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15 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La llegada y un recibimiento estremecedor

Sabado, 14 de abril de 2012 22:30
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Y llegó finalmente el 8 de abril de 1987. Eran las seis y media de la tarde cuando las miradas de los salteños escrutaban el cielo. Y en el aeropuerto El Aybal, la expectativa por la inminente llegada de Juan Pablo II iba creciendo entre la multitud. Hombres y mujeres de todas las edades, conformaban el marco de la bienvenida con cánticos y banderas. Y los que no pudieron asistir al aeropuerto, siguieron por televisión los pormenores de la ceremonia.

La llegada del avión Tango 02 de la Presidencia de la Nación con el Papa a bordo se produjo a las 18.50. Juan Pablo II tardó cinco minutos en aparecer en la puerta de la aeronave. Y cuando su silueta se divisó en lo alto de la escalerilla, una ovación estremeció la aeroestación. Abajo lo esperaban el arzobispo de Salta, monseñor Moisés Blanchoud; el gobernador de la provincia, Roberto Romero; los gobernadores de Jujuy, Carlos Snopek; de Catamarca, Ramón Saadi, y de Formosa, Floro Bogado, entre otras autoridades.

Tras el recibimiento, el Sumo Pontífice se ubicó en el “papamóvil” y comenzó a desplazarse hacia el escenario de la ceremonia de bienvenida: el campo hípico de Limache.

La bienvenida

Una estremecedora ovación recibió al Papa Juan Pablo II, cuando a las 19.20 los altoparlantes anunciaron el ingreso del “papamóvil” al hipódromo. Una multitud de 200 mil personas coreaba “Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo”.

El “papamóvil” recorrió el circuito seguido de grupos entusiastas que se desplazaron a lo largo del magnífico escenario.

Finalmente el Papa descendió de su transporte cuando eran más de las ocho de la noche. Entonces, centenares de banderas blancas y amarillas se desplegaron por el aire como un enorme paño que rodeaba su blanca silueta.

La ceremonia

En el hipódromo los cánticos religiosos no cesaron en ningún momento. Y mientras el Papa se desplazaba por la tarima adornada con claveles rojos, la gente entonó el tan salteño himno al Señor del Milagro.

El gobernador Romero y demás autoridades civiles se ubicaron a un costado de la tarima, en tanto que religiosas, aborígenes e invitados especiales en otro sitio preferencial.

Cuando el Papa ocupó el estrado principal, los rostros se transformaron. Delataban regocijo y asombro y, en medio de las expresiones de alegría, un changuito llegó hasta el Papa con una flor en la mano. El lo besó y la multitud irrumpió en aplausos.

Juan Pablo permaneció de pie en el estrado hasta que un coro concluyó la interpretación de “Mensajero de la paz”. Luego descansó en un sillón mientras escuchaba atentamente las palabras del arzobispo de Salta, monseñor Blanchoud.

Luego, el coro entonó una parte de la “Misa Criolla”, mientras el movimiento “Palestra” desplegaba un gigantesco dibujo de Karol Wojtyla, en cuya parte superior decía “Madre, no nos sueltes de tu mano”.

Enseguida de la lectura de los evangelios, el Papa habló a la multitud que lo interrumpió en varias oportunidades con aplausos y vivas.

Concluida la ceremonia de bienvenida, Juan Pablo II se dirigió a la cuidad a bordo del “papamóvil” mientras una multitud lo saludaba a lo largo de la ruta. Como estaba previsto, a las nueve de la noche llegó al palacio arzobispal. Una verdadera multitud lo esperó en la plaza 9 de Julio.

Cuando Juan Pablo II descendió, tenía huellas de cansancio y de calor; sin embargo, seis minutos después de ingresar al edificio, apareció en el balcón superior saludando a la multitud. Respondió con gestos elocuentes a las muestras de cariño de los salteños, pero con sencillez y elegancia dio a entender que necesitaba descansar.

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