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China, cielo y política contaminados

Viernes, 18 de enero de 2013 23:15
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“Una China más bella necesita aire limpio”. En el críptico lenguaje del Partido Comunista Chino, siempre plagado de metáforas, un editorial del Diario del Pueblo reconoció la preocupación oficial por las consecuencias de una gigantesca nube tóxica que durante cuatro días consecutivos oscureció el cielo y enrareció hasta el paroxismo la atmósfera de Beijing y doce provincias, y provocó reacciones sociales cuyas consecuencias son todavía difíciles de dimensionar.

El fenómeno, observado desde el espacio por los satélites de la NASA, alcanzó proporciones inéditas. En Beijing, además de suspender las clases y limitar la circulación de vehículos, las autoridades ordenaron la clausura temporaria de un centenar de plantas químicas y una reducción provisional en la producción fabril. El índice de polución llegó a ser cuarenta veces superior al tope considerado como seguro por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En la ciudad de Zhejiang, en el este de China, sucedió algo casi increíble. Una fábrica de muebles se incendió sin que durante tres horas nadie se enterase del hecho. “Debido a la intensa niebla que había en el aire, el humo y las llamas iniciales producidos por el fuego pasaron inadvertidos para los residentes del lugar”, consigna la crónica de la agencia estatal de noticias Xinhua.

El empleo de barbijos ha pasado a ser habitual en las calles de las ciudades chinas. No es pura psicosis. Un estudio difundido por la Universidad de Beijing estima que la contaminación del aire produjo unas 8.000 muertes prematuras desde 2010. Una escalada podría desembocar en violentos disturbios callejeros.

El problema es que para reducir los niveles de contaminación China tendría que disminuir su tasa de crecimiento. Pero esa opción resulta imposible. Existe un consenso generalizado en que el producto bruto chino tiene que aumentar como mínimo 8% anual para combatir la pobreza, reducir las desigualdades sociales y evitar estallidos de protesta capaces de amenazar la gobernabilidad.

Mientras se encamina a erigirse en la primera potencia económica mundial, China afronta un cúmulo de nuevos desafíos que agitan a su población. El daño ambiental, que afecta la calidad de vida, el incremento de la disparidad del ingreso y las denuncias sobre corrupción se cruzan con la percepción de que el país tendrá que replantear su estrategia de desarrollo.

Y llegó la discusión...

Este debate avanza mientras centenares de millones de chinos se incorporan a una pujante clase media con mayor capacidad de consumo y empiezan a formular demandas renovadas, difundidas a través de las redes sociales, que han contribuido a la formación de una opinión pública crecientemente informada. China es ya el primer país del mundo en cantidad de usuarios de Internet, que sortean los intentos de censura gubernamental.

La asunción de la nueva cúpula del Partido Comunista, encabezada por Xi Jinping, incentivó las expectativas reformistas. Desde distintos sectores se oyen voces que, sin cuestionar la legitimidad del régimen, plantean la urgencia de una mayor apertura. Un detalle novedoso es que ahora esas voces encuentran cabida en los medios estatales de comunicación.

Setenta reconocidos académicos y abogados independientes, que no integran los grupos disidentes ni las organizaciones de defensa de los derechos humanos, firmaron una propuesta que insta a la dirección partidaria a acelerar las reformas, incluyendo la separación de las funciones entre el Partido y el Estado. El autor de la iniciativa, Zhang Qianfan, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Beijing, advirtió que “China corre el riesgo de revolución o caos si no cambia”.

Otro de los firmantes, Liu Kaiming, director y fundador del Instituto de la Sociedad Contemporánea de Shenzhen, fue muy claro: “Sabemos que ahora es muy poco realista esperar un final rápido de la dictadura de partido único. Esperamos que el Partido Comunista trabaje dentro del sistema actual para lograr sus promesas de democracia, libertad y derechos humanos”.

Deng Yuwen, redactor jefe de “Study Times”, una publicación de la influyente Escuela Central del Partido Comunista, difundió un polémico análisis, que originó una ácida controversia, en el que afirma que “el problema mayor y más urgente al que tiene que hacer frente el Partido Comunista en el proceso de creación de una sociedad acomodada es la crisis sobre la legitimidad de su gobierno, resultado de su fracaso a la hora de tratar la creciente brecha de ingresos, el empeoramiento de la corrupción, la incapacidad para lograr de forma efectiva la integración social y el fracaso a la hora de responder a las peticiones de más democracia”.

La respuesta política

La cuestión de la corrupción y el abuso de poder fue parte del discurso del saliente primer ministro, Hu Jintao, en el XVIII Congreso Nacional del Partido. Hu Jintao exhortó a su reemplazante a que “haga limpieza” y subrayó que se trata de un problema capaz de “provocar el colapso del Partido y la caída del Estado”.

Un informe de Bloomberg News indica que los 70 miembros más ricos del Congreso Popular Chino tienen en conjunto una fortuna de casi 90.000 millones de dólares, una cifra diez veces mayor que la fortuna sumada de los integrantes del Congreso de Estados Unidos.

Xi Jimping está obligado a ser el protagonista de grandes transformaciones. Sus antecedentes familiares lo favorecen. Es hijo de Xi Zhongxun, un estrecho colaborador de Mao Tse Tung que cayó en desgracia durante la Revolución Cultural, fue rehabilitado por Deng Xiao Ping para cumplir un rol importante en la modernización económica y volvió a ser relegado en 1989 por criticar la represión a los estudiantes que manifestaban en la Plaza de Tiananmen. Una hija de Xi Jimping estudia en Estados Unidos.

Nicholas Kristof, periodista estadounidense casado con una ciudadana china, relata la magnitud de los cambios experimentados por la sociedad china. “Desde hace 25 años he visitado periódicamente la aldea ancestral de mi esposa, en la región de Taishan, en el sur de China. Al principio los habitantes eran semianalfabetos y estaban aislados, pero ahora su mundo se ha transformado. En esta ocasión visitamos una granja cuyo dueño, un excampesino, estaba negociando acciones de bolsa por Internet en su computadora portátil. Su hija está en la universidad y él mira la televisión de Hong Kong en una pantalla gigante”.

La particularidad de esta etapa es que la necesaria profundización de las reformas económicas choca con el intrincado sistema de intereses de la poderosa burocracia partidaria, enquistada en la administración de las empresas estatales. Modificar esa situación afecta directamente el poder del aparato partidario.

A diferencia de lo que los comunistas chinos preconizaron durante los últimos treinta años, la modernización económica empieza ahora a estar subordinada a una simultánea apertura del sistema político. Ese desafío presagia una peligrosa escalada de conflictividad en el país más poblado del planeta.

Napoleón vaticinaba que “cuando China despierte temblará el mundo”. Ahora, cuando el gigante ya despertó y el mundo tiembla, tal vez convendría agregar que, una vez despierto, también temblará China.

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