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En todo barrio los hubo, en todo barrio (si queda alguno) los hay, y en todo barrio (si sobreviven los que eventualmente quedan) los habrá. Me refiero a los mirones furtivos, a los profesionales de las hendijas, a esos compulsivos invasores de la intimidad, preferentemente de las mujeres, especialistas en acechar parejas de enamorados, para decirlo elegantemente.
En el barrio los llamaban “zorreros” y, en verdad, este cronista conoció algunos que hicieron historia. Por ejemplo, estaba el “comeuñas” Valdivia, llamado así porque mientras “zorreaba” desnudeces de desprevenidas damas y damiselas, o fijaba sus “ojos babosos”, como los calificaba doña Eduviges Elizabide, sobre la encaramelada parejita de adolescentes que se creía a salvo de indiscreciones en la umbría del Parque San Martín, plazas y monumento al general Gemes, él masticaba los extremos córneos de sus dedos. Un caso era el “Comeuñas!
El tipito tenía una especie de mapa de todas las hendijas y orificios de puertas y ventanas de sus víctimas. En su agenda figuraban domicilios y horarios . Toda la ciudad en sus manos!
Una tardecita de otoño conversaban el vate Oscar Acuña y su inseparable amigo, el maestro Delmiro. Sentados a una mesa del bar de Los Tribunales bebían café y una Valle Viejo. Afuera lloviznaba. Decía Delmiro: --Sí, hay que convenir en que al “comeuñas” se le va la mano. Se pasa, che! Mi tío Pelusa, ese que te presenté vez pasada, ese, pues, el que trabaja en el Juzgado, me dijo que la cana está esperando pillarlo con las manos en la masa. El juez Robledo, me contó mi primo, está uvita por mandarlo a Villa las Rosas.
--¿Y qué esperan para chaparlo?, preguntó el vate.
--Es que se les escabulle con su motoneta! Parece que como sospecha que lo siguen, desde hace un tiempo que no sale. Mirá, vate, en el barrio se habla mucho, y con razón, del sabandija del “comeuñas”, pero hay otro personaje que no se le queda atrás.
--¿Quién, che? ¿Lo conozco?
--Claro que lo conocés! Es el doctor Fernández, el dentista! Claro que lo aventaja al “comeuñas” porque tiene otro estilo. Es un voyeur elegante; en el barrio pasa por un señor intachable, pero es tan o más zorrero que el otro! Si no estuviera lloviendo y fuera oscuro ya, te lo mostraría. Tiene parada fija, aquí nomás, en esta plaza Gemes que se llena de estudiantes. Mi primo dice que el juez Robledo lo tiene calado, pero que no lo hace encanar porque lo divierte. Ya te contaré. Mejor lo verás vos mismo. Mañana, si no llueve, te lo muestro. Es para reírse!
Al otro día continuaba lloviznando. Tuvieron que esperar un par de días más. Y una mañana, al mediodía, con un solcito alentador, fueron los dos amigos en busca del veterano dentista. Ahí estaba, sentado en un banco, sobre la Mitre, leyendo el diario, mientras la chicas de la Escuela Normal, que acababan de salir de clases, alborotaban, “tentadoras y diqueras”, el camino de regreso a casa.
--Pero, che, protestó el vate, el coso no hace nada, ni se fija en las pendejas, ni se mueve, está sentao, leyendo. ¿De cuál zorrería me hablás?
--Ay! Vate. Me parece que la Doralba te tiene tupido el mate. Acercate disimuladamente y juná bien el diario que se está haciendo de leer el tordo. Fijate bien!
Se acercó el vate, miró detenidamente, y exclamó, sin poder contener la risa:--Qué hijo de perra!
Y es que el dentista Fernández, a través de un discreto agujero que había hecho en las páginas centrales del diario, que tenía desplegado, se comía con los ojos las piernas (el cuerpo entero, bah) de las alegres y bonitas adolescentes. Un zorrero con clase!