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“Por último, se supo que las personas acusadas por el hecho no serán detenidas porque arrojar pirotecnia no es un delito, y en este caso no lo hubo. Lo cierto es que habrá que esperar para ver qué es lo que sucede en las próximas horas con este grave incidente” (El Tribuno, versión digital, 30 de abril).
Los adolescentes no aprenden a diferenciar el bien del mal, porque las mismas autoridades que deberían estar dando ejemplo, dan la impresión de estar buscando cómo dejar este hecho horrendo como si nada hubiera pasado.
Tirar pirotecnia no es un delito; ¿y si en el momento en que explotó el petardo hubiera pasado una persona y se hubiera quemado los pies, o hubiera sufrido un ataque por el susto del estruendo?, ¿se habría quedado sin reclamar justicia?, ¿la familia habría dejado las cosas como si nada hubiera pasado? Si el ser vivo que circulaba por el lugar donde estaba el grupo de chicos hubiera sido una autoridad, un funcionario y hubiera sufrido alguna leve herida ¿se habría aguantado calladito? ¿Qué educación pretendemos impartir a los estudiantes, a los jóvenes, si aceptamos cualquier atrocidad como un hecho no delictivo? ¿No sería conveniente que este tema sea tratado seria y urgentemente en jornadas para padres, en reuniones de docentes, en las altas esferas gubernamentales y con los medios de comunicación? Mientras más concesiones se otorgan a los jóvenes, sin dirigentes que les muestren otras vías para encauzar su “adrenalina”, seguirán convencidos de que tienen el derecho de llevarse el mundo por delante. Si el espeluznante abuso del accionar de estos adolescentes no es motivo de detención, al menos que se los obligue a realizar un trabajo socio comunitario en alguna institución donde puedan ver el sufrimiento del otro y aprendan a valorar y respetar la vida. Porque el viernes destrozaron a un perrito; si no se los educa, más adelante lo harán con una persona. “Mientras más conozco a la gente, más amo a mi perro”, dice una conocida frase popular.
María de las Mercedes Pagano Fernández