”. Rosa obedeció.

Las peleas continuaron. “Pensé que algún día lo iba a matar yo”, dijo Rosa. Por eso decidió pedir ayuda en el Poder Judicial y una psicóloga le aconsejó que probara con irse de la casa y dejarle los hijos a él. La mujer desesperada y esperanzada en que Aballay cambiara, dejó a los chicos en manos del padre y se fue a Córdoba unos días. La mañana del 11 de agosto, cuando estaba en el centro comprando algunos regalitos para sus hijos por el Día del Niño, alcanzó a escuchar en la radio que un hombre en Unquillo había degollado a sus cuatro hijos. No necesitó más. Ya supo que eran sus pequeños.

Los crímenes

Durante los pocos días que la mujer no estuvo en la casa, a la vista de los vecinos todo estaba normal. Los chicos iban a la escuela, prolijos y limpios, pero en su mente él estaba buscando el modo en que iba a dañar más a su mujer. Y la noche del 10 de agosto, decidió llevar a cabo su plan. Acostó a los más pequeños y luego le dio a Janet un vaso de agua con gamexán. Cuando todos se durmieron tomó un cuchillo Tramontina que días anteriores había afilado con mucha dedicación. Puso a los chicos boca abajo, los degolló y luego se acostó a dormir al lado del cadáver de su hija mayor. Al día siguiente hizo toda una pantomima de su intento de suicidio. Los agentes, esos que habían aconsejado a la mujer que levantara la denuncia, no podían creer el espectáculo que les tocaba ver. Al punto que uno de ellos rompió en llanto y se le debió suministrar tranquilizantes.

Aballay fue detenido y comenzó la etapa de instrucción del juicio. El oficial Miguel Angel Robles, perteneciente a la Unidad Judicial de Homicidios de Córdoba, se obsesionó con la investigación. “La declaración no era consistente, él dijo que se había querido matar, pero lo real era que cuando quiso matar, mató, haciendo un despliegue de una gran violencia; sin embargo, él apenas tenía un pequeño corte en las venas”, dijo. En esa investigación, Robles descubrió que el sanjuanino tenía una condena en suspenso por una violación aberrante cuya víctima fue una niña, hija de una pareja anterior. En septiembre de 2002 lo condenaron, apenas, a 24 años de prisión.

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