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Lo primero que hacía doña Goya en cuanto abandonaba la siesta era llamar a su marido: -Moisés, Moisés, ande estás? Vení!
Y don Moisés acudía pronto, o no, según las ganas que tuviese. Todo el barrio sabía que el hombre estaba cansado del carácter mandón de su mujer, que lo dominaba. Doña Goya era una criolla santiagueña, medio aindiada (doña Eduviges afirmaba que era “aindiada y media”), y Moisés contaba, no sin nostalgia, que cuando joven era “muy” buena moza. Era alta y delgada, y recogía sus largos cabellos en un rodete, cuando no los trenzaba con maestría.
Ella y Moisés, que era ferroviario, se habían conocido en una fiesta de bautismo en Añatuya. Dos meses después se casaron y se radicaron en Salta donde Moisés tenía una casa sobre calle Alsina al 200. Con los años tuvieron hijos, tres varones y una nena. Moisés se jubiló del ferrocarril, pero no se quedó ocioso: se dedicó a fabricar canastos, paneras y fruteras con mimbre trenzado que vendía a buen precio. En verdad, se hizo de una seguidora clientela entre las vecinas.
Siempre había sido un hombre austero, de gustos sencillos, y le gustaba estar en su casa con sus hijos; pero la Goya no lo dejaba en paz con sus exigencias.
El poder que casi no ejercía sobre sus hijos, a los que daba mucha libertad en comparación, lo practicaba con su esposo. Pretendía que estuviese siempre disponible para ella, para sus caprichos, la mayoría de ellos absurdos como, por ejemplo: -Moisés, llevate el loro para el otro arco! -Moisés, fijate si la colorada está empollando! -Moisés, sancochá el bofe pal Guardián! Y todos los etcéteras que al lector se le ocurran. Además quería la Goya estar al tanto de las amistades, que eran pocas, del ex ferroviario. Y lo aconsejaba sobre ellas: -El Fulano no te conviene, es vago! -Zutano abusa del trago!
Moisés, por supuesto, empezó a cansarse. Y se cansó, nomás! El, que raramente iba al boliche, se volvió asiduo parroquiano de Chirimbas donde se reunía con amigos que había dejado de frecuentar desde su casamiento.
Y sucedió que doña Goya comenzó a celarlo. No se creía eso de las reuniones con sus amigos. Para ella su marido la engañaba. Y se paseaba furiosa de una punta a la otra de la larga galería de su casa, al ruido de sus alpargatas que usaba como chancletas. Doña Goya tenía en el barrio fama de bruja y curandera por un ungento que preparó para la mujer de Tronquito Paredes que sufría de “picazón”, y por un gualicho que hizo para que la Eudosia Núñez fuese más querida por su novio. Ungento y gualicho fueron exitosos. De ahí la fama.
Y fue así que doña Goya decidió valerse de su arte para que Moisés quedara, para siempre, encadenado a sus encantos, que solamente ella apreciaba. Compró en la carnicería de don José un bife de lomo. En su casa lo condimentó, como ella solamente sabía, y lo puso como plantilla en una de sus alpargatas. Una semana anduvo trajinando con el bife en esa posición. No se descalzaba ni para dormir. A los siete días le dijo a su marido: -Vení temprano a comer, que haré la sopa que te gusta tanto. Y Moisés agradeció conmovido: -Gracias, Goyita.
Ya la mesa estaba lista. Doña Goya sirvió de entrada un guisito de lentejas que mereció un bis por parte de Moisés y los hijos. Y llegó el turno de la sopa. En la cocina, a solas, sirvió cuatro platos de sopa, luego sacó la carne, ya hecha charqui, de la alpargata, la molió en el mortero y la espolvoreó sobre el plato destinado a Moisés. No advirtió que Marta, su nena, la estaba observando. Todos tomaron gustosos el caldo, especialmente Moisés, que elogió a la cocinera. Al otro día Martita fue a la pieza del fondo donde su papá fabricaba sus canastos, y le dijo:- Papá, tené cuidado: la mamá puso ayer algo que sacó del mortero en tu plato de sopa.
Moisés consiguió, vaya uno a saber cómo!, que doña Goya confesara. Después se mudó a la pensión de doña Pancha, y no regresó nunca. Cuando el barrio se enteró, el prestigio de doña Goya como bruja anduvo por el suelo.