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Hace 30 años, nuestro pueblo volvía a ser dueño de su destino

Miércoles, 30 de octubre de 2013 01:59
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La causa del retorno a la democracia en 1983 fue tan brutal como el amanecer del 24 de marzo de 1976. Cuesta aceptar, pero la derrota (militar) de Malvinas fue una de las causas que posibilitó que los argentinos transitáramos precipitadamente el camino del retorno a la democracia.

Por eso cuesta creer que la noche antes de las elecciones del 30 de octubre de 1983, el entonces presidente de facto, general Reynaldo Bignone, haya tenido la soberbia de aconsejar al pueblo argentino que votara “por las ideas y no por los rencores”. Cuesta creer pero así fue. Aquel día, el proceso ciclotímico entre democracia y dictadura militar, vivió con pasión y esperanza el tan esperado momento del retorno a la era de la voluntad popular y al estado de derecho. Para entonces, el abrazo de Perón y Balbín ya había fructificado. La exigencia cívica de “democracia ahora” había reemplazado definitivamente a “por las urnas o por las armas” de los años "70.

Una docena de candidatos presidenciales participaron de aquella histórica elección: Italo Argentino Luder (PJ), Raúl Alfonsín (UCR), Oscar Alende (PI), Rogelio Frigerio (MID), Alvaro Alzogaray (UCD), Francisco Manrique (AF), Gregorio Flores (PO), Luis Zamora (MAS), Guillermo Estevez Boero (PSP), Rafael Martínez Raymonda (ADS), Francisco Cerro (DC) y Abelardo Ramos (FIP).

En Salta

En nuestra provincia, la pasión por el retorno a democrática no fue menor. Se alistaron trece candidatos que dirimieron en las urnas quién gobernaría la provincia en los próximos años. Allí estuvieron Bernardo Solá con Ricardo Reimundín (UCR), Roberto Romero y Hernán Figueroa (PJ), Jorge Altuna y Pedro Peretti (MID), Dardo Verchán y Alberto Arias (PDC), Augusto Lafuente y Mario Salim (PI), Ana María Giacosa y Claudio Piorno (FIP), Juan José Serrano y Miguel Durán (PO), Roberto Ulloa y Bernardino Arce (PRS), Hugo Marcone y Luis D'Jallad (MPS) y Carlos María Cornejo con Enrique Sansone (AS).

Punto de partida

El fervor democrático en nuestra provincia no fue menor al que vivió el resto del país. Aquí también se había sufrido un tiempo signado por el dolor, la desesperación y el terror. Por eso todos acompañamos esperanzados ese proceso que nos encaminó definitivamente por el camino de la Democracia. Eramos conscientes de que los comicios del 30 de octubre de 1983 eran solo un punto de partida. Sabíamos, casi con certeza, que tarde o temprano tendríamos que capear días y tiempos difíciles. Pero no importaba: lo peor, estábamos convencidos, había pasado.

Día histórico

Intuimos que estábamos viviendo una jornada histórica. Y aunque cada uno tuvo su pollo bajo el brazo, todos sabíamos que lo más importante era ganar la Democracia y, después, defenderla unidos. Entonces todos compartíamos aquello de que primero está la Patria. La derrota (únicamente militar) en Malvinas había marcado a fuego a quienes por décadas habían manejado al país a su antojo; perseguían, denostaban, convocaban a comicios tramposos, proscribían, derrocaban presidentes, anulaban elecciones, torturaban y mataban. Y hasta habían llegado a dirimir sus subalternas diferencias con las sagradas armas de la Nación y siempre derramando sangre de conscriptos. Quizá por todo eso, cuando hace treinta años, en un día como hoy, ingresamos al cuarto oscuro, cada uno pidió y rogó en silencio: “­No más golpes. No más de sencuentros, por favor!”.

Los pilares fueron claros: por el trabajo, la educación y la salud

La noche del 30 de octubre de 1983, la a gente esperaba los resultados definitivos de los comicios bajo la recova de la sede justicialista de la esquina de Zuviría y España, aunque ya se sabía que la fórmula Romero - Figueroa había triunfado en la provincia.

A las 11 de la noche comenzó a llover pero ello no fue impedimento para que una multitud se agolpara frente a la esquina de la plaza 9 de Julio.

Fue entonces cuando la fórmula triunfadora Romero-Figueroa se asomó al balcón de Zuviría 84 y saludó a la gente que, paraguas en mano, soportaba la mojazón.

El mensaje del nuevo y primer gobernador de la democracia, fue breve.

Primero agradeció “al pueblo salteño por el cargo con que me honra”, dijo Roberto Romero.

“Este apoyo -agregó-, es la voluntad popular que otorga mandato constitucional a sus gobernantes. Eso me obliga y compromete personalmente...”.

Tras destacar el espíritu democrático de los argentinos, el mandatario electo enumeró el rol que tendría cada sector de la comunidad en el futuro.

Al final, reafirmó el compromiso de llevar adelante las propuestas y los planes anunciados en la campaña “cuyos puntos fundamentales -dijo- son trabajo, salud y educación”.

