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Cristina estaba visiblemente emocionada, casi exultante. No parecía haberse reunido a solas con el líder de la oposición ni con un enemigo de los liderazgos latinoamericanos ni mucho menos con un cómplice de la dictadura militar, rótulos que buena parte del kirchnerismo le pusieron a Jorge Bergoglio durante los últimos años, meses y días. La conmoción por el papa argentino, que aún continúa, empezó a transformarse para la Presidenta en acciones concretas de desagravio ante la opinión pública. ¿Por qué un cambio tan brusco de un día para el otro? Simple: la instalación en el país de que la mandataria estaba furiosa con la asunción de Francisco era casi absoluta y muy difícil de contrarrestar.
Le costó darse cuenta, es verdad, pero cada día queda más claro que la Presidenta tomó nota de la real dimensión que tiene Francisco en la sociedad y de los pésimos resultados que tendría para ella profundizar un enfrentamiento inútil con él. Más aún, si se tiene en cuenta otro detalle para nada menor: en solo siete meses habrá unas elecciones clave para el futuro de la fuerza gobernante y el nivel de aprobación actual del papa es casi total.
De hecho, las loas de Cristina a Bergoglio tras el almuerzo que compartieron ayer fueron un mensaje inequívoco hacia el Vaticano pero también hacia la Argentina: la embestida kirchnerista contra la Iglesia terminó y el Gobierno hará lo imposible para que los hechos anteriores, cargados de prejuzgamiento y agresiones verbales, sean rápidamente olvidados. Allí, la Casa Rosada todavía debe sortear la dura resistencia de grupos radicalizados dentro del kirchnerismo que insisten en desprestigiar a la figura del papa, desprestigiando así indirectamente a la propia figura de Cristina.
El entorno de Francisco no emitió una sola palabra sobre el contenido de la reunión, salvo un breve mensaje: el hecho de que Cristina sea la primera jefa de Estado que recibió el papa es un gesto hacia la Argentina y no hacia su Gobierno. Del encuentro, solo trascendió lo que la jefa de Estado informó a la prensa. Se supo que Cristina le pidió que interceda ante el Reino Unido para fomentar el diálogo por Malvinas, pero no cuál fue su respuesta. Esa será una gestión de difícil cumplimiento por varias razones. En primer lugar, porque la hipótesis de guerra entre Londres y Argentina es hoy afortunadamente nula. Y en segundo lugar, porque ahora Bergoglio es el líder de todos los católicos del mundo y no un representante argentino en Roma.
En cambio, sí se mencionaron las palabras de Francisco destacando el rumbo de los gobiernos latinoamericanos. Mucho se había hablado previamente sobre cuál sería la postura del Vaticano en relación al tema. Con su explícito apoyo, Francisco buscó apagar la última de las chicanas que sectores ligados al Gobierno estaban enunciando: “Bergoglio fue puesto por el Vaticano para frenar la unidad latinoamericana”, dijeron varios voceros del oficialismo.
Ayer, en medio de besos y regalos conjuntos con Cristina, esa ridícula teoría quedó totalmente derrumbada.