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El Milagro y nosotros, el reencuentro de la identidad

Domingo, 16 de septiembre de 2012 01:15
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El Milagro se hace escuela de vida, de fe, vivida sinceramente, para afrontar los grandes desafíos del presente.

Como cada año, llegamos al Milagro, o mejor dicho, el Milagro viene a nosotros, con su intensa dulzura, con su fervoroso interactuar de rostros y vidas, con su generosa capacidad de hacernos de nuevo.

Eso es precisamente la fiesta del Milagro para los salteños (­los nacidos y los felizmente adoptados!), el reencuentro con nuestra identidad más honda de pueblo creyente y peregrino, nuestro incansable acercamiento a las horas felices de la infancia que, adormecidas, esperan ser despertadas, las primeras oraciones, escudo y bandera, los iniciales pasos, vacilantes, confiados en la fe de los adultos.

No es que olvidemos los problemas, que los ignoremos, que queden atrás. En la fiesta del Milagro se recuperan las verdaderas prioridades, se reenfoca la vida y nos redescubrimos hijos, hermanos, amigos, llamados irrevocablemente al amor, por Aquel que nos amó primero. Salta amanece santuario y casa de todos, huella de Dios y fiesta del hombre, y la que apodamos La Linda, se expresa extraordinariamente bella, toda de Dios, toda nuestra.

Venimos al Milagro para encontrarnos con Jesús, el Cristo, el Salvador, el Señor. Desde las yungas, los cerros, el chaco, las pequeñas y grandes ciudades... familias de los cuatro puntos cardinales salteños, llegamos a El para expresarle nuestra devoción y comprometernos nuevamente a serle fieles. Venimos a reestrenar nuestro pacto, precisamente porque para ser totalmente suyos, necesitamos hacernos nuevos, recomenzar, decididos a vibrar en el diálogo con el Dios de la Vida que nos urge a defenderla, a promoverla, a multiplicarla. Del año pasado a éste, seguramente habremos vivido contrariedades, momentos de honda soledad, situaciones difíciles que quizá perduren en nuestras almas con sus efectos de dolor, de tristeza, de impotencia. Pero tenemos la certeza que el Dios que enfrentó a la muerte y desenmascaró su fragilidad resucitando, nos espera para consolarnos, animarnos, inspirarnos...

María, la Madre del Señor, la Virgen del Sí, la que siempre está de nuestra parte, la que nos reúne para seguir decididos a su Hijo, la Virgen del Milagro, nos espera junto a Jesús. Nos acercamos confiados en su maternidad fecunda y siempre nueva, en la que somos sostenidos y fortalecidos para “hacer lo que Jesús nos diga”. Rezaremos, cantaremos, reiremos, nos conmoveremos junto a Ella, que sabe estar en todas las horas de nuestra vida.

Venimos al Milagro y él nos regala la buena nueva de venir a nosotros, para contarnos que es posible otro país, otra historia, “cielos nuevos y tierras nuevas” dirían los profetas, Así el Milagro se hace escuela de vida, de fe fervorosa, vivida sincera y comprometidamente, para afrontar los grandes desafíos del presente en la línea de las verdaderas tradiciones, las que no asfixian, las que siempre están buscando el bien de todos, las que nos hacen sentir hermanos y hermanas, las que se solazan en la única utopía auténticamente posible, la del Reino de Jesús de Nazaret, el buen Dios con nosotros.

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