Lejana, exótica, con un calor abrumador, Tailandia ofrece sus playas y sus templos como tesoros para el turismo occidental, mientras su capital, Bangkok, aprovecha el ritmo de las potencias asiáticas para reimpulsar su economía.
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Lejana, exótica, con un calor abrumador, Tailandia ofrece sus playas y sus templos como tesoros para el turismo occidental, mientras su capital, Bangkok, aprovecha el ritmo de las potencias asiáticas para reimpulsar su economía.
Basta revisar las páginas de los suplementos económicos, o tener la fortuna de viajar durante un par de semanas por allí, para comprobar cuánto hay de cierto en que el continente asiático es, desde hace al menos dos décadas, el mismísimo centro del mundo. No solo por la gran concentración poblacional -recordemos que uno de cada cinco habitantes del planeta es chino- sino que, al margen del aspecto económico, Asia ejerce una preponderancia tal que obliga al resto del mundo a interrelacionarse con ella, sin vueltas.
Tailandia estará lejos de ser China, Japón o Singapur, pero en muchos aspectos incluso llega a superar, por ejemplo, a nuestro país. No es solo aquella nación de los palacios dorados, de las hermosísimas playas junto al Pacífico ni tampoco es el supuesto paraíso de la liberación sexual. Es mucho más: esta monarquía constitucional, que increíblemente nunca fue sometida por un país europeo, ocupa el lugar 28 del planeta por su PBI, casi a la par de Argentina, y el ingreso per cápita se acerca a los 9 mil dólares anuales. Datos muy significativos, si tenemos en cuenta que recién hace muy poco pudo dejar atrás una severa contracción económica.
A inicios del siglo XX, Tailandia tenía apenas 6 millones de habitantes. Hoy son 67. Su superficie equivale a la de la provincia de Buenos Aires y el 95% de sus pobladores son budistas. Su nombre en tailandés significa “país libre” y, durante décadas, se llamó Siam.
Pese a la enorme distancia y las fatigosas veinte horas de vuelo yendo por Johannesburgo, los argentinos más adinerados van hasta allí por sus playas, entre las cuales sobresale nítidamente la de Pukhet, a la que debe sumarse el centenar de islas ubicadas en el Océano Pacífico.
Paseos sin mirar de reojo
A muchos les parecerá exagerado, pero Bangkok, la megalópolis de más de 12 millones de habitantes, es considerada por propios y extraños como la ciudad más segura del mundo. La capital tailandesa en efecto es así, y uno lo vive si decide caminar mucho después de la medianoche. Nadie, ni el hotelero ni el policía, le advertirán que se prevenga, ya que el hondo sentido religioso de sus habitantes anula la posibilidad del atraco callejero. Es verdad, no serán ángeles (la ciudad, en su idioma original, se denomina “la ciudad de los ángeles”) pero sí se pasea con total calma y confianza.
Durante una década ininterrumpida, antes de que se hablara de la gran evolución económica china, Tailandia fue el país que más creció en el mundo. Desde 1985 a 1995 tuvo un crecimiento económico del 9% anual, el mismo que en la última década ostentó China. Hasta que, en 1997, sufrió un verdadero terremoto financiero cuando su moneda, llamada bath, fue devaluada en un 120%. Ya seis años después volvió a crecer en un 7% anual, a pesar de sufrir un golpe de Estado por parte del Ejército.
Bangkok, la capital, tiene dos inmensos aeropuertos, de los cuales el internacional deja boquiabierto al viajero más veterano. Cuando llegué, a la 1.30, me sorprendí al ver tal cantidad de líneas aéreas que jamás había conocido. El movimiento de personas, a esa hora, era increíble para alguien que llegaba del “fin del mundo”. El edificio tiene 7 cuadras de largo y 150 mangas.
Este país del sudeste asiático recibe cinco veces más turistas extranjeros que nosotros, por varios motivos: por -lo dicho- sus playas, por su historia, pero fundamentalmente por la cordialidad del tailandés, por la seguridad y por los precios bajos, equivalentes a los de Salta.
Encanto más allá del calor
¿Quién no oyó hablar del masaje tailandés? Los que busquen un momento de relax -o quizás su afamado costado erótico- puede que se decepcionen, porque el masaje tailandés original más bien representa un sacrificio para quien hace la prueba. La base de su técnica está en las plantas de los pies, y cada tanto la implacable masajista, acostumbrada a la sorpresa de los visitantes, pregunta si uno está a gusto o no. Y hay que disimular los quejidos...
Muchos comparan a Bangkok con México DF, por sus monumentales rascacielos y por la infinidad de venta de comidas en plena calle. Pero no es así, México no tiene un mercado flotante en el que uno se regodee paseando en lanchas, con muy pocos mendigos, a pesar del bochorno del clima tropical húmedo, que todos los días del año lleva la temperatura a 40 grados.
El transporte es muy barato, y los hay de todo tipo: bicicletas y triciclos en medio de un tránsito infernal, en el que nadie respeta los semáforos y la bocina adquiere una sobredimensión en su uso que apabulla. Un tren sobreelevado, llamado BTS, cruza toda la ciudad. No será el de Sydney, pero no está mal.
Tailandia es un país de gente amable y respetuosa, con templos dorados como el Gran Palacio y el Templo del Buda Esmeralda -reclinado, de 46 metros de extensión- y una vida tal en las calles que sorprende al occidental. Encima con precios bajos, ya que uno puede comprarse una buena camisa por 3 dólares, o comer mariscos por 4, y alojarse en hoteles cinco estrellas por apenas 80 dólares la habitación doble, mientras los trotamundos buscan los hostels de 10.
Todo en medio de luces rutilantes, que parpadean desde los rascacielos, entre la sorpresa permanente.