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3 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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El amigo pirata

Sabado, 05 de octubre de 2013 02:41
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El maestro Delmiro y el vate Acuña, sentados en un banco de la Plaza Güemes, charlaban mientras pitaban un faso. Che, dijo Delmiro, ¿te acordás de la Shirley?

-Claro que me acuerdo de ella, aceptó el vate. Del que no quisiera acordarme, y supongo que vos tampoco, es del vividor del Rubén, su hermano. ­Qué atorrante y fule que era! ­Cómo nos metía el perro! Y bueno, éramos muy pendejos, che! ¿Le pasó algo a la Shirley?

-Mi hermana y mi cuñado la encontraron en Buenos Aires. Se reconocieron enseguida. Dice la Adela que la Shirley está casi idéntica a como era cuando chica: rubia, con rulos, delgadita y alta, y ceceosa. Se casó y tiene dos nenas, igualitas a ella, dice mi ñaña. Mandó cariños para nosotros.

- - -

Hurguemos un poco, o mucho, en los recuerdos de los dos amigos. Rubén, de unos 12 años de edad, y Shirley, una muñequita de 6 años, eran hijos del matrimonio Berthelemy, don Otto y doña Ingrid. El abuelo del vate Oscar Acuña les alquilaba una casa en Alsina casi esquina Pueyrredón, cuyo patio trasero lindaba con el emparrado de don Luiggi, el nono del vate.

Doña Ingrid era fanática de Shirley Temple, niña prodigio del cine norteamericano, y había dado el nombre de la pequeña actriz a su hija que, en honor a la verdad, era muy parecida aquella. Doña Ingrid acentuaba esa similitud peinándola con bucles, la nena era rubia natural, y poniéndole vestidos similares a los que lucía la precoz artista en películas como “La pequeña coronela” o “La pequeña vigía”. Un caso serio era la teutona.

Rubén, larguirucho, pecoso y narigón, se entretenía, en horas de la siesta, observando al vate y a Delmiro, que eran chicos de 7 años, jugar en el patio lindero. Rubén no tenía amigos de su edad. Los changos del barrio no lo invitaban a participar de sus juegos por dos motivos: uno, decían, y con razón, porque era antipático, tramposo y camorrero, y dos, porque era un “patadura”.

Por eso el alemancito encontraba diversión mirándolos a los dos amigos vecinos jugar a las bolillas o al trompo.

Una tarde los invitó a pasar a su patio, para lo que no hubo dificultad pues el alambrado que separaba a los dos terrenos presentaba varias aberturas. Les propuso jugar al “tesoro escondido”. Vean, les dijo, vamos a cavar aquí un pocito y en él colocaremos esta alcancía que yo preparé. En ella depositaremos cuando tengamos ( y mejor si es todos los días) las monedas que nos den o consigamos. Cuando se cumpla el mes, las sacaremos y nos repartiremos “el tesoro”, como cuentan que hacían los piratas. ­Meta!, aprobaron entusiasmados Delmiro y el vate.

Rubén les recomendó que no dijeran nada a nadie “porque pueden robarnos”. Y agregó, con tono misterioso: -Aunque ustedes no lo crean todavía hay piratas. Se convirtieron en fantasmas, por eso no los vemos. ­Pero existen!

El alemancito fue el primero en poner dos chirolas en la alcancía, para dar el ejemplo. Durante un mes el vate y Delmiro depositaron todas las monedas que les daban sus respectivos padres, tíos y abuelos, y otras que se agenciaban. No diremos cómo.

Y llegó el día. Los tres, Delmiro, el vate y Rubén, desenterraron la alcancía, la abrieron y ­nada! La alcancía estaba vacía. -¿­Quién de ustedes habló!?, bramó el pícaro alemancito. ­Les dije que no le contaran a nadie! ­Los piratas se robaron el tesoro! ­Les advertí!

- - -

En la plaza, a punto de irse al bar de la esquina a tomar una copa, los dos amigos se rieron con el recuerdo del tesoro que les robaron los piratas fantasmas.

-­Qué tontos que éramos cuando changos!, reconoció el vate Oscar Acuña.

-­Y qué tontos que continuamos siendo!, reflexionó Delmiro. Yo me recibí de maestro, y vos seguís escri biendo versitos. ­Vamos a brindar por Rubén, el pirata!

 

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