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Los comunistas chinos estudian religión

Sabado, 25 de febrero de 2012 10:08
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China se ha convertido en el mayor “mercado de almas” de la historia universal. Junto al avance de la economía de mercado, esta civilización milenaria protagoniza otro fenómeno inédito: la expansión de las más variadas confesiones religiosas en la gigantesca población de un país oficialmente ateo. En términos porcentuales, China tiene hoy la mayor tasa de conversiones a cualquiera de los credos religiosos, desde el cristianismo hasta el Islam.

Según un estudio de la East China Normal University de Shanghái realizado en 2007, ya entonces se declaraba religioso el 31,4% de la población china, un porcentaje que ha crecido notablemente en los últimos cinco años. Si bien la ausencia de estadísticas oficiales hace imposible determinar una cifra exacta, las estimaciones conservadoras señalan que en China existen hoy 400 millones de creyentes. Por irrefutables razones demográficas, se trataría de la segunda comunidad religiosa más importante del mundo, después de India.

Un artículo de la revista Zheng Ming, editada en idioma chino en Hong Kong, consigna que al menos veinte de los ochenta millones de afiliados al Partido Comunista Chino se adhiere a alguna confesión religiosa y que cerca de la mitad participa regularmente de oficios religiosos. En las áreas urbanas, esa cifra ascendería a doce millones, cinco de los cuales participan regularmente en esas actividades. En las zonas rurales, el número treparía a ocho millones, cuatro de los cuales toman parte con asiduidad de esos oficios. Para eludir la vigilancia oficial, miles de militantes comunistas han transformado alguna de las habitaciones de sus casas en templos domésticos donde practican su culto.

Estas cifras cobran su auténtica dimensión si se tiene en cuenta que hasta hace tres décadas China fue uno de los países del mundo que persiguió más sistemáticamente las creencias religiosas de cualquier signo. La principal causa de esta mutación es la profunda crisis espiritual en que el estallido ideológico del comunismo ha sumido a centenares de millones de chinos, que están a la búsqueda de un sistema de creencias que sea capaz de fundamentar sus valores y de orientar el sentido último de su vida en este mundo.

Amplio abanico de opciones

El Gobierno chino reconoce oficialmente la existencia de cinco religiones: el budismo, el taoísmo, el islamismo, el catolicismo y el protestantismo. En esa lista, no figura la religión tibetana (variante del budismo sospechada de tendencias separatistas), ni admitida la existencia de la secta Falun Gong, cuyo desarrollo generó una escalada represiva por parte del régimen.

Algunos teóricos del Partido Comunista Chino hacen hincapié en la diferencia entre las denominadas “iglesias nacionales” (budismo y taoísmo) y las “iglesias extranjeras” (islamismo, catolicismo y protestantismo). En esa clasificación, el budismo y el taoísmo resultarían más tolerables, por lo que su práctica encuentra menores restricciones. De hecho, esas creencias tradicionales todavía reúnen a la inmensa mayoría de los creyentes chinos.

En cambio, la relación entre el régimen comunista y el Islam tropieza con el inconveniente de que la fe musulmana tiene su asiento principal en la región septentrional de Hinjiang (limítrofe con Afganistán), cuyo afán autonomista genera una cerrada resistencia por parte de las autoridades chinas, que temen que la propagación del islamismo alimente esas pretensiones secesionistas.

Por otra parte, resulta obvia la honda prevención china sobre cualquier posible manifestación de fundamentalismo islámico, en especial de su variante terrorista.

Pero la propagación del catolicismo choca también contra el enorme recelo con que Pekín, siempre celosa de su poder soberano, observa la subordinación de la jerarquía eclesiástica católica a la autoridad del Vaticano. El régimen comunista no reconoce al Papa el poder para designar obispos en territorio chino. La Iglesia Patriótica China goza del beneplácito de las autoridades. Sin embargo, la discreta cooperación entre las pacientes diplomacias milenarias de la Santa Sede y de China posibilita, a veces, consensuar secretamente el nombramiento de prelados que son reconocidos por ambas partes.

Las comunidades protestantes, que no dependen formalmente de ninguna autoridad extranjera, gozan de mayor autonomía que las católicas. Cuenta aquí un ingrediente adicional: entre los jóvenes de la clase media ascendente, el cristianismo, en especial el protestante, suele asociarse positivamente con las nociones de modernidad, ciencia y negocios.

Comunismo y pragmatismo

Con el pragmatismo que caracteriza al comunismo chino desde la apertura impulsada por Deng Xiao Ping, en 1979, la Academia de Ciencias Sociales de Pekín estudia la relación histórica entre la prosperidad económica y la religión protestante en el mundo anglosajón y, particularmente, en Estados Unidos.

Un equipo de cien investigadores, liderado por el profesor Xhuo Xinping, repasa minuciosamente la experiencia del surgimiento del capitalismo occidental y examina con interés la célebre tesis de Max Weber, el sociólogo estadounidense que en su clásico libro “La ética protestante y el origen del capitalismo” teorizó sobre la estrecha vinculación entre ambos fenómenos. Para los expertos chinos, resulta importante indagar acerca de la hipótesis de que un crecimiento del protestantismo incentive el espíritu empresario de la población.

Las autoridades son proclives a colaborar con aquellas iniciativas religiosas que suponen beneficios concretos para la población. De allí el respaldo estatal a los monasterios budistas que en las zonas rurales se encargan de la educación de los niños o a la red de hogares de ancianos impulsada por sacerdotes católicos.

En China, la historia es un eterno presente. A fines del siglo XIII, los tíos de Marco Polo, que estaban en Pekín, recibieron un encargo singular del emperador Kublai Khan. El soberano chino quería que los dos ricos comerciantes venecianos gestionaran ante el Papa el envío de una delegación de sacerdotes católicos para llevar adelante una misión evangelizadora.

Lamentablemente para la Iglesia Católica, Roma no otorgó suficiente relevancia a esa solicitud, que podría haber cambiado la historia mundial. Marco Polo inició entonces su viaje a China acompañado por solo dos sacerdotes, que se arrepintieron a mitad de la larga travesía. Pero el objetivo del monarca no era religioso sino político. Kublai Khan entendía que una mayor pluralidad de confesiones religiosas dentro de su imperio le otorgaría mayor poder.

Wang Zuo An, director general de la Administración de Asuntos Religiosos, señala: “Junto con el progreso que trajo la reforma de China y su proceso de apertura, hemos visto surgir algunos problemas sociales. El Gobierno chino espera que las religiones promuevan la armonía que predican y contribuyan a la construcción de una sociedad más armoniosa”. Los comunistas chinos aprendieron las enseñanzas del legendario emperador.

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