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Hubiésemos elegido al Chapulín Colorado

Domingo, 24 de noviembre de 2013 04:00
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John Maynard Keynes (1883 - 1946) conmovió al mundo con sus teorías económicas cuando las crisis posteriores a las guerras mundiales acechaban todos los rincones. Se suele criticar su ambigedad intelectual y destacar su capacidad para enfrentar las peores tempestades. Escribió un libro por cada etapa de su vida y su obra más conocida es Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). En este libro intenta una “solución” a la gran depresión económica que afectara casi todo el planeta cuando la Bolsa de Nueva York se desmoronó como un castillo de hielo bajo el sol, en 1929 (en Argentina los efectos se sentirían 2 años más tarde).

La “teoría” de Keynes, en lenguaje ciudadano, dice así: La crisis provoca incertidumbre, la incertidumbre provoca desconfianza, la desconfianza hace que la sociedad tenga una creciente propensión marginal al ahorro, el ahorro frena el consumo, la falta de consumo hace que la producción disminuya y cuando la producción disminuye las empresas deben prescindir de mano de obra, aumentando el desempleo. Y la rueda sigue girando: el desempleado no consume, los consumidores son menos, las industrias se desmoronan, la economía se deprime y la sociedad se niega a sacar de bajo el colchón el poco dinero que ahorró.

En medio del caos económico, sentado en su antiguo escritorio, pluma en mano, acariciando con la otra su blanco bigote mientras nevaba sobre la Cambridge inglesa, la mente brillante de Keynes se preguntó “¿Y ahora quién podrá defendernos?”. La respuesta fue lo peor que podía haberle ocurrido al mundo: el gobierno. Luego de ver cómo en los años que siguieron los gobiernos se convirtieron en los principales actores económicos de los países, anulando la propiedad privada, cerrando fronteras y encarcelando opositores, le aseguro, estimado lector, que salíamos ganando si contratábamos al Chapulín Colorado.

Para Keynes la terrible crisis que afectaba al mundo sólo podía remediarse incrementando el gasto público y supliendo a los empresarios con funcionarios y a las empresas con organismos públicos. Es decir, haciendo que el Estado salga a “inventar” gasto, sea consumiendo, sea haciendo obras o sea fabricando bienes. Pero como en la crisis tampoco el Estado tiene dinero, la propuesta “keynesiana” es que el Estado se endeude o gaste sus reservas para simular una economía que no existe. Su teoría propone solucionar los problemas causados por gobiernos ineficientes, con “más gobierno” (igual de ineficiente).

Keynes era ambiguo no solo en sus escritos. Quiénes investigaron sobre su vida descubrieron sus inclinaciones homosexuales, pero fue durante una relación homosexual que conoció a la bailarina rusa Lidya Lopokova, con quien se casa en 1925. Es decir, era bisexual. Se refería a la religión como “una extraña aberración de la mente humana”, pero afirmaba que los valores que impulsa “son algo bueno para la sociedad”. Destacaba la humildad, pero lucía una soberbia extrema. Sus teorías podrían usarse para justificar cualquier decisión económica. Pero en algo Keynes era coherente: su profundo odio hacia la empresa privada. En público y en privado manifestaba su absoluto desprecio por los empresarios.

El ministro de economía Axel Kicillof es keynesiano. De ello no hay dudas si tenemos en cuenta que se doctoró con un estudio sobre él. Sus estudios también se fundamentan en la teoría marxista. Keynes y Marx presentaron teorías muy distintas e incluso contradictorias, pero en algo coinciden: el Estado debe suplir la empresa privada. En sus discursos Kicillof manifiesta ese desprecio por los empresarios, e incluso, cuando impulsó la “recuperación” de YPF elogió el mecanismo de la expropiación como el mejor “instrumento del Estado para concretar la justicia social”.

Kicillof es ministro de economía desde antes de asumir. Para formalizar su designación no necesitaba pelearse con Lorenzino (quien siempre quiso irse) sino con sectores del kirchnerismo más pragmáticos y menos ideológicos. Por eso, desde las sombras, lo primero que hizo fue pelearse con el polémico exsecretario de Comercio Guillermo Moreno y, apenas pudo, pidió su cabeza. Moreno no era ni keynesiano ni marxista. Fue moderando su locura inicial y al final sólo ladraba. ¿Y si Kicillof muerde? ¿Vuelva Moreno lo perdonamos? Ya sabemos que el gobierno aplicará políticas keynesianas, pero... ¿puede implementarse el keynesianismo en Argentina? Responder esta pregunta es crucial para nuestro futuro. Para ser “keynesiano” un gobierno necesita dinero. Mucho dinero. Debe llenar las billeteras de miles de personas para que consuman y al mismo tiempo producir los bienes que luego serán consumidos. Debe iniciar obras públicas para que la gente tenga empleo y al mismo tiempo pagar esos sueldos. En Argentina ese dinero no existe.

Nuestro país aún debe pagar miles de millones de dólares por importación de gas y combustible mientras paga miles de millones de pesos para subsidiar la factura de gas y electricidad. Debe pagar miles de millones de pesos en sueldos por haber escondido el desempleo con empleo público mientras paga millones de dólares por juicios perdidos en tribunales internacionales. Debe pagar cada mes miles de millones de pesos en asignaciones familiares y planes sociales que de no existir provocarían un terrible caos social. La semana pasada una conocida organización social dejo una capital provincial incomunicada con cortes de ruta porque el gobierno informó que en 2014 no tendrían fondos del presupuesto para ella. Cuando amenazaron con trasladar los cortes a Buenos Aires le asignaron una partida de seis mil millones de pesos. Todo eso en el marco de un notorio desequilibrio fiscal, escasez de reservas y una previsible baja de la recaudación tributaria.

El keynesianismo fracasó rotundamente. Tan es así que el mismo Keynes falleció de un infarto en 1946, mientras intentaba solucionar la crisis provocada por sus propias propuestas económicas. Sus teorías pueden generar un breve lapso de bonanza cuando los estados que las aplican tienen muchas reservas y están ordenados internamente. El gobierno no debe odiar a los empresarios, sino asociarse con ellos. Las sociedades del mundo que lograron erradicar la pobreza y tener pleno empleo son las que comprendieron que el Estado y la propiedad privada deben convivir pacíficamente. No es bueno que un gobierno esconda la realidad. Cuando Kicillof dice Keynes, en realidad piensa en Marx, porque sólo mediante el marxismo un Estado pobre y desordenado puede arriesgar políticas keynesianas.

Jacques Rueff (1896 - 1978), fue un notable economista francés que escribió un pequeño trabajo titulado “Los errores de la teoría general de Keynes”, donde termina expresando: “Sed liberales o sed socialistas pero no seáis mentirosos”. El chapulín colorado, desalineado y loco, por lo menos decía la verdad.

 

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