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¿Quién no tiene impreso en sus retinas o en su corazón la imagen de una señora gorda, activa, laboriosa, preocupada y ocupada por las cosas de su marido, de sus hijos y de su casa, más que por las de ella misma y de sus necesidades?
Esa imagen, de cualquier momento de nuestras vidas, seguramente corresponde a la de una madre. Una madre merecedora del mayor de nuestros afectos, el amor, manifestado de todas las maneras posibles hacia su persona, durante su finita, cálida y trascendental existencia.
La expresión “mamá, te amo”, contiene solamente tres palabras simples y sencillas de pronunciar, pero increíblemente resistentes al momento que deben salir de nuestros labios. Hoy es un día para vencer la timidez que paraliza a este bonito sentimiento.
Por eso, con inmenso cariño, quiero regalarle a todas las madres una amorosa poesía de mi autoría, titulada “En el mar de la tierra”, cuyas letras dicen así: “La señora gorda se mira la espalda, todo, en su casa, se encuentra bajo su atenta mirada. Desde el alba hasta la noche, trabaja, trabaja y trabaja, no hace de tiempo derroche y su lumbre nunca se apaga. Viene de afuera y sale, regresa y va para el fondo (de donde vuelve muy pronto), haciéndolo todo con mucho donaire.
Tiene las manos callosas y alborozo en el corazón, barniz guarda en sus ojos y, en sus labios, ardiente ron. La señora gorda va, por el mar de la tierra, “soplando en popa” a su vela para que no se detenga. No le teme a las penumbras ni al cielo de alpaca negra, puesto que, aún en temibles borrascas, para ella brillan estrellas‘.