Unión nacional

Raúl Alfonsín al enterarse de su triunfo, habló desde los balcones de la casa radical en Buenos Aires: “Hemos ganado, -dijo- pero no hemos derrotamos a nadie”.

Más adelante agregó: “procuraremos levantar las banderas de la unión nacional porque necesitamos el esfuerzo de todos para superar nuestros problemas”.

Los siguientes años fueron duros: huelgas, nuevos intentos de golpes, marchas. Fue el duro aprendizaje de vivir en democracia.

El pluralismo ausente, POR MARÍA FERNANDA JUSTINIANO, UNIÓN CÍVICA RADICAL CANDIDATA A CONCEJAL

Hoy es un nuevo aniversario de aquel hecho histórico ocurrido el 30 de octubre de 1983, cuando después de un letargo dictatorial de siete años las urnas volvieron a sentir la convicción ciudadana. La fórmula Alfonsín-Martínez se impuso entonces sobre la de Lúder-Bittel. El 10 de diciembre de aquel año, Raúl Alfonsín asumió el gobierno y se convirtió en el quinto presidente de origen radical en gobernar durante el siglo XX. Con Alfonsín, el partido radical acentuó los rasgos identitarios que le habían dado origen y elevó a la democracia como una característica necesaria del ejercicio del poder y del accionar político.

De allí se entiende que, a su muerte, muchos insistieran en llamarlo “Padre de la Democracia”. Transcurrieron 30 años de aquella histórica jornada en la que el pueblo se reencontró con las urnas. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, a las recurrentes instancias electorales, no acordamos en el seno de la sociedad argentina en entender qué es esto que llamamos democracia. Si repasamos los discursos de Alfonsín, veremos que la sociedad argentina ingresó a la nueva etapa institucional convencida de que el pluralismo era el valor fundante de la democracia. Este, en efecto, no debe concebirse como un mero procedimiento de toma de decisiones, sino entenderse como el reconocimiento del otro, así como la capacidad para aceptar las diversidades y discrepancias para la existencia de una sociedad libre. Treinta años después, los hechos indican que quienes ejercen el poder desdeñan esa capacidad.

Cómo entender, de otro modo, la violación sistemática de la división de poderes o los ataques violentos a líderes opositores como Bonfatti o Rozas. Qué decir del “correctivo” de Cabandié, de las adjudicaciones discrecionales de viviendas sociales en el barrio Lomas de Medeiros, de la compra de votos en las escuelas de Capital o de los descuidados muros de escuelas que caen y matan niños. A 30 años del 30 de octubre de 1983 urge recuperar como sociedad la voluntad democrática de construir colectivamente. Ello importa reconocer que el otro existe y que es necesaria la deliberación para concertar acciones de cooperación que concurran hacia el bien común y otorguen prioridad a los desposeídos.

Un día como hoy, ARMANDO FREZZE, ABOGADO Y EXJUEZ DE LA CORTE DE JUSTICIA DE SALTA

Dos partidos políticos diferentes, dos geografías de distinta vastedad, innumerables desafíos y una misma fecha.

En esos escenarios y para esos roles paralelos fueron elegidos Raúl Alfonsín y Roberto Romero. Al cumplirse el trigésimo aniversario de aquel mandato otorgado por el pueblo, cabe preguntarse que podría elegirse como distintivo de sus gestiones en ese período democrático que iniciaban. Con la arbitrariedad que tiñe a toda elección de un hecho para recordar, puede señalarse que el mayor desafío que encaró Alfonsín como presidente fue hacer realidad la justicia que exigía la sociedad, sin permitirse al mismo tiempo franquear la sutil línea que separa a aquella de la inútil y vacía venganza. Mientras Italo Lúder, candidato peronista, reconocía la legitimidad de la ley de amnistía promulgada por el gobierno del Proceso, Alfonsín la desconoció y el juicio a los miembros de las tres juntas militares se llevó adelante.

La solidez y extensión de la estructura jurídica que hoy garantiza los derechos humanos en Argentina tuvo su piedra miliar en aquella decisión, o quizá en aquella obstinación, del Presidente Alfonsín.

En Salta, Roberto Romero, elegido también ese 30 de octubre de 1983, inició su gobierno con una visión clara y moderna de la nueva Salta: ésta no podía construirse sobre la Constitución entonces vigente, que databa del año 1929.

No por contener alguna maldad intrínseca, que no la tenía, sino porque el paso de los años la había convertido en incompleta y achacosa. Supo que se necesitaba acordar, entre todos los salteños sin excepción, un nuevo marco jurídico que permitiese una reforma del estado provincial y una nueva concepción de Salta integrada regionalmente. En 1986 se promulgaba la moderna constitución de la Provincia que, ya en su Preámbulo, exalta y garantiza “la vida, la igualdad, la justicia y los demás derechos humanos”, otorga la autonomía municipal y garantiza “el afianzamiento del federalismo, la integración regional y latinoamericana”.

Esta Constitución en clave de progreso, marcó en 1986 la transformación e ingreso de Salta al Siglo 21.
 

 

